En el corazón del estado de Tamaulipas, la ciudad de Tampico, conocida en tének como “lugar de perros de agua”, enfrenta hoy una crisis histórica. Un lugar que alguna vez fue sinónimo de abundancia, rodeado por los cuerpos de agua del río Tamesí, la Laguna del Chairel y el Golfo de México, ahora se encuentra al borde de la sequía.
El sistema Lagunario pasó de tener 477 millones de metros cúbicos el pasado mes de noviembre del 2023 a menos de 57 millones de metros cúbicos en mayo del 2024. Pero esta condición tiene una explicación en la naturaleza: la falta de lluvias se ha agravado en los últimos lustros.
Hace varias décadas, Tampico era azotado por fuertes huracanes, fenómenos naturales que, a pesar de su devastación, traían consigo lluvias torrenciales que reabastecían ríos, lagunas y acuíferos.
La última vez que eso ocurrió fue en 1966 con el ciclón Inés. Desde entonces han sido constantes las amenazas de huracanes que de último momento se desvían sin soltar sus precipitaciones en el sur de Tamaulipas.
El huracán más recordado en Tampico es el Hilda, que en 1955 causó destrucción en la ciudad y sus alrededores. La memoria colectiva aún conserva las imágenes de calles inundadas, viviendas destruidas y la resiliencia de los tampiqueños reconstruyendo su hogar.
Aunque nunca hubo una cifra oficial de fallecidos en la región por estas inundaciones, se especula que el número de muertos superó los 10 mil.
Antes de eso, en 1933 ya se había registrado el impacto de un par de huracanes destructivos que también generaron una grave inundación. Aunque en las últimas décadas no hubo impactos de ciclones en la zona conurbada, sí hubo algunos fenómenos que eran suficientes para mantener los niveles de agua en la región. Pero recientemente, la situación cambió drásticamente.
La combinación de cambios climáticos globales, gestión inadecuada de los recursos hídricos y el crecimiento desmedido de la población y la industria, ha llevado a una sequía sin precedentes.
Los embalses y los ríos, que alguna vez fueron fuentes inagotables de vida y prosperidad, ahora se encuentran casi secos, dejando a miles de familias sin acceso al agua potable. La paradoja es evidente: una tierra que vivió bajo la amenaza constante de las tormentas ahora clama por una gota de lluvia.
Los efectos del cambio climático han alterado los patrones de precipitación, y lo que antes era una abundancia natural se ha convertido en una escasez crítica. La laguna del Chairel, un emblema de la ciudad refleja la magnitud de la crisis; sus niveles de agua han descendido de manera alarmante, y la fauna que dependía de ella lucha por sobrevivir.
Ahora mismo, está activa la temporada de ciclones y huracanes 2024 en el Océano Atlántico que inició el 1 de junio y que pinta, según los especialistas, para ser histórica por la gran cantidad de fenómenos que podrían desarrollarse.
Se espera, de hecho, que la actividad ciclónica sea de hasta un 75 por ciento por encima de lo normal, previendo la formación de 24 eventos entre tormentas y huracanes de diferentes categorías, donde posiblemente uno de todos estos, o más, lleguen a afectar a Tamaulipas pero hasta después de julio, según los estudios científicos.
El último huracán que tuvo impactos fuertes en Tamaulipas fue el Alex en el 2010, que impactó en el centro del estado y luego causó severos daños en el estado de Nuevo León.
El Centro Nacional de Prevención de Desastres detalló: “Ese año ha sido el más costoso para nuestro país en materia de desastres, el daño económico de este huracán superó los 25 mil millones de pesos” Se formó entre el 24 de junio y el 1 de julio, provocó daños de distintos niveles también en Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Estados Unidos.
Impactó en dos ocasiones territorio mexicano, la primera fue en la península de Yucatán, ocasionando daños mínimos. La segunda fue en el noreste del país, donde tocó tierra como categoría 2 -en la escala Saffir-Simpson-, afectando a los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, donde los daños fueron bastante severos. Sus efectos más intensos se sintieron en las grandes urbes de esa región como Monterrey, Reynosa, Ciudad Victoria, Matamoros, Nuevo Laredo y Saltillo; principalmente.
El saldo de las vidas que cobró el fenómeno fue de 21. Muchos años antes, en 1955, impactó en Tamaulipas el huracán que causó el desastre natural más grave del que haya registro en el estado: el Hilda.
En esa temporada se presentó una combinación perfecta que derivó en una tragedia para los habitantes del sur de Tamaulipas y norte de Veracruz. “El peor desastre natural que se ha registrado en Tampico y en la región Huasteca ocurrió entre septiembre y octubre de 1955, cuando se resintieron en esta zona los efectos de tres ciclones tropicales”. Gladys tocó tierra el 6 de septiembre al norte de Tampico con vientos de más de 130 k/h las lluvias acumularon 640 milímetros y causaron las primeras inundaciones.
Hilda tocó tierra en Tampico la madrugada del 19 de septiembre y las mediciones arrojaron rachas de vientos de hasta 240 km/h. “La magnitud del huracán era tal que, cuando el ojo estuvo sobre el puerto, se experimentó una calma de alrededor de una hora de duración, tras la cual prosiguieron al menos dos horas más de vientos destructivos”, relatan las crónicas.
Por la mañana, se fue revelando el desastre: casas derruidas, cientos de heridos, muertos y desaparecidos, muelles y embarcaciones destruidas… En los días siguientes se contaron más de once mil personas damnificadas tan solo en Tampico; pero el ciclón dejó destrucción y muerte tanto en la costa —desde Tuxpan hasta Aldama—, como en los poblados y rancherías de la Huasteca.
Entre el 13 y el 26 de septiembre se registró un crecimiento gradual de las zonas anegadas; el agua, entonces, superó los tres metros sobre el nivel medio de la marea. Janet, el tercer ciclón del mes, ingresó como huracán categoría 5 al país y golpeó a Chetumal, Yucatán y se dirigió a Tuxpan. Las aportaciones de lluvias y sus acumulados fueron suficientes para que la cuenca del Pánuco se viera rebasada.
“De 3 a casi 6 metros. A partir del 8 de octubre, en cambio, se registró un gradual descenso del nivel de la inundación tras la disolución del fenómeno denominado «marea de tormenta», que había impedido el flujo de las aguas hacia el mar” Como consecuencia de esta enorme inundación, solo en Tampico la mitad de la población (más de cincuenta mil personas) resultó damnificada. Esas escenas trágicas quedaron en la memoria colectiva de los tampiqueños que hoy, ante la gravedad de la crisis hídrica, enfrentan la ironía de espera el impacto de un fenómeno meteorológico cuyos eventuales daños sean menores en comparación con los beneficios que puedan traer las precipitaciones, para rellenar el sistema lagunario y los otros cuerpos de agua de la región.
POR KAREN SALAS/ JOSÉ LUIS RDZ.