La escuela, establecida como institución desde tiempos inmemoriales por cada civilización humana, ha tenido como objetivo desarrollar las cualidades de cada individuo, a través de la disciplina, la memorización, el ejercicio y la repetición.
Existen muchos tipos de educación, desde la tradicional a la Montessori, e incluso los nuevos sistemas que en la reciente pandemia por COVID-19 se tuvieron que instaurar para completar los estudios en todos los niveles escolares.
En el México precolombino existían dos tipos de escuelas el Calmécac para niños de la nobleza, y el Telpochcalli, para el resto de los niños. Posterior a la conquista, en 1693 se fomentó la escuela por decreto del Rey.
En 1867 se crearon las escuelas preparatorias, en 1910 la Universidad Nacional Autónoma de México y hasta 1921 el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública.
Actualmente, la escuela es un derecho fundamental en los infantes, y viene establecido en el Artículo 26 de las Naciones Unidas, donde señala “Todos los niños tienen derecho a la educación”. Y los países deben de fomentar la educación primaria obligatoria y gratuita para todos los niños.
Cada cierto tiempo, las escuelas van actualizando sus modelos educativos, antes lo hacían con el modelo constructivista, luego pasaron al modelo por competencias y ahora está el modelo de nueva escuela mexicana.
Más allá de discutir dichas propuestas, es imposible que abarquen todos los conocimientos, que, dicho sea de paso, avanzan cada día a velocidad inaudita.
Es, por tanto, que existen varios tipos de conocimientos que se quedan fuera de la educación básica, del nivel medio superior e incluso del superior.
Es a estos últimos a los que me voy a referir y que, por formar parte de una parrilla de contenidos sujetos a una especialidad o disciplina, no se consideran como parte integral, incluso obligatoria de los próximos profesionistas.
En primer lugar, tenemos la educación financiera. En el nivel medio superior, a menos que esa sea la naturaleza del programa educativo que se cursa, no se enseña a generar una cotización adecuada por los servicios profesionales que se ofrecen, a tener un control de gastos, a tener un ahorro, a hacer inversiones aunque sean mínimas, a manejar correctamente las tarjetas de crédito, a conocer e interpretar su buró de crédito, vaya, al menos a generar su firma electrónica ante el SAT.
Ya que, aunque esto lo piden últimamente como requisito de inscripción, son normalmente los padres de familia quienes se encargan del “engorroso” trámite, evitando que sus hijos se comiencen a formar en sus responsabilidades fiscales.
En segundo lugar, la educación emocional. Difícilmente se habla sobre la importancia de expresar adecuadamente las emociones.
Es más usual que las mujeres lo hagan en reunión de amigas, pero no así los hombres. Se han ido adoptando roles de género en la sociedad, y es poco usual que los hombres hablen de sus emociones de manera respetuosa, que sepan reconocer cuando necesitan ayuda psicológica y sean responsables de tomarla.
Igualmente, en las mujeres, porque se tiene la idea errónea de que un “buen amigo” te puede dar un consejo valioso, pero no tienen la metodología y la experiencia para ayudarte a salir de una situación crítica, cambiar o modificar un sistema de creencias limitante o incluso salir de algún tipo de abuso.
Pedir ayuda, y saber expresar las emociones, se vuelve fundamental en nuestra sociedad, más ahora que existen tantas adicciones disponibles para evitar hacer el trabajo interno. Y, es que, si no se resuelven los traumas, heridas o situaciones críticas, se irán heredando a las nuevas generaciones cargas emocionales que no les corresponden, o se hace daño a terceros.
En tercer lugar, la educación sexual. No es menos importante, especialmente para evitar embarazos no deseados, matrimonios forzados o abortos clandestinos que lejos de solucionar un problema agravan la situación en una familia. Desde temprana edad y a medida de la información que vayan requiriendo los jóvenes, es necesario hablar de manera clara las medidas que se deben tomar tanto físicas, emocionales y éticas para procurar relaciones sanas.
Probablemente pensará usted que estos contenidos no corresponden a las instituciones educativas, si no al hogar.
Sin embargo, existen muchas familias donde estos temas siguen siendo tabús; en cambio, los medios de comunicación, redes sociales y las malas influencias, generan desinformación que des- pués puede ser difícil de afrontar.
Es por ello, que, aunque sea en niveles educativos avanzados y de manera transversal a los conocimientos disciplinares, podría ser necesario abordar temas para una sana sexualidad.
En cuarto lugar, la educación mediática. Con ella me refiero a que los jóvenes aprendan a tener una buena dieta sobre los contenidos mediáticos que consumen: música, cine, redes sociales, series, programas televisivos, revistas, influencers temáticos y todos los productos comunicativos a los que tienen acceso.
Este tipo de educación, tal como en el plato del buen comer, debería proveerles las herramientas de saber qué les conviene ver y en qué medida, que pueda ser de provecho para su formación, higiene mental e ideología.
Para ello es necesario que sepan hacer análisis de contenido, para aprender a filtrar las intenciones de cada mensaje.
En quinto lugar, la educación política. No es tanto un adoctrinamiento en un partido o en otro, pero sí intentaría enseñar a las nuevas generaciones los objetivos de los partidos de izquierda, derecha y centro.
Que conozcan las instituciones encargadas de defender la democracia, que aprendan a distinguir promesas de campaña realistas de la demagogia con la que algunos gobernantes en todo el mundo, han logrado llegar al poder.
Que aprendan la diferencia de un sistema capitalista de uno socialista, que ambos tienen ventajas y desventajas, pero, sobre todo, que dejen la apatía política que tanto les caracteriza.
En sexto lugar, la educación en valores. Se supone que ya lo enseñan en casa, que ya lo trabajan en las escuelas desde la básica hasta el nivel medio superior, pero sigue haciendo falta reafirmarlo en el nivel superior.
Desde las asignaturas de ética y valores como en las de deontología profesional, según su disciplina. No sólo enseñar el deber ser y deber hacer, si no el cómo formar una sociedad más sana, incluyente e igualitaria. Romper barreras que ya en la edad adulta se comienzan a formar como racismo, clasismo, machismo, xenofobia (rechazo al extranjero), gerascofobia (miedo a envejecer) o intolerancias ideológicas.
También me refiero a reafirmar el mérito y el reconocimiento a la cultura del esfuerzo, de la calidad, del trabajo bien hecho, de evitar hacer trampas.
Es el reconocer que el éxito puede tener distintos significados para cada persona, y que cualquiera de ellos está bien. Que no siempre el éxito se va a medir en dinero, bienes y propiedades, si no en hacer lo que le hace feliz a cada uno, siempre que no dañe al otro y que esté dentro del marco de la ley.
En séptimo lugar, la educación en defensa personal. No solamente la kinésica (basada en karate, box, judo o cualquier otro arte marcial), es decir, que implicaría movimientos que eviten robos, golpes o secuestros; si no la que evite fraudes financieros, robo de identidad digital e incluso bullyng o mobbing en el ámbito social y laboral.
Esta educación, la que no enseñan en la escuela, no interesa tanto en las políticas en educación pública. Pues, al gobierno no le interesa generar ciudadanos críticos y exigentes.
Sería ideal que se enseñe en las escuelas de todos los niveles, incluyendo las academias y universidades. Ojalá algún candidato lo tome en cuenta para aplicarlo realmente en su gestión.
Mientras eso sucede, esta educación/ formación nos corresponde a los padres de familia, a los docentes, a los orientadores, a las generaciones de la “vieja escuela” transmitirlos.