Ahora que estoy en el parte aguas a punto de dormir, comprendo por qué se queda uno dormido de repente. Luego de una lucha desigual contra el sueño, me quedé profundamente dormido ignorando aquel último instante con los ojos abiertos.
Dormir es una fuerza muy poderosa que el cuerpo no controla, es un asunto del inconsciente. No es asunto nuestro distraernos rumbo a otra forma de vida en la que usamos tiempo, identidad, y circunstancias de la cotidianidad para elaborar una historia, cuyo propósito todavía no es claro.
Nos gastamos la noche en lo que descansamos. Claro que dormidos y soñando podríamos ir al antro más cercano, incluso regresar ebrios cuando al inexplorable sueño se le antoje llevarnos. Al despertar, lo cierto luce incierto, ni siquiera es el sueño que soñamos el que recuerdamos sino un invento.
Ciertos sueños requieren de un segundo capítulo que nunca se da, despiertas y eres deportado del sueño, mas deseas seguir dormido para que nunca acabe lo que se ha esfumado y en lo que por fin habías logrado el éxito. Despertar cuando te están entregando un trofeo ha de ser gacho.
No por nada los sueños sueños son. En la vida eso de soñar queda en cada minuto y en cada región de la existencia humana. Se vale soñar y no hay límites en esa tierra democrática y libre de los sueños, donde somos los contradictorios propietarios.
Acerca del sueño existen bastantes mitos y leyendas, acerca de la realidad hay más. No estamos en control de esos dos barcos cuyo número económico coincide con el boleto que no compramos. Somos legión soñando un mundo particular con patio y todo.
Es en la realidad y en el propio insomnio donde se elabora el sueño, un texto contiene la metáfora de un suceso tras otro hasta que la percepción cambia. La mente se distrae a propósito, el libro de la memoria que guardamos en el sueño, aparece luego encima de la mesa.
Cuando despertamos nos desligamos del sueño y lentamente recuperamos la memoria y nos apropiamos de objetos que creemos nuestros. Distinguimos colores y comenzamos a darnos cuenta de nuestras limitaciones. Durante el sueño podía volar, si así ocupaba, o podía estar en dos sitios a la vez, aparecer de repente en la India, desde el suelo, en una nube.
Me estaba quedando dormido cuando escuché un golpe y desperté. No sé cuántas horas dormí. Son las 6 de la mañana o de la tarde, pero es igual. En la cocina se oyen voces que preparan el almuerzo o la cena, desde la modorra es lo mismo.
Durante el insomnio hay gente que aprovecha para buscar un quehacer pendiente, pasar la franela por el mueble, barrer el patio del perro, ver si no hay moros en la costa, escuchar los grillos que nadie escucha, o alcanzar el libro comenzado desde el otro insomnio, si, ese con que nos quedamos dormidos en corto. Apenas le encontré interés al libro cuando me anestesió, fui expulsado al mar mediterráneo de las hadas y los elfos. Me quedé rolado, jetón como todo el mundo.
Vas y apagas la tele de bulbos, enciendes el gigantesco abanico Philips, te asomas y ahí está la chevrolet Apache de 1950 y desde entonces nadie duerme, o debo decir que todo esto ha sido un sueño. Llegado el momentos se suele confundir realidad con sueños. Al despertar y abrir los ojos, te das cuenta que no estás en tu ciudad, que el sol sale por otra parte y que no sabes dónde queda el baño en este juego de abalorios y rayuelas.
El sueño, aunque no tiene continuidad, hace su vida en alguna parte de nuestro cerebro. Al despertar, perece el sueño y no importa si damos el costalazo pensando que volamos, viendo desde arriba bien chingón, igualmente caemos al piso de firme concreto. Despertamos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA