El México del siglo XIX fue muy socorrido por los viajeros europeos, quienes en su recorrido por el interior de la república admiraron la belleza de los paisajes y dejaron plasmado para las futuras generaciones sus aventuras, muchas de ellas en obras aún desconocidas y sin traducir al español. En febrero de 1888, el arqueólogo, antropólogo, etnohistoriador y lingüista alemán Eduard G. Seler y su distinguida esposa Cäcilie Saler-Sachs visitaron la huasteca tamaulipeca y potosina, durante su primer viaje a México.
El objetivo conocer la región, era principalmente de naturaleza arqueológica. En ese momento, Eduard contaba con un doctorado, tenía 39 años de edad, y era colaborador en la sección americanista del Museo Etnológico de Berlín, Alemania. Procedente de la Ciudad de México, el matrimonio llegó a San Luis Potosí, donde tomó una diligencia con rumbo a Valle del Maíz.
En el camino encontraron pesadas carretas de dos ruedas tiradas por bueyes, que traían mercancías de Tampico a San Luis Potosí. No faltaron tampoco los arrieros a pie o a caballo, dirigiendo manadas de mulas. Muchos de ellos, debieron ser gente de ambos Morelos o con amistad con los comerciantes de aquí.
EL RECORRIDO LO HICIERON A CABALLO
Aunque las diligencias de ese entonces llegaban hasta Tantoyuquita, pasando por El Naranjo, Nuevo Morelos y Fortines, los europeos habían comprado el boleto sólo hasta el Valle, pues pretendían realizar el resto de su recorrido a caballo.
Sus compañeros de viaje eran un licenciado, que acompañaba a una anciana dama, y un comerciante que estaba aprendiendo inglés. Debió ser gente muy preparada, pues Seler diría en sus cartas que ya habían oído hablar de ellos. Esos personajes quizá si continuaron el viaje hasta Tampico o quizá se bajaron en uno de los Morelos, cosa que jamás sabremos.
Después de un viaje bastante cansado debido a lo pésimo del camino, finalmente llegaron al Valle el 8 de febrero de 1888. Sobre este lugar, Eduard Seler dijo en una de sus cartas: “Finalmente arribamos, sin haber visto señal alguna de maíz, del cual la ciudad y el valle toman el nombre”. En Ciudad del Maíz encontraron el único hotel que había en el lugar, o, mejor dicho, el único mesón, el cual estaba ocupado por un grupo de soldados que acababan de llegar de Nuevo Morelos procedentes de Tampico, donde habían acudido a escoltar una conducta de valores. Finalmente, los viajeros prusianos no se quedaron ahí, pues el jefe de correos les ofreció su casa.
Ahí comprobaron que en las cercanías había “cuecillos”, los cuales eran el objeto de su visita. De inmediato recibieron como regalo una bella vasija y otros objetos pequeños provenientes de una de esas tumbas prehispánicas. Además, obtuvieron información valiosa sobre los que se encontrarían en el camino. El 9 de febrero de 1888, a las ocho de la mañana, partieron de Ciudad Maíz, acompañados con los mejores deseos del jefe de correos y de gran parte del pueblo. Antes habían distribuido con gran esfuerzo su voluminoso equipaje en dos animales de carga, y les habían preparado las monturas.
Primero viajaron a lo largo de la planicie rodeada de cerros y cubierta de maíz, del cual la ciudad toma su nombre. Posteriormente llegaron a un bello bosque de encinos siempre verdes y descendieron por él hacia una segunda planicie más pequeña, cubierta de maíz y garbanzos. Luego fueron de nuevo hacia arriba, a través del bosque alto, hasta llegar al rancho Puerto de Lobos; después hacia la cima, pasando campos de cultivo y casas, con bella vista a las cañadas cubiertas de bosque y al pueblo de Santa Barbarita.
Al mediodía llegaron a Platanitos, y el camino que siguieron después, continuó a través del mismo bosque hermoso. El 10 de febrero, por la mañana, mandaron a su arriero y a su mozo con las maletas al rancho Los Naranjos, donde se hospedarían. Mientras tanto, los Seler cabalgaron hacia el famoso Salto del Agua, el cual ansiaban ver, porque en sus palabras, hasta ese momento sólo era conocido en la región, y desconocido en Europa y otras partes de México.
