Los últimos 70 años, en la zona sur de Tamaulipas, cuando nos referimos a un problema medioambiental, tenemos latente en el inconsciente colectivo (definido por Carl Jung en 1916 como las estructuras mentales que son compartidas por una misma comunidad sobre ciertos símbolos, otorgándoles significados comunes a través de las experiencias colectivas) la peligrosidad de los ciclones; ya que el Huracán Hilda en 1955 fue bastante fue devastador para Tampico.
Desde entonces, nuestra ciudad ha bromeado en torno a que en la playa existe una base extraterrestre, que nos “protege” del azote de los ciclones desde 1988, para desviarlos a otras áreas y que no nos perjudiquen. Tenemos una cultura colectiva sobre esta curiosa creencia en la que hay varios negocios alusivos a los alienígenas.
De hecho, en la zona, cuando uno piensa en comprar o rentar un inmueble considera si la zona es “inundable”, o bien, si el seguro del auto que uno cotiza cubre, por ejemplo, inundaciones del vehículo. Ese fue siempre nuestro pensar, fue la proyección de las previsiones comunes o domésticas.
Muchos documentos científicos que se han publicado por los investigadores de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, también se han concentrado en el tema de las inundaciones ante la geografía que tenemos. Estamos rodeados por varios cuerpos de agua: en Tampico y Madero al poniente se encuentra el río Tamesí y el sistema lagunario del Chairel y Vega Escondida. En el sur se encuentra el río Pánuco, al oriente el Golfo de México, y dentro de la misma zona conurbada se cuenta con los vasos lacustres de El Carpintero, La Ilusión y Aguada Grande. Por lo tanto, las inundaciones habían sido lo más común y predecible.
Los cambios en el medio ambiente en los últimos 9-10 años han sido catastróficos. Si bien, en 2015 la Comisión Nacional del Agua, en su documento de Disponibilidad media anual de agua en el Acuífero Zona sur (2813), en el estado de Tamaulipas, informaba que, en promedio la temperatura anual desde 1967 se estableció en 22 grados centígrados. Pero, ya desde entonces se veía que los valores de la precipitación eran menores a los de evaporación. Mientras llovía en promedio 919.1 mm, se evaporaban 1,345mm. Es decir, anualmente se perdía una tercera parte de la superficie de los cuerpos de agua desde hace al menos 37 años.
A finales del siglo pasado, en el mismo documento se señalaba que si se cavaba un pozo en el sur de Tamaulipas, podía encontrarse agua dulce entre el metro y los dos y medio metros de profundidad en zonas cercanas a la playa, y en áreas más altas y lejanas hasta entre 5 y 10 metros. En 2024, la misma dependencia sigue mostrando todos los resultados de los estudios de aquellos años, solamente cambiando el año de publicación. Dudo mucho que sigan siendo semejantes. Simplemente la temperatura media anual para todo Tamaulipas en el año pasado fue de 25 grados según el INEGI.
Hoy día nos preguntamos ¿A dónde se fue el agua?, ya que nos encontramos ante la crisis hídrica más fuerte que jamás hayamos imaginado siquiera. No hay agua en el sistema lagunario. Las lagunas se encuentran a menos del 10 por ciento de su capacidad, y el Río Pánuco se observa rebosante de agua… pero salada, misma que entró por el Golfo de México.
Independientemente si los marcianos terminaron perjudicándonos, si se lo llevaron las industrias de la zona o si el cambio climático ha afectado de sobremanera; en el resto del país la historia es más o menos la misma con los ríos, lagos, lagunas e incluso presas. Nos estamos quedando sin agua. Y el agua es determinante en la historia de la humanidad y de cualquier ser vivo para mantenerse… precisamente vivo.
No estaría nada mal que ahora entre los proyectos de los candidatos políticos que serán elegidos en la siguiente semana, tengan como prioridad una vez llegando al curul, el establecimiento de plantas potabilizadoras o desalinizadoras en la zona, aunque no hagan ninguna otra obra de gran magnitud, aunque no pavimenten calles o alumbren parques. Con que nos garanticen que seguiremos teniendo la oportunidad de seguir habitando esta tierra que nos vio nacer, es suficiente. Y si además de eso, podemos bombearle agua dulce a un módico precio a los municipios vecinos y zonas de riego, estaríamos más que satisfechos.
Lo que sí podemos hacer como comunidad es ahorrar el agua, no desperdiciarla, reutilizarla, cambiar precisamente estos hábitos en el ámbito doméstico, dar mantenimiento a la plomería para evitar posibles fugas, impermeabilizar casas, y generar sistemas domésticos de captación de agua en los techos de las casas. Es decir, prepararnos para la llegada de las lluvias que tienen su punto máximo en el mes de septiembre.
En redes sociales, últimamente han surgido varias iniciativas para limpiar con la participación de la sociedad, el suelo de las diversas lagunas de la zona, para mejorar la calidad del agua que está por llegar en las próximas precipitaciones. La responsabilidad de que esta crisis no vuelva a afectarnos en estos niveles, o que desarrollemos cierta resiliencia ante el aprendizaje de la sequía, está en todos los niveles: individual, familiar, comunitario, social, político e industrial.
Son tiempos desesperados, por eso tendríamos que priorizar el abastecimiento de agua potable de buena calidad, más que cualquier otro servicio público. Al menos habría que plantearlo desde esta otra perspectiva.