Llegué a casa de Raúl a las 8 en punto, tal como lo habíamos acordado. Toqué el timbre y me abrió Lupita su esposa, quién me recibió con una gran sonrisa, de esas que le transmiten alegría a uno, “Buen día Fernando pásale, Raúl no tarda en bajar, ¿te ofrezco un café?” me dijo.
“No, Lupita gracias” contesté “vamos a desayunar con los amigos y no sé cuántos cafés me tomaré allí”, “ándale pues -replicó Lupita- pásale y siéntate, Raúl no tarda”, y se retiró a hacer sus quehaceres.
Me quedé observando la sala de la casa, no muy grande pero acogedora, se sentía el toque femenino de Lupita, además había muchas fotos de la familia enmarcadas cuidadosamente en las mesitas que había en el lugar: de la boda de Lupita y Raúl, varias de cuando nacieron sus hijos, tenían cuatro, dos varones y dos mujercitas.
Allí estaban fotos de Raúl el mayorcito en el uniforme del equipo de futbol donde jugaba, de Sofía la jovencita que le seguía cuando había cumplido sus 15 años, de Lupita en su último cumpleaños y de Arturo el menor que debería tener unos 11 años, de él había varias fotografías antes de que sucediera un terrible accidente donde un ebrio lo arrolló y casi lo deja paralítico, de eso habían pasado ya dos años y el niño aún no se recuperaba. Tomé una foto donde estaban todos en ese momento, incluyendo a Arturo que se apoyaba en muletas. “¿Qué te parece mi familia Fernando?”, escuché decir a Raül; “Envidiable y muy bonita. Ya ves, a mí no se me dio tener una y la tuya me parece genial” contesté. “¿Verdad que sí?, me respondió, “Estoy muy orgulloso de mis hijos y agradecido con Lupita que ha sido piedra angular en la familia”, “deja presumirte que Raulito logró una beca en Texas A&M y va a estudiar allá, no sé cómo le voy a hacer para pagar su manutención, pero de que se va, se va, y las niñas también van muy bien en la escuela, pero ayudan mucho en la casa a su mamá”, en ese momento lo interrumpí y le pregunté “Y ¿Cómo va Arturito con su recuperación?”, “ Él es de quién me siento más orgulloso, tiene un gran compromiso con su terapia de recuperación, la semana pasada el doctor me comentó que no sabía qué pasaba pero que se estaba recuperando muy rápido, el quiere jugar futbol como su hermano, y yo creo que lo va a lograr, le dedica mucho tiempo y esfuerzo, ¡ah! Y no descuida la escuela, ahí va batallando con sus muletas, pero cumple muy bien”. “Vámonos”, me dijo indicándome la salida.
Nos subimos a su carro, y en el asiento del conductor estaba un pequeño libro titulado “El camino a la felicidad”, tomé el libro para poderme sentar y me puse el cinturón de seguridad.
Raúl arrancó el carro y lo guió con rumbo al restaurante donde desayunaríamos con un grupo de amigos. Yo empecé a hojear el libro y él me comentó “lo vi anunciado en el internet, me llamó la atención y lo compré”, “¿qué tal está? Pregunté”, “pues interesante, creo que hay que aprender de todo, es como un código de conducta que, de acuerdo con el autor, te permite vivir feliz, habla de comportamientos que debes de observar para mantener tu cuerpo y tu mente sana, como que mantengas limpio tu cuerpo, te alimentes adecuadamente, que seas íntegro para que tu conciencia no esté peleada con tus acciones, que no mates, que no robes, que no le hagas daño a las personas, en fin que evites todo aquello que pueda enturbiar tu vida”.
“En pocas palabras que te portes bien” contesté. Raúl soltó una sonora carcajada y asintiendo me dijo “Exactamente” -y añadió- “pues mira, a lo mejor me voy a oír mal, pero cuando vi el libro me renació la inquietud de saber si soy feliz” me dijo. “Cuando era pequeño oía a mis tías que comentaban: ‘quién como Raulito que vive feliz, sin preocupaciones’, y nunca entendí porque lo decían”, comentó, “y ahora que soy mayor ese recuerdo me puso a reflexionar y quiero entender porqué lo decían”. Poniéndose algo serio me preguntó: “Y tú Fernando ¿Qué opinas?”. ¿De la felicidad? ¡Hombre!, ¡que acabamos de estar con ella en tu casa!