Adentro del espejo la luz mortecina hace bailar a los fantasmas, el antro está repleto de voces desconocidas de otros tiempos, del sujeto que pasó y se miró de reojo y nadie lo extraña, de la mujer del siglo pasado que lo esquivó antes de quedarse dormida sin sueño.
Antes de conocer las palabras del espejo, invoco al silencio, recurro a la intención de una falsa alarma que sea el abrir la boca o intentar una frase por otra.
Primero piensa, luego escoge la palabra, luego sácala del fondo del oceano, sécala, déjala que se acostumbre a que no le lloren los ojos cuando salga, cuando esté fuerte el sol y le queme las pestañas. O simplemente escúchala llegar, hay veces que es todo lo que se puede hacer.
La palabra sabe una cosa y otras que le han dicho en secreto, ha escuchado y ha llorado con ellas en la puerta o en los espacios abiertos donde difícil es que alguien se de cuenta.
Por el peine el espejo conoce el peinado, la ruta de las manos, la rutina incendiada de los labios. De todas las locuras el espejo elije una, es varón o mujer el que lo mira y se mira. Tal vez quiera un beso, una rascada, un rascacielos para ver desde arriba.
Una mujer frente al espejo se acompaña y se acomoda, una mujer esxla palabra del espejo, y también es toda palabra que se escuche a lo lejos antes de verse por completo
Si la voz va sola se entretiene mirando el paisaje de las flores o el agreste camino del desacuerdo y la repetición con sílabas mayores. Antes de ser palabra fue nido de pordioseros y pájaros, sabe detenerse a tiempo y morir por asfixia.
Si va sola, no va sola, lleva a la otra pensando. La palabra no sabe lo que otras, pero se suma, se convierte en estatua de las demás, se pone su camiseta y la suda. Las palabras son un libro arrastrado por el suelo, se va quemando, hasta que desaparecen por completo.
Una vez escrita, la palabra se suelta de la mano y dice. Luego deja de existir y sobrevive.
En otra parte dijeron la palabra que suele ser bella y fea siendo la misma, se dan casos en las peleas, en los encuentros justicieros, sólidas venganzas escritas a mano, dichas en el aire o jamás vistas por alguien. Sacas una palabra de la manga y la arrojas al fuego de otros labios.
En ciertas partes la palabra oscurece como la noche, se han metido las aves, los perros ladraron hace rato y esperan a la luna. Son palabras que se quedan hasta la una, doscientas veces escritas en grandes legajos, legados, historias múltimples que nadie dijo. Se durmieron en su silencio.
Palabra que se dijo que fue, que no está ya, que se cambió de casa, que se ha borrado en la intemperie de los dedos, que se formó en otra frase mejor edicha por todos cuando alguien preguntó y nadie supo qué, ni cómo, solo se dijo.
Las palabras son cicatrices en el alma, duele el alma si las dices. Otras palabras, a paladas, escarban un agujero para morirse, pero muere uno primero y aquello que alguien dijo, todavía se recuerda.
De pronto, uno de todos busca la palabra correcta y encuentra una falsa. Uno de todos hace al revés cuando intenta una farsa, todo le sale bien, cuando la palabra quiere, bien que se entiende. La palabra entonces se teje sola, se hilvana en las comisuras de unos labios atroces y fluye, en su vuelo iregular, como una mariposa mentirosa.
Una sola palabra es la verdad, una de entre todas, pero habrá que buscarla e ir por ella. Está en la mesa de la sala, en una biblioteca