A veces los pies son caballos y trotan en el prado o en el llano, a cielo raso persiguen una yegua. Otras veces los pies son pájaros o alas de Aquiles para ir lejos y más rápido a todos lados, incluso al cielo con pies ligeros.
Durante la noche los pies duermen en el mismo aposento, sea de piedra o en un lecho de rosas, juntos se estrechan para descansar o se apartan, se entrelazan, entrepiernan, hediondos se agarran a patadas, es igual, quedan jetones hasta que despiertan con un calambre, como quiera abusados por si uno ocupa del otro. En eso consiste el baile.
En el día un pie persigue al otro que pronto se convierte en perseguido. Apenas rozan el suelo y el contacto eléctrico pierde el control o lo extiende. Una piedra en el camino hace caer al sujeto, otra lo hace llegar más pronto.
Los caminos están armados por muchas pisadas de los pies. Una huella descalza sigue la huella de otra si nos damos cuenta. Si escuchas, todavía se oye el trote, si sabes leer los escribes bajo el sol con un lápiz de cactus. Hay pies lindos como los de María Félix con todo y tacones altos, y existen seres horripilantes puestos en zapatos muy elegantes como en una película de la época.
Cabalgando sobre dos briosos corceles vamos por la vida y la vida pasa rebasando el irsuto cabello de los equinos. No hemos llegado al último poblado donde caballo y jinete descansaremos para siempre, llegaremos el golpe avisa, de repente tirando del freno ya inútil que nos arrojará al suelo, estoy seguro.
Uno mete la pata y es la historia trágica que todos recuerdan. Alguien- nunca se sabe quién- mete el pie y no por eso marcan un penalti, el fútbol es así. Los pies dejan huella en la arena, mantienen una nigua ninguneada, descubren una astilla, se entierran una espina como una flecha pequeña.
Los pies también fueron niños, potrillos que meten los pies al agua con tenis nuevos, que saltan y no hacen caso, infancia como un agujero en el zapato del pie izquierdo, infancia que aún cala entre las piedras.
En el transcurso de una corretiza, sin hablar, los pies se pasan la estafeta invisible según el terror del concursante, pisan el piso caliente e inventan los zapatos, traen a la memoria las botas federicas del abuelo insurgente y medio revolucionario el vato.
El señor te libre de un golpe en el dedo chico, un dardo envenenado en el talón de Aquiles en esta guerra de Troya. Pues con el empeine has fallado uno que otro penalti y no fue por eso que le quemaron los pies a Cuauhtémoc Blanco.
Los pies aceleran y frenan un carro y ahí sí pueden ir hechos madre hasta encontrar un semáforo volteado y es que toda la vida de este tiempo han ido en sentido contrario. Con los pies pedaleas bicicletas ajenas y propias, son las nueve de la noche y vas por el eje vial, recuerdas la lejana infancia volando ya sin consentimiento de los pies , sobre los rieles del tren.
Los caballos, si los dejan, son capaces de saltar una cerca, acabarse el único ojo de agua que había en la sierra, tumbar al jinete domador sin experiencia. Para domar a esos caballos, luego de nacer, el hombre se tarda un año y 700 caídas libres de polvo y paja, contadas a vuelo de pájaro.
Con los dedos de los pies se equilibra el cuerpo, sin ellos no es pie, por lo cual caes al suelo bien gacho y después ya nada es lo mismo, todos recuerdan aquel ranaso en el lodo.
Hasta la fecha nadie adivina a donde van los pies una vez puestos en marcha. De pronto vuelven tras los pasos, dan vuelta en una esquina imprevista, andan por calles por donde no habían pasado, se pierden y se encuentran otra vez con el dueño víctimas del cansancio a tomar u poco de agua, a descansar un rato abajo del árbol que es el cuerpo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA