El mundo tiene en su otro lado lo que no se dice, lo que no se habla, aquello en que no se ocupan palabras. En silencio. El silencio es para quienes se hablan con los ojos. El silencio es para los furtivos ladrones de un minuto de la noche. En silencio pienso en el silencio, en la falta de algo, en la nítida ausencia presente en la fiesta.
El silencio evoca el vapor del recuerdo y provoca emociones encontradas ahí, en el galimatías del ruido. El silencio ha hecho que me ocupe de las palabras que inician su carrera en el lenguaje. Tampoco es que importe. Cuando deseas decir algo lo dices y ya.
Envuelto en silencio es como es pasado el pasado. Y no vuelve. El mundo pertenece a la región sorda del cosmos, el silencio ni siquiera es silencio y tampoco lo guarda. El silencio es un oficio del ruido. Se recuerdan días en que el ruido era interrumpido por el silencio, ante la inconformidad de los gritones.
En las paredes de la noche surge una voz que nadie escucha, luego un largo silencio interrumpido por otro. De un lado a otro surge el ruido. Luego un mosquito ignorado da con la lámpara tenue. La noche recoge el suceso escrito sin letras en las bocas, en las ansias, en las ganas de decir algo que realmente exista.
Durante un gran momento el silencio se apropia de las instalaciones. El cuerpo tiene tantas cosas que decir y no localiza ninguna. El que presumía de gran orador ha quedado mudo. El señor de lentes que viaja a un lado lee un libro grueso, del bolso interno del saco sacó una cantimplora de aluminio y dio un trago.
Como extraído de un clásico de hollywood el sujeto de marras se recogió sobre el asiento y se quedó dormido. Tome usted en cuenta que se quedó la cantimplora abierta, de modo que la tomé y la arrojé por la ventana. No hizo ruido. En medio quedará la versión de que yo tiré la cantimplora luego de haberme chingado los últimos tragos del pisto.
Entre un tic toc y otro hay un breve silencio, un latido esperando el anuncio del siguiente movimiento, entonces en la soledad alguien llama a la puerta, “pase usted, está abierto” . Soy yo, estoy en la ventana ¿Podrías guardar silencio?
El silencio es cómplice de las pisadas del gato. Hay sucesos ahí en el centro del silencio, a una profundidad considerable, una promesa hecha, un obligado te callas hasta que despiertes.
Todo el mundo espera a que amanezca para ver a qué horas empieza el concierto de dime y diretes, los corre ve y dile, los secretos a voces del siguiente día, la vida real por el youtube y no la tele.
La procesión de palabras y cánticos, es acompañada por el ruido de los motores y motocicletas. Cada habitante escoge la película de su gusto o puede combinarla a su manera antes de que la tarde caiga. La fotografía desmiente lo dicho con la otra toma, en medio un comediante recoge propina, habrá quien elija ver cómo la calle huye del ruido y sube una montaña pequeña para desaparecer de la vista.
En el silencio que haces mientras esperas en una larga fila de lo que sea, nadie habla hasta que uno entre todos se da cuenta y dice una tontería que pronto se contagia como un virus en las habitaciones del cuerpo. Se habla del clima, del dolor de cabeza, del Corre, de lo que nadie sabía y de lo que todo mundo mascaba en el barrio.
Ya era tiempo de vaciar el equipaje. El silencio vacía sus camiones de contenido antes de llenarlos con nuevos números, nuevos datos y con la continuación de la historia del departamento 4. Lejos del ruido el silencio sale de la estancia para echarse un cigarro.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA