«No hay enemigo pequeño en la política» es una lección que muchos aprenden tarde. En la arena política mexicana, apodos como «Ricky Riquín Canallín» no solo buscan desprestigiar, sino también encapsular una narrativa: la del político joven, ambicioso y con un pasado turbio. En el caso de Ricardo Anaya, el apodo dado por AMLO en 2018 regresa al escenario político nacional luego de un autoexilio que duró más de tres años.
Anaya, quien fue uno de los principales contendientes en la elección presidencial de 2018, abandonó México en 2021 para evitar ser procesado por los señalamientos de corrupción. Ahora, su regreso no ha sido triunfal, sino estratégico: registrándose como senador plurinominal para obtener fuero y evitar enfrentar a la justicia. Esta maniobra le asegura inmunidad legal mientras intenta reconstruir su carrera política.
El regreso de Anaya no ocurre en un vacío. Querétaro, su estado natal y bastión panista, se convierte en el epicentro de su nuevo proyecto político. Con Felifer Macías, su ex secretario, al frente de la alcaldía de Querétaro, la plataforma de poder está lista para ser explotada. Este es un claro ejemplo de cómo los recursos locales se pueden convertir en financiamiento y músculo político para catapultar un nuevo proyecto nacional.
Otro ejemplo de cómo el poder político se utiliza para crear alianzas y proteger intereses: el caso de Miguel Ángel Yunes Linares, exgobernador de Veracruz y acérrimo crítico de AMLO. Su hijo, Miguel Ángel Yunes Márquez, recientemente pidió licencia como diputado federal, permitiendo que su padre, quien ya ha sido un actor central en la política nacional y es conocido por sus fuertes críticas al gobierno actual, tome protesta en su lugar. Este movimiento refleja una estrategia clara para mantener el poder en familia, pero lo más interesante es cómo esto revela la falta de congruencia en la política mexicana.
La llegada de Yunes padre al Senado no estuvo exenta de polémica. En un gesto cargado de simbolismo, la senadora Lili Téllez, quien llegó al poder de la mano de Morena y después cambió de partido para unirse al PAN, le lanzó monedas a Yunes, comparándolo con Judas. Este acto no solo expuso las tensiones internas de la oposición, sino también una verdad innegable: la memoria corta y la carencia de congruencia dominan gran parte de la política mexicana. Lili Téllez, que alguna vez fue defensora del proyecto de AMLO, ahora se erige como una de sus críticas más duras, algo que recuerda a los electores que los intereses políticos suelen estar por encima de las convicciones ideológicas
La falta de consistencia en las trayectorias de estos personajes, desde Anaya hasta los Yunes y Lili Téllez, muestra que el verdadero problema de la oposición en México no es la falta de líderes, sino la falta de líderes que puedan sostener una postura coherente. Es esta «cola que le pisen» lo que limita su capacidad de enfrentarse al poder de manera efectiva. ¿Cómo puede una oposición con un pasado tan turbio plantear un futuro de cambio?
Al final del día, la política mexicana sigue siendo un juego donde el poder es tanto un escudo como un arma. Personajes como «Ricky Riquín Canallín» han aprendido a jugar con las reglas que más les benefician, moviendo sus piezas para evadir la justicia y mantenerse relevantes. Pero el verdadero enemigo no es AMLO, ni la Cuarta Transformación, sino la propia historia de corrupción que arrastran. Como bien dice el refrán, «quien siembra vientos, cosecha tempestades.» La oposición mexicana parece atrapada en un ciclo donde los fantasmas de su pasado siguen limitando su capacidad de ser una verdadera fuerza de cambio. Como bien dijo Sócrates: «La conciencia de un mal pasado es el mayor obstáculo para la virtud futura.»
Por. Eric Valdez Gómez
Consultor en Comunicación Política (Compol)
Experiencia en Campañas Políticas en México y Extranjero
Enfoque en Comunicación, Medios y Marketing Digital
Twitter: @ericvaldeztv