Un hombre y una mujer pueden- poque así lo decidan- comprar un balón y con echarse un partidito de fútbol olvidarse del mundo. Pueden unir sus vidas, y para siempre, a pesar de tener unas horas de haberse visto a los ojos.
Una pareja pueden, ¿por qué no?, ponerse de acuerdo e ir a partirle en su máuser a un vato, o quien sabe. El sujeto atacado pudo haber sido un seminarista que convocó a estos noveles a estudiar y convertirse a su religión al cabo de lo cual fueron muy felices.
Hombre y mujer suelen frente a una taza de café confesar su amor, terminar un noviazgo, comprometerse en matrimonio, urdir el plan imperfecto, arreglar el mundo, conversar alegremente , escuchar música, mirarse a los ojos para ir más lejos, más allá de los sueños de ellos.
Suelen comer, levantarse e ir al baño, preguntarse lo que tardaron semanas para preguntarse, mirar el cuadro favorito, ver pasar el gato, salir al patio, no hablarse por horas hasta que alguien les recuerda, una pareja puede ser pareja, oared6, tapadera, oreja, sparring, mono de estambre, y todo lo que se ofrezca antes de volver a acostarse.
En cualquier momento acontece la foto no tomada, el instante velado en un viejo rollo, en un cuarto oscuro sin tinta. Un hombre y una mujer pueden apagar la luz sin sueño, con todo lo que aún queda por decir, muchas cosas ocurrirán entre ambos sin que nadie se dé cuenta.
Al compartir el pan, el hombre y la mujer sacian la sed espiritual, desde una crepa hasta una sencilla galleta maría. Les miran caminar, conversar incansables desde no sé hace cuántos años, ahora que me pongo a pensar. No hay edad en dos que caminan. No hay pasado en dos que van.
Un hombre y una mujer encuentran una naranja y cada quien come su otra mitad. A la usanza con sal y chile. A uno de los dos le duele la panza. Es natural que la vida siga.
Igualmente pasa mil veces un hombre al lado de una mujer y nunca se vieron. También hubieran sido muy felices. Faltó un detalle, un incidente, una pregunta torpe, una ocurrencia entre ambos para que se casaran, tuvieran hijos y se divorciaran. Los chamacos ahí anduvieran.
En la calle el encuentro entre un hombre y una mujer es furtivo y sorpresivo. El se ha dado cuenta que ella está sola por el momento, pero uno de los dos llegó 10 años después a este encuentro. Es que antes traía moto.
Un hombre y una mujer graban el video de sus mejores días bajo lluvia, pelean y cada frase es una declaración de amor de nuevo, hacen un corte y aparecen ambos listos para que alguien eche agua desde arriba y ampapados darse el beso de sus vidas. La escena se repite a escondidas.
Un hombre y una mujer pueden meterse sin previo aviso al cine. Sin dar tiempo rápido tomar la mano correspondiente y en lo oscuro llenar lo que sigue y la siguiente película, quien lavará los trastes, quien de los dos, los dos muertos de risa.
Al salir pueda ser que todo haya sido un sueño como en un cuento de Borges, pero no soy partidario de esos finales inesperados y automáticos, hombre y mujer, digamos que el mundo se acabó mientras ellos veían una película.
«En realidad estamos solos» se dijo uno al otro al salir del cine y ver las luces apagadas, por si no se habían dado cuenta. Debe ser bonito eso. O terrible, dependiendo de la película que no vieron en el cine. Eran las 12 de la noche, ni para un Uber.
Puede ser que lo dicho en todo este rollo ya haya ocurrido y que en muchos casos, en muchas ciudades y habitantes de un cuarto, ambos, una mujer y un hombre, de todo lo que no se dijo, hayan tenido que comenzar de nuevo cada que amanece. A cada ratito.
HASTA PRONTO
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POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA