CIUDAD VICTORIA.- Doña Martina nació a finales de los cincuenta, en un caserío cerca de Estación Calles, pero desde muy chica sus padres se la llevaron a Ciudad Mante junto a sus cuatro hermanas mayores.
Para ‘su mala suerte’ como ella misma lo afirma, la pequeña Martina era muy bonita, ‘demasiado’ dice la ahora anciana.
– Desde los 12 años los ‘viejos’ se me acer- caban y me decían de cosas, que me iban a robar y que me iban a llevar – dice la doñita.
– ¿Y no había nadie que la defendiera? – pregunta el Caminante.
– No pos quien, mi padre se la pasaba to- do el dia trabajando y mi mamá no hallaba como poner orden entre tanta muchacha.
Cuenta la señora que una vez yendo al molino, un hombre la siguió y en algún pun- to del camino la empujó contra un árbol para luego ‘toquetearla’, pero logró huir.
Doña Martina tiene ese aire de las mujeres de antes, que lejos de victimizarse decidió no dejar nunca mas que un hombre abusara de ella.
– A los 17 años me casé, o mejor dicho, ‘me junté’, yo creía que por fin iba a ser fe- liz, pero el hombre que me tocó fue de los peores.
– ¿Pues qué pasó?
– Me llevó a vivir al ‘rancho’, pero en cuan- to salí embarazada se fue para el otro lado y me dejó ahí endilgada con su mamá, y poco antes de dar a luz la señora me corrió.
– ¿Y que hizo? ¿se regresó a casa de sus papás?
– Me fui a vivir a un cuarto con una prima, y ahí ‘me alivié’ y al mes ya estaba yo trabajando.
– Oiga, ¿pero como le hizo para trabajar y criar a su bebé?
– En la vecindad donde vivía habíamos muchas mujeres con niños chiquitos, y nos pusimos de acuerdo y entre todas rentamos otro cuartito y hacíamos cooperación para contratar a otra madre soltera que era enfer- mera y no tenía trabajo, y ella nos cuidaba a nuestros hijos y de paso al suyo y así ella se ganaba unos centavos y nosotros podíamos salir a trabajar hasta tarde.
– ¿Osea que era como una guardería comunitaria?
– ¡Pos sepa la bola! nosotros lo que queríamos era poder chambear, yo por ejemplo trabajé primero en casas, luego un tiempo en el Ingenio, pero ahí los hombres me acosa- ban, me arrinconaban, me querían forzar a meterme con ellos y me decían “¡déjate, dé- jate! ¿pos ya que pierdes? ¡si ya estas parida!”
– Que terrible, señito.
– Luego trabajé en una tortillería y en una marisquería hasta que puse mi fonda y de ahí saqué para mantener a mis hijos.
– ¿Y cuántas mujeres o familias se beneficiaban de esa guardería?
– Como unas 6 o 7, luego de otras casas nos trajeron a mas niños, y la hermana de Rocío la enfermera, le tuvo que ir a ayudar con ‘el huerquerío’ – relata doña Martina – y eso no es nada, como los niños tenían que comer, al principio les dejábamos lonche, pero después nos dimos cuenta que a veces no se lo comían, y pues mejor nos pusimos de acuerdo para que les hicieran de comer ahí mismo.
– ¿Quién les hacía de comer?
– La mamá de una de las vecinas, ella se encargaba desde temprano de ir al merca- do y comprar las cosas para hacer almuerzo y comida, con el dinero que entre todas poníamos.
– Mire nomas, hasta fuentes de trabajo crearon, ¿y cómo de qué año me esta hablando Doña Martina?
– Fue por a’i del 81 o del 82, me acuerdo porque estaba de moda ‘el osito panda’ – dice haciendo pausa para tomar su medicina para la presión alta.
– Pues es un gusto tremendo saber que en aquellos años ya había mujeres apoyándose para salir adelante.
– Yo no entiendo porque las muchachas de ahora en vez de apoyarse se andan metiendo ‘la pata’. Mi nieta Toni trabaja en una tienda en el pasillo de caballeros, y las cajeras y demostradoras siempre quieren hacer- la ‘perra del mal’, como muchas de ellas so- lo mejoran de puesto por andar metiéndose con los jefes y como mi Toni es rechula, desde que empezó a trabajar ahí la traen bien atravesada, pues creen que les va a quitar a sus amantes pa’ subir de puesto, pero mi nieta es decente.
– Si verdad, si en vez de tratarse como enemigas se apoyaran, les iría mejor.
– En todos lados se ‘cocen’ habas, yo no entiendo mucho de eso del ‘femenismo’ pero da coraje que entre mujeres se chinguen unas a otras, y los pelados risa y risa de ver como se pelean entre ellas, porque así son todos los hombres ¡una bola de ojetes! ¡ay perdón! ya me lo llevé a usted entre las patas!
– No se preocupe, yo entiendo lo que dice y créame que le doy la razón.
Así como la de doña Martina, hay cien- tos, tal vez miles de historias de las que po- co o nada se sabe. Ojalá que conocerla sir- va de ejemplo para muchas otras mujeres. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA