A lo largo de los siglos las sequías catastróficas que, igual que las inundaciones extremas, ha padecido periódicamente la humanidad, ha despertado el interés de los humanos para provocar lluvia o evitarla en forma artificial y controlar estos fenómenos del clima.
Los rituales de los pueblos originarios, como las llamadas danzas de la lluvia, así como los modernos bombardeos químicos de las nubes de nuestra época, demuestran la preocupación que tienen los estudiosos para tratar de resolver las graves afectaciones causadas, tanto por la escasez como por las precipitaciones desastrosas.
En México, los teotihuacanos, pueblo agrícola, ofrecían a Tlaloc, Dios de la lluvia y la fertilidad, ofrendas y plegarias, para que hiciera llover. En la década de 1970 se utilizó el método de del científico Nicola Tesla consistente en dispersar iones cargados negativamente cuando la humedad es del 30 por ciento, luego se experimentó con hielo seco y yoduro de plata.
Desafortunadamente, estos han sido exitosos solo de manera limitada.
Para los hombres de ciencia, las llamadas danzas y rituales de la lluvia de nuestros antepasados no pasan de creencias que carecen de sustento científico. Sin embargo, hay investigaciones que han demostrado que en no pocos casos que tales apreciaciones son equivocadas.
En 1907, por ejemplo, el Antropólogo y Arqueólogo estadounidense Alfred Tozzer comprobó que el método de la quema de carbón e incienso practicado por los Lacandones era realmente efectivo. Tanto que la doctora aerológica Florence W. van Straten, del Departamento de Marina de los Estados Unidos, utilizó esta práctica basándose en las ceremonias indígenas: usó el hollín para provocar lluvia y lo consiguió.
Según relata Carmen Cook Leonard en un artículo incluido en el ”Esplendor del México Antiguo”, libro publicado en 1976, la investigadora estadounidense comprobó que la mayoría de las nubes y neblina se componen de gotas que son demasiado pequeñas para precipitarse.
Pensó entonces en que podían forzarse a caer, si algunas de las gotas se calentaban más que otras. Resolvió el problema, como los indígenas, con hollín de carbón, que tiene la cualidad de acumular calor radiante.
Al soltar partículas de hollín en una nube -dice- las gotas capturan una o más partículas, se calientan por la absorción de la luz solar y pierden la humedad por evaporación, en tanto que las que no capturan ninguna, se mantienen frías, caen a través de la nube, uniéndose con otras gotas, hasta crecer lo suficiente para obligarlas a desprenderse.
Para probar la efectividad del sistema se utilizó un avión desde el que arrojó más de un kilo de hollín sobre una nube y produjo resultados satisfactorios en los siete ensayos que se practicaron. Tras el experimento, las nubes se precipitaron de 2 y medio a 20 minutos.
La doctora Straten – dice Carmen Cook- ha destruido la magia de la ceremonia. No obstante, considera extraordinario imaginar a los antiguos sacerdotes en las cumbres de las montañas quemando copal para causar la formación de nubes, que luego al ver como caían como lluvia, los hacían sentir con poderes mágicos y a considerarse como dioses.
Y pone ejemplos de la afirmación: La figura 14 del códice Land, que aparece en el libro, señala la combinación del hollín con el sol. La figura 15 del códice Nutall, 16, representa a dos individuos, pintados de negro, sobre sendos cerros, llevando a cabo una ceremonia de quema, en que se produce hollín. Y en la página 9 del mismo documento nace un individuo, pintado de negro, llamado 4 agua, representando al hollín que se dirige al sol, por mediación de una sacerdotisa llamada 9 lluvia.
Si los conquistadores españoles -concluye la escritora alemana- en vez de destruir hubieran estudiado los conocimientos indígenas, como el sistema calendárico, que, comparado con el que se usa en nuestro tiempo, es tan perfecto que se ha propuesto para reformar el actual, habrían ayudado a enriquecer las ciencias europeas.
Al destruirlos, lamentablemente, el eventual avance se perdió.
Por. José Luis Hernández Chávez
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