Los nuevos aranceles decretados por la administración del presidente Biden el 14 de mayo ascienden a niveles históricamente altos y atizan el escalamiento de tensiones comerciales, aunadas a las políticas y militares, con China.
Son al mismo tiempo el reconocimiento de una nueva realidad global, la de la disminución de la supremacía tecnológica, productiva y comercial norteamericana y la decisión de no quedarse atrás.
Esta última se instrumenta de manera creciente mediante medidas proteccionistas en detrimento del discurso del libre mercado en vías de ser rebasado.
Los nuevos aranceles impactan diversos tipos de mercancías de origen chino por un monto aproximado a los 18 mil millones de dólares anuales, mmd.
Destacan el incremento al 100 por ciento a los aranceles de importación de vehículos eléctricos y los de 50 por ciento a semiconductores, celdas solares, y un par relativamente menores, agujas quirúrgicas y jeringas. Otros suben al 25 por ciento; es el caso de baterías, algunos productos de aluminio y acero, grúas portuarias, respiradores y equipos médicos de protección.
El decreto menciona también inversiones gubernamentales, apoyos fiscales y otras formas de impulso a la inversión pública y privada. Por ejemplo 53 mmd para la producción de semiconductores; 6 mmd para algunos productos de acero y aluminio y la promoción de 860 mmd en inversiones privadas en diversas manufacturas.
Se plantea en el decreto la necesidad de proteger los empleos y la base industrial de los Estados Unidos ante lo que se califica de prácticas desleales, anticompetitivas, del gobierno chino que le han permitido controlar el 70, 80 y hasta 90 por ciento del abasto de insumos necesarios a la producción, la generación de energía, la construcción de infraestructura y los cuidados médicos que se requieren en los Estados Unidos.
Junto a las acusaciones de prácticas desleales se abre paso, en Estados Unidos una nueva conceptualización de la situación.
Desde abril pasado la secretaría del tesoro norteamericana Janet Yellen señalo que China tiene un exceso de capacidad manufacturera, genera una sobreproducción que afecta también a Europa, Japón y México y es necesario reducirla, dijo Yellen.
El fondo del asunto es que en las últimas dos décadas China ha crecido de manera acelerada, muy por arriba de la dinámica de las economías occidentales y se transformó de ser la gran productora de productos de bajo costo a la fábrica global que genera y emplea tecnologías de punta en los sectores más relevantes del crecimiento económico mundial.
Al crecimiento de china y otros países del sureste asiático contribuyeron con entusiasmo los grandes conglomerados industriales norteamericanos que trasladaron su base industrial hacia regiones que ofrecían mano de obra barata. La externalización de la producción se hizo en nombre del interés de los consumidores a los que se les podían ofrecer productos importados más baratos que si fueran producidos dentro de los Estados Unidos. Una estrategia que no favoreció a todos los consumidores; sino solo a aquellos que conservaban los cada vez más escasos empleos bien pagados.
Al perderse gran parte del empleo manufacturero norteamericano los mayores afectados fueron los trabajadores blancos sin estudios universitarios. Este sector de la población no solo se ha empobrecido, sino que sufre una caída en su esperanza de vida asociada a un mayor sedentarismo, alcoholismo, drogadicción, mala nutrición y deterioro de su acceso a servicios de salud.
Alrededor de 42 millones de norteamericanos reciben asistencia nutricional y son impresionantes los campamentos de los que carecen de hogar en las calles de las grandes ciudades.
La inequidad es extrema entre los que tienen miles de millones de dólares y los que no tiene para una alimentación saludable.
El deterioro afecta a toda la sociedad y la vuelve irritable y agresiva.
China siguió una estrategia inversa: gobierno fuerte, protección e impulso a la producción interna, moneda competitiva y substitución de importaciones. El resultado fue notable; centenares de millones salieron de la pobreza, se formó una enorme clase media y el país es ahora una gran potencia.
Del otro lado del océano pacífico son los empobrecidos norteamericanos los que forman el grueso de los descontentos que llevaron al poder presidencial a Donald Trump en 2016. Su propuesta central fue volver a la anterior grandeza de los Estados Unidos; es decir recuperar la industria y los bien pagados empleos manufactureros.
Trump encabezó el viraje en la estrategia económica norteamericana al imponer sanciones y tarifas que redujeron substancialmente las importaciones chinas.
Ahora Trump, en su nueva campaña presidencial habla de imponerle una tarifa generalizada de 60 por ciento a todas las importaciones de China, con tarifas aún más altas para vehículos eléctricos y un arancel mínimo generalizado del 10 por ciento a todas las importaciones del resto del mundo. Ahora que Biden estableció un arancel de 100 por ciento a los vehículos eléctricos importados de China, Trump subió su propuesta a 200 por ciento de arancel a los carros chinos, incluyendo los hechos en México. La competencia política hacia el proteccionismo es fuerte.
Robert Lighthizer probablemente volvería a ser encargado del comercio internacional si Trump regresa a la presidencia. El caso es que Lighthizer considera que los “tres pecados capitales” que debilitaron a Estados Unidos fueron la creación de la Organización Mundial del Comercio -OMC-, en 1995; la entrada de China a la OMC en 2001 y el acuerdo comercial con México y Canadá.
Para Lighthizer es irrelevante si China emplea, o no, prácticas desleales. Ese es un discurso del pasado. Basta señalar que hay un déficit comercial con China y este debe ser eliminado.
A la fecha ni Biden ni Trump tienen una ventaja significativa sobre el otro en la carrera presidencial. Bien podría ganar Trump y es predecible que instrumentaría prácticas comerciales proteccionistas más agresivas no solo contra China, sino en sus relaciones con prácticamente todo el mundo.
Según datos oficiales norteamericanos su déficit comercial con China se redujo en 2023 a su nivel más bajo desde 2010; únicamente 279 mmd. Entretanto el déficit con México se incrementó a 152 mmd. En el contexto del viraje ideológico generalizado entre republicanos y demócratas hacia el proteccionismo es razonable pensar que el déficit con México también se volverá inaceptable.
Para México esto implica riesgo y oportunidad. Riesgo de que Estados Unidos exija disminuir su déficit exigiendo, por ejemplo, mayor apertura a sus exportaciones agropecuarias o de que imponga sanciones y aranceles a las exportaciones de México.
La oportunidad sería seguir el ejemplo norteamericano y volvernos proteccionistas al tiempo que se instrumenta una decidida estrategia de substitución de importaciones chinas tanto para el mercado interno como para el norteamericano.
Lo que requeriría una política industrial liderada por un gobierno económicamente fuerte; no sumido en la austeridad. Hay que pasar de la defensa de los consumidores a una administración del mercado que promueva y defienda a los empresarios y trabajadores en todos los niveles tecnológicos y todas las regiones del país.
La mala decisión será dejar todo en manos de un supuesto libre mercado que mucho nos ha perjudicado y en realidad ya no existe.