Esta semana, el Inegi dio a conocer su estimación oportuna del Producto Interno Bruto para el segundo trimestre de 2024. Durante éste, el PIB registró una tasa de crecimiento de apenas 1.1% respecto al mismo trimestre del año anterior (cifra ajustada por estacionalidad). Las actividades terciarias, tales como comercio y servicios, crecieron 1.7%, las actividades secundarias o industriales avanzaron apenas 0.5%, y las actividades primarias o agropecuarias decrecieron 2.2 por ciento.
Para tratarse del último año de un sexenio que se ostenta como transformador —un nuevo modelo de economía moral—, se trata de un crecimiento mediocre por donde se le vea. Tradicionalmente, ya sea por los enormes gastos de campañas electorales —legales e ilegales—, así como por el ciclo de gasto público en proyectos de infraestructura que se intentan terminar antes de concluir un mandato presidencial, suelen observarse tasas de crecimiento económico relativamente altas en los años electorales. En contraparte, durante el primer año de gobierno suele observarse cierta desaceleración económica, misma que se debe, en parte, a la curva de aprendizaje de la nueva administración, y en otra, al ajuste de los excesos de los años electorales.
Basten algunas cifras como ejemplo. Durante el segundo trimestre de los últimos años electorales, las tasas de crecimiento (desestacionalizadas) respecto al mismo trimestre del año anterior han sido: 5.35% en 2006; 4.2% en 2012, y 2.11% en 2018. Así, las tasas de crecimiento anualizado en los mismos años fueron: 4.5% en 2006; 3.44% en 2012, y 2.19% en 2018. Contraste cualquiera de estas cifras con la tasa de 1.1% anunciada esta semana.
El PIB no es el único indicador macroeconómico preocupante. Durante mayo y junio se registraron importantes caídas en la generación de empleos formales. Hace unos pocos meses, se esperaban tasas de crecimiento trimestral de alrededor de 0.8 por ciento. Sin embargo, el Inegi reportó ayer una tasa trimestral de apenas 0.2% —un crecimiento prácticamente nulo entre abril y junio—.
Si se toma en cuenta que el sector industrial reporta muy escaso crecimiento, esto puede quiere decir que desde ahora se está observando el escenario de desaceleración económica que uno esperaría hasta inicios de 2025. Los sectores donde se ha registrado mayor dinamismo se deben al mercado interno, el sector servicios y comercio —pero éstos no tienen el impacto que la industria o las manufacturas—.
El gobierno presume cifras récord de inversión extranjera, y lleva meses prometiendo aprovechar todas las oportunidades de la relocalización de industrias en México, pero lo cierto es que esto no se ha reflejado en mayores tasas de crecimiento que las observadas durante los sexenios anteriores, mismas que tampoco fueron suficientes para mejorar la calidad de vida de los hogares de manera significativa.
En cierta medida, es natural que haya cierta incertidumbre entre un sexenio y otro. Lo que no es tan natural es que esta incertidumbre se observe, incluso cuando el mismo grupo político se mantendrá en el poder. Si el modelo económico de los últimos años es tan promisorio, ¿por qué el crecimiento es tan mediocre? Si la promesa de continuidad consiguió tantos votos, ¿por qué hay tantas inversiones paralizadas?
Una fuente clara de incertidumbre es el resultado de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Donald Trump ha prometido implementar severas medidas proteccionistas para dejar de exportar empleos hacia México. El anuncio de Elon Musk de suspender hasta nuevo aviso la planta de Nuevo León, por ejemplo, puede no ser sólo un caso aislado.
Otra fuente clara de incertidumbre es la iniciativa presidencial de desmantelar el Poder Judicial para renovarlo con designaciones mediante voto popular. Los grandes actores económicos no siempre defienden el Estado de derecho, pero sí detestan la incertidumbre. Por último, un crecimiento mediocre o recesivo en 2025 también tendría un impacto en las finanzas públicas.
POR JAVIER APARICIO