En pocos días Tamaulipas arrancará una nueva etapa de su vida pública con el inicio de un nuevo trienio en los ayuntamientos y de la nueva legislatura local.
Morena cuenta prácticamente con todo el control político del estado y el gobernador Américo Villarreal tendrá una concentración de poder jamás vista en la historia reciente.
Justo en la mitad del sexenio comienzan a sonar por los pasillos los ecos de lo que podría ser la sucesión en Tamaulipas, e inicia el nerviosismo entre el círculo rojo sobre los escenarios posibles.
En la película del futuro inmediato existe la gran posibilidad de que el INE defina que la candidatura a la gubernatura sea pera una mujer, además de la coyuntura de un país que será gobernado por primera vez en su historia por una mujer.
Entre las actuales figuras políticas, son pocos los cuadros que sobreviven en la oposición y los de Morena, muy débiles. El número de mujeres morenistas con suficiente fuerza política queda aún más reducido.
Hasta el momento en Morena sólo destacan tres mujeres con el suficiente posicionamiento a nivel estatal: la ya senadora Olga Sosa Ruiz, Carmen Lilia Cantú Rosas y la irrupción de Mónica Villarreal Anaya que en septiembre inicia su administración en el ayuntamiento de Tampico.
En la lejanía Maki Ortiz aún ostenta con números su fuerza política en el estado, al mismo nivel de José Ramón Gómez Leal, pero sus recurrentes y evidentes problemas de salud dinamitan de momento sus ambiciones políticas.
La mamá de Makito es la única política que cuenta con una verdadera estructura política por el cacicazgo en el que convirtió el ayuntamiento de Reynosa a lo largo de nueve años.
Olga, en el poco tiempo que tuvo en su reactivación política (a velocidad del sonido por cierto), ha escalado con alianzas circunstanciales y su equipo de trabajo aún se mantiene en las sombras.
Carmen Lilia y Mónica tienen un márgen de acción aún insuficiente por la complejidad de administrar los dos municipios más importantes del estado.
Tras la fortaleza que heredó la figura poderosa de Andrés Manuel López Obrador llega su ausencia, y con ella la necesidad de llevar a la 4T a la verdadera operación política.
Las ínsulas de posiciones que heredó a nivel nacional Mario Delgado en Morena se esfumarán con su salida y ha llegado el momento de aterrizar el proyecto cuatroteísta como un verdadero partido.
En Tamaulipas la falta de un partido con sentido social como sucedió en el priismo y el panismo cabecista, diezmaron la fuerza política de sus gobiernos además de los juegos de intereses y las fallas aparato de Bienestar, pieza clave para fortalecer las estructuras políticas de cualquier poder en turno.
Hasta la fecha el partido que dirige aún Yuriria Iturbe flotaba entre los grupos morenistas que llegaron previos al gobierno del doctor Américo Villarreal y que hasta la fecha mantuvieron una acción insuficiente en sus espacios de poder.
Reynosa, Matamoros y Ciudad Madero son claros ejemplos de la desobediencia al poder en turno. Pero todo cambió y con la nueva reconfiguración, el ameriquismo se impuso al menos en la conformación de los ayuntamientos y del Congreso Local.
Pero al igual que a nivel nacional, es momento de aterrizar en el partido todo el bagaje ideológico, político y sobre todo el pragmatismo que hereda un obradorismo que consolidó por completo un proyecto de nación.
Pero sin la fuerza de su fundador, pero con la nueva era del Sheimbaunismo es momento de que el partido consolide su fortaleza institucional evite su resquebrajamiento y dejar a la 4T a la deriva.
En Tamaulipas la consolidación del ameriquismo en la estructura morenista propiciaría una mayor fortaleza de sus grupos políticos y sobre todo la formación de nuevos cuadros, necesarios para la causa cuatroteísta, y que urgen para la vida pública del estado en general.
La sorpresiva coyuntura de una elección para las mujeres abre la puerta para la consolidación y formación de los nuevos cuadros con sus liderazgos en manos de mujeres.
Y terminaría por consolidar un proceso de renovación política que estalló con la caída del priísmo, frenada por los delirios autoritarios del cabecismo y ahora nuevamente continúa con un proceso natural producto de la caída del octagenario régimen priista.
POR ALFONSO GARCÍA RODRÍGUEZ