Mis mejores vacaciones de infancia fueron en casa de mis primos en Ciudad Guzmán, Jalisco.
Mi tía criaba unas 500 gallinas en el traspatio a las que cada varios días había que sacar de sus jaulas y dejar que se movieran por el suelo.
Salían entumidas, pero ya en la tarde había que corretearlas para regresarlas a sus jaulas.
Cada día la camioneta de una empresa comercializadora recogía llena la caja de cartón para 360 huevos que había dejado el día anterior.
Esta pequeña unidad de producción, repetidas por decenas de miles, abastecía a la población de su principal fuente de proteínas.
Muchos años más tarde entrevisté en un pueblo de Oaxaca a las señoras de un grupo que, contentas, se capacitaban en cría de cerdos.
Se me ocurrió preguntarles ¿Cuántos cerdos tienen? La respuesta común fue entre 3 y cinco. Luego pregunté ¿y hace 15 años cuantos cerdos tenían? La memoria iluminó sus caras y la mayoría dijo que entre 30 y 40 cerdos. La verdad es que ya eran expertas, pero la beca de la capacitación les caía de perlas.
En otra ocasión hablé con una docena de productores de calzado de San Mateo Atenco, entre la CDMX y Toluca.
Cada uno producía alrededor de 70 pares de calzado a la semana. A la pregunta de cuanto podrían producir si fuera fácil vender, la respuesta generalizada fue de 300 a 400 pares a la semana con el equipo con el que ya contaban.
Ahora en el mercado local predomina el zapato chino. Una maquiladora en un pueblo en el estado de México producía brasieres para una muy conocida empresa transnacional que le proporcionaba los insumos y muy detalladas especificaciones de fabricación.
El producto, de exportación, se hacía con mano de obra local. Solo que la trasnacional establecía acuerdos similares con otras maquiladoras en El Salvador, Filipinas y otros países; todas competían por los contratos.
La maquiladora no siempre trabajaba a todo lo que daba su capacidad instalada; depende de los contratos y la competencia externa.
En la ciudad de Oaxaca platiqué con el último de los 15 alfareros que antes había en ese barrio.
Lograba sobrevivir porque abandonó la producción utilitaria (enseres de cocina, jarras para agua, platos, tazas y demás), para hacer cursos de modelado para señoras de clase media que les gustaba hacer figuritas y ornamentos.
Bien por él. Igual encontré en pueblos y barrios de todos los estados los restos de la antigua producción de talabartería, cordelería, miel, dulces regionales, materiales de construcción (adobe, ladrillo y demás), además de herrerías, carpinterías, aprovechamiento de limo de rio para fertilizante, o la complejidad del trabajo de una verdadera milpa entrelazando múltiples especies.
Incluso producciones insospechadas. En un pueblo en los altos de Chiapas debatían como recuperar la producción de seda antes de que las últimas ancianas que sabían del cultivo de la morera, el cuidado de los gusanos de seda y la producción de hilos y tejidos fallecieran.
La gran pregunta en muchos pueblos campesinos era ¿qué podemos producir? Tenían tierra, recursos diversos y ganas de trabajar, lo que no podían definir era una producción vendible. La falta de respuesta orilló a la emigración a millones destruyendo lazos familiares, cohesión social y gobernabilidad interna. De pobres pasaron a ser desplazados.
Durante décadas la orientación oficial fue en favor de los “nichos de mercado”. Los programas públicos impulsaron nuevas producciones: Tomate enano, zarzamora, setas, quesos de cabra y similares.
Lo importante era que los campesinos dejaran de producir lo que ya no podía competir en el mercado, es decir lo que antes ellos mismos consumían, y ahora produjeran para otro tipo de consumidores, nacionales e internacionales.
Mucho gastó el gobierno en impulsar estas pequeñas unidades de producción y así se sembró el campo de pequeños elefantes blancos, más bien ratones blancos, cascarones sin capacidad competitiva.
En lo que no se gastó fue en lo esencial: comercialización organizada. Al contrario, se desapareció a la CONASUPO y programas de compra directa a los campesinos a partir de un costal de 60 kilos de maíz. Diconsa y sus miles de tiendas se reorientaron a vender productos de importación, incluyendo maíz y arroz, o productos industrializados.
Imperó la idea de que la modernización de México requería romper con la producción atrasada; o de que lo eficiente eran las compras en gran escala a precios más competitivos en un comportamiento institucional copiado al sector privado.
La evolución del mercado a las grandes cadenas comerciales y el abandono de la comercialización institucional contribuyó a que millones que eran pobres autosuficientes evolucionaran a la categoría de pobres dependientes de las transferencias sociales.
¿Es el camino más adecuado, o hay que corregir el rumbo? La destrucción de la producción de traspatio, masiva, dispersa y altamente diversificada, no fue acompañada por la capacidad de la economía nacional, formal, para darle empleo a los millones que desplazó. Lo que ha generado enormes problemas de inequidad, subempleo e informalidad improductiva, deterioro de la gobernabilidad y violencia insoportable.
Los pobres son ahora más dependientes del resto de la economía y de un gobierno austero cuyos programas sociales apenas logran mitigar la miseria, sin inducir la participación en su propio sustento, mientras que se acelera la erosión institucional y de servicios públicos generalizada.
Es una espiral negativa en la que está inmersa la mayoría de la población y cuyo remolino amenaza bloquear una evolución positiva de los espacios de modernidad relativamente exitosa. Pensar que nos sacará del apuro la inversión externa es un delirio absurdo.
La tendencia es a la creciente diferenciación socioeconómica entre dos Méxicos, asociada a los altos riesgos de una mayor polarización política. La pérdida de la gobernanza local y regional amenaza engullir a la gobernanza nacional.
La mejor forma de salir de este agujero es crear el espacio en que se pueda recuperar la micro producción convencional, dispersa y muy diversificada, como fuente de empleo y bienes de consumo para los excluidos de la formalidad globalizada.
De ninguna manera es una propuesta en contra de la globalización y modernización eficiente de los sectores, pocos, que pueden avanzar en ese camino.
Se trata de construir un espacio paralelo, no alternativo, donde puedan producir, intercambiar y consumir los excluidos. Se requiere aportar lo esencial para que florezca la producción local: impulso a la organización para el intercambio entre centenares de miles de micro productores sin acceso al mercado nacional globalizado.
Entre todos pueden generar una canasta de consumo diversificada y apropiada a las necesidades de consumo de ellos mismos. Un remedio para la inflación y el deterioro de la gobernanza.
El detonador de la alianza Estado – Población sería orientar parcial y gradualmente la demanda que generan las transferencias sociales a compras locales y regionales que incentiven la producción local, regional y nacional.