LA ZONA DE LAS CASCADAS DE EL NARANJO LO CAUTIVO
Seler quedó maravillado de la región de El Naranjo, y en sus apuntes describió sus caminos y veredas. Siguiendo su relato, Seler mencionó que llegaron pronto a un rancho, del cual no da nombres, pero que pudo ser El Meco, donde encontraron al administrador de la finca, y que su joven esposa los recibió amablemente. Un muchacho los guió en un caballo sin montura por el camino hacia El Salto.
De regreso en el rancho, encontraron a don Benito, el administrador, un hombre algo parco y serio, pero que escuchó atentamente todo lo que pudieron contarle los europeos de su país, contestando de forma amable, un sinnúmero de preguntas que le hicieron.
Al mediodía se les ofreció una comida que consistía en sopa de arroz, caldo de fideos, papas en pequeñas rebanadas y fritas, huevos fritos, frijoles negros y, por supuesto, las tortillas que nunca pueden faltar.
Después regresaron por el mismo camino, en dirección a Huamúchil. Seler escribió en sus apuntes que el río era conocido como de los Naranjos, y que sin duda su nombre se debía a los naranjos silvestres o más bien abandonados que crecían en su ribera, así como en toda la región, y que, cubiertos con la fruta dorada, formaban uno de los adornos más bellos de esos bosques.
Estando ya cerca del El Naranjo, Seler describió el lugar como un espléndido bosque de palmeras que se extendía hasta la orilla del río, el cual cruzaron ya casi al oscurecer por sus dos amplios brazos a caballo; el agua cristalina llegaba hasta la panza de los animales. Al otro lado encontraron al resto de su gente que habían mandado horas antes con el equipaje, y que ya los esperaban.
En una de las chozas del lugar ser les dio un alojamiento aceptable para la noche.
ADMIRARON LAS RUINAS HUASTECAS
Al amanecer, Seler se enteró por medio del posadero que, en la selva de palmas, al otro lado del río había algunos cuisillos.
Con la garantía de medio dólar como pago, el mexicano les prometía ser su guía. Así que, en las horas tempranas de la mañana, iniciaron su excursión. Tenían mucho que cabalgar, pues el camino era bellísimo. Una tierra negra y pesada, en algunas partes saturada de humedad, formando una masa de lodo negro, moldeable y viscoso. Los caballos avanzaban con gran esfuerzo por la angosta vereda. A izquierda y derecha, se extendía, inmensa e impenetrable, la densidad de las altas palmeras de abanico. Entre ellas, brotando del suelo, las hojas gigantescas de los retoños.
El guía les aclaró que con ellas se hacían agua fresca. Seler no describe que región visitaron en busca de los vestigios prehispánicos, pero por la descripción que da del terreno, es probable que hayan cabalgado hasta los rumbos de Nuevo Morelos. El alemán solo dice que los cuisillos que buscaban, resultaron ser construcciones de piedra en forma cerrada y circular de distintas alturas y tamaños. Una de ellas, de altura considerable, semejaba una
pequeña pirámide y que las paredes tenían forma de muros adoquinados.
Añadió también que la tierra que rellenaba el empedrado, contenía restos de vasijas, entre los que también encontraron un huso de barro (metate). El europeo lamentó que no pudo excavar como era debido, ya que le faltaban herramientas y hombres.
SU PASO POR LA HACIENDA DE RASCÓN
Seler menciona en sus apuntes que, en El Estribo no había nada de comer y no había tampoco una casa donde dormir, pero tenían ellos una lata de pollo y
una botella de Vermouth y la anciana en el rancho preparó café. Se recostaron bajo el pórtico de la casa con las maletas y los bultos amontonados a un lado. La noche fue estrellada y durmieron más o menos bien.
A la mañana siguiente partieron de allí. El camino que siguieron era bastante bello al principio, y después, fueron otra vez por colinas calcáreas pedregosas o sobre amplios pastizales en los que el ganado pastaba.
Pasaron una sola población, Los Charcos, donde un grupo de mexicanos, mujeres y hombres que habían bailado toda la noche y estaban completamente borrachos, los querían retener por la fuerza para que bailaran con ellos luego llegaron a un pueblo llamado Espíritu Santo, donde hicieron pausa del mediodía.
POR MARVIN HUERTA MÁRQUEZ