De acuerdo a textos atribuidos a Nicolás Maquiavelo, se debe considerar que no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni de éxito más dudoso, ni más peligroso de manejar, que la implementación de un nuevo orden de cosas. Como la reforma judicial.
El cambio es necesario y, diríamos, inevitable, pero los ministros, magistrados y jueces, en lo más íntimo se aferran al pasado.
Todos desean el cambio en abstracto, un cambio superficial, pero no un cambio que modifique de manera fundamental sus hábitos, ya que les resulta profundamente perturbador.
El mismo Maquiavelo subraya que:
“El profeta que predica y provoca cambios, sólo puede sobrevivir por la fuerza de las armas; cuando las masas inevitablemente ansían volver al pasado, sólo les queda recurrir a la fuerza armada.
“Pero el profeta armado no podrá perdurar, a no ser que genere con rapidez una serie de valores y rituales que remplacen a los de antaño y cambien ansiedades de quienes temen al cambio.
“Es más fácil y menos sangriento practicar una suerte de estafa. Predique el cambio todo lo que quiera, y hasta implemente reformas, pero cúbralas con la reconfortante apariencia de hechos y tradiciones del pasado”.
Todo esto forma parte de lo que ahora se conoce como cultura de la innovación.
Algo que no deben ignorar los políticos y los ministros, magistrados y jueces, pues su desconocimiento podría ser el argumento de un fracaso seguro.
Hay otra sentencia política que dice: No hay nada más embriagador que detentar el poder, pero tampoco nada más peligroso.
Y es ésta una gran verdad, porque el ejercicio del poder en una personalidad ambivalente podría obnubilar su capacidad de raciocinio, que es el instrumento por excelencia con el que se mueven las piezas del ajedrez.
De ahí la importancia de abrevar en los estudiosos de los fenómenos políticos, que recomiendan actuar con prudencia para aprender a dominar las emociones y no por el contrario, ser presa fácil de la irreflexión al momento de tomar decisiones.
Sin lugar a dudas cada situación es diferente. Y en función de ello la toma de conciencia resulta fundamental en el desarrollo de un proyecto.
Se lo comento porque en México el futuro político implica nuevas y distintas empresas, que es menester abordar con los enfoques y la dinámica que el momento y la circunstancia demandan, si acaso el propósito es caminar hacia delante.
Esto quiere decir que los hombres del poder deben saber dónde hay que detenerse, qué cambios graduales impulsar, con qué amigos o enemigos jugar y cuándo consolidar lo alcanzado.
También resulta pertinente reconocer que el poder tiene sus ritmos y pautas, y, a partir de esta base, colocar a cada funcionario en su justa y real dimensión, a efecto de estar en capacidad de utilizarlos a favor de la misma causa.
Quien en verdad ejerce el poder no debe perder de vista que la esencia de la estrategia consiste en controlar los pasos subsecuentes, ya que la euforia podría alterar su facultad de interpretar y dirigir hacia buen puerto los acontecimientos que se avecinan.
Lo más común entre los subordinados es que el influyentismo se les trepe a la cabeza y actúen más emocionalmente que con razón, al tiempo que muestra proclividad de quedarse en lo establecido y, en el peor de los escenarios, vivir de la fama ajena.
Este tipo de actitudes relajan la capacidad de análisis objetivo y llevan al conformismo, al considerar en forma errónea que todo se encuentra bajo control.
De lo anterior se desprende una lección, que no por sencilla carece de importancia.
Los hombres y mujeres que conocen y manejan con efectividad el poder, varían sus ritmos y pautas; cambian, se adaptan a la circunstancia y responden en lo inmediato a las contingencias, pero también prevén todo tipo de escenarios. Es decir, jamás pierden la dimensión del lugar que ocupan y menos se marean.
El símil del manejo del poder, bien podríamos encontrarlo en una de las primeras recomendaciones que hacen los instructores de equitación a sus discípulos: “Antes de domar el caballo, hay que domarse uno mismo”.
Le hago este comentario porque según Nicolás Maquiavelo, lo que hundió a Cesar Borgia fue que logró muchos triunfos y era un hábil estratega, pero tuvo la mala suerte de tener buena suerte.
Dicha cita bien podría adaptarse a la situación política del momento, ya que está visto que el presidente se está tropezado con distintos problemas al cierre de su gestión.
POR JUAN SÁNCHEZ MENDOZA
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