En la historia del hombre, el cólera ha sido una enfermedad que se ha presentado, ya sea como epidemia, endemia o pandemia. Estas patologías han asolado a la población en diferentes épocas.
En el siglo XIX, surgieron dos pandemias importantes: la primera se originó en la India en 1817; el origen de la segunda es incierto, aunque se piensa que surgió en Rusia o en China en 1829.
Al parecer, desde uno de esos lejanos lugares, la enfermedad inició su recorrido hasta llegar a América del Norte en 1832 y a México en 1833. Posteriormente, otra epidemia ocurrió en 1850, pero, para estas fechas, el mal ya era endémico.
La epidemia de cólera de 1833 fue la más temida por la población y las autoridades.
En ese año se propagó por el continente americano desde Canadá, pasando por Estados Unidos, cruzando sus fronteras e internándose en la república mexicana.
Las noticias acerca de esta epidemia no se hicieron esperar y el Estado mexicano ya estaba enterado de su expansión.
En México, el 25 de noviembre de 1832, las autoridades del entonces Estado de Coahuila & Texas tuvieron conocimiento del problema.
Así, tanto su gobierno como su población, sabían y temían la inminente llegada de ese mal.
El cólera era producido por la bacteria vibrio colerae. El agua era la principal vía de transmisión, así como los alimentos contaminados con heces fecales de personas enfermas. El hombre es el único ser que puede alojar esta bacteria y, si no se atiende de inmediato, puede morir en pocas horas por deshidratación, de ahí la consternación y horror de la población por la enfermedad.
México esperaba la enfermedad.
En México, se tenían ya noticias de los estragos que la epidemia estaba causando en otros países desde 1831.
El 22 de febrero de 1833 el cólera entró a La Habana, Cuba; información que causó angustia entre las autoridades y en la población mexicana.
Ante las noticias de la llegada de la temible enfermedad, Lucas Alamán, Secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, “dictó medidas precisas sobre la prohibición del desembarco de pasajeros y mercancías procedentes de lugares donde hubiera epidemia de cólera”. A pesar de ello, la enfermedad llegó a territorio mexicano en ese año.
Reapareció el cólera en 1849
En 1848 el gobierno de Tamaulipas planteó la necesidad de crear un hospital civil, para atender las contingencias de salud que llegaran a presentarse.
Lamentablemente, el cólera morbus reapareció en Matamoros, afectando también a la vecina Brownsville, que en esa época ya formaba parte de los Estados Unidos.
En Matamoros el cólera se declaró abiertamente a partir del 24 de febrero, causando hasta 70 muertes durante su incidencia más álgida, que fue del 15 al 24 de marzo, para finalmente disminuir y casi desaparecer para el mes de abril.
Ante la contingencia, el ayuntamiento organizó una junta de sanidad para aplicar las medidas indispensables para contener la enfermedad, integrada por los facultativos Manuel Ortega, Antonio Lafón y Luis Berlandier, muriendo durante la epidemia su compañero, el médico Mesa.
Al finalizar este llamado “cólera chico”, se contabilizaron 483 muertos como resultado de haber sido infectados.
Reynosa también se vio afectada
Según el cronista de esa ciudad, Martin Salinas Rivera, en los primeros días de marzo de 1849, apareció uno de los peores brotes de «cólera morbus» en la villa de Reynosa.
El alcalde, Francisco García, le pedía al párroco de la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, que suspendiera el toque de dobles de campanas, que hacían concurrir al vecindario cada vez que fallecía un difunto de cólera.
El ayuntamiento trataba que los vecinos no se contagiaran de la enfermedad. Le pedían al cura que no saliera de la villa pues podría enfermarse. En un principio el ayuntamiento pensó que los síntomas no eran mortales cuando atacó a las primeras personas del vecindario.
Otro brote de cólera había ocurrido en Reynosa en el año de 1833.
El día 9 de marzo de 1849, el alcalde escribía al gobernador de Tamaulipas diciéndole: “hoy hace ocho días que el cólera morbus ha hecho sentir en este pueblo sus terribles efectos.
Aunque hasta esta fecha van muertas de 15 a 20 personas, parece que cada día toma más fuerza…”
Dramáticamente don Francisco explicaba: «careciendo esta población de buenos facultativos de medicinas y otras cosas necesarias espera indefensa el golpe mortal que la hará sucumbir…”
El alcalde de Reynosa diría el 15 de marzo de 1849, que en el cementerio de la villa no cabían las personas que día a día estaban muriendo, y que, para hacerlo, se tenían que desenterrar algunos de ellos, añadiendo: “Debido a esto, el panteón fue ampliado 10 varas más hacia el sur en ese entonces.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MÁRQUEZ