CIUDAD VICTORIA, TAM.- Aquella es una colonia terregosa y polvorienta, con calles donde es más fácil contar los pedazos de pavimento ‘buenos’ que enumerar los baches.
Al estar tan alejada del centro de la capital, casi en terrenos ejidales, se puede aún disfrutar de esa tranquilidad mañanera que anuncian los gallos y los ladridos de perros: se respira un ambiente campirano que si no es por el ronco sonido de los microbuses con su ruta rotulada en la carrocería, no se sabría que aún se está en la ciudad.
Cuando el sol sale, el vaivén de vehículos y personas se vuelve intenso, incluyendo pequeños sitios en los que la actividad es energizante.
Hay en esta colonia un pequeño ‘campito’ de futbol al lado de un salón de usos múltiples, que hasta hace tiempo solo servía para que parejitas se pusieran a ‘pichonear’ por las tardes y para que uno que otro malandro se instalara a quemar mota en un rincón, además de hacerla de estacionamiento cuando algún avecindado celebra una pachanga.
Sin porterías y enmontado lucía este espacio ‘deportivo’ que más bien parecía una serie de lotes baldíos juntos.
Únicamente se veía por las mañanas a las bailadoras de zumba esforzarse por bajar de peso en el solitario salón. Pero eso cambió hace un par de años. Dos mujeres visionarias decidieron ponerle corazón y músculos a este lugar.
Iniciaron una escuela de futbol con apenas una tercia de chiquillos. Al principio a los niños se les veía brincar y patear un único balón con pequeñas porterías hechas de tubo de PVC y sin redes. La semilla estaba sembrada.
Hiram acaba de entrar a la adolescencia. Su mirada aún denota inocencia e ingenuidad, pero también tristeza: su vida se ha complicado a raíz de la violencia intrafamiliar.
En su casa todo es gritos y hasta golpes, un hecho que todos sus vecinos conocen pues las regañadas y los cinturonazos se escuchan perfectamente a muchos metros de distancia.
La escuela significa un salvavidas para él, pues su mente se aligera con la enseñanza, sin embargo, a Hiram no le gustan los fines de semana y muy apenas sobrevive a las vacaciones, pues estar en lo que debería ser un hogar se ha convertido en un infierno.
Desde muy temprano recibe insultos y humillaciones por parte de sus propios padres: de ‘pendejo’ no lo bajan.
Pero un día apareció la esperanza para él, en forma de pelota. Hiram y la recién creada escuela de futbol de sus vecinas se encontraron.
Por las tardes el adolescente sale con su ‘esférico’ a entrenar soccer. Se le ve corriendo y sudando, dando brincos y alzando la mano para recibir un pase de pelota.
Tarde a tarde se fue incrementando el número de chamacos entrenando entre exclamaciones agitadas y pitidos marcando el inicio y fin de una rutina.
Luego empezaron los ‘cuadrangulares’ y después los torneos con colonias cercanas que aceptaron el reto.
El campito fue adquiriendo vida: algunos olmos y almendros se sembraron a la orilla para proporcionar la sombra tan deseada y acompañar a un par de framboyanes y neems que ya estaban ahí.
Nuevas porterías aparecieron y en un afán de extender las jornadas ‘pamboleras’ se instalaron luces y reflectores conectados al domicilio de las entrenadoras frente al parque “Todavía estamos esperando que el ayuntamiento nos electrifique el lugar, ya tenemos cableado y focos” comenta la entrenadora.
Tiempo después no solo se pudo observar a niños jugando soccer: equipos de adultos se integraron a la actividad futbolera los fines de semana y más recientemente, la mamás de los niños empezaron a entrenar y ya se habla de realizar torneos en la rama femenil.
Y todo a partir de un par de niños que cambiaron la tablet o el celular por un balón. Como siempre suele suceder hubo vecinos que se molestaron por ‘el ruido’ de los balonazos que de vez en cuando rebotan en algún portón (una de las inconformes dijo ser trabajadora del municipio).
A pesar de eso el campito de la colonia se llenó de bullicio donde cientos de personas se reúnen a disfrutar de la convivencia familiar cuando hay partidos.
Hiram ahora tiene una sana actividad extraescolar y ya se le ve sonreír con más frecuencia. Ojalá que este fenómeno se replique en muchas colonias más. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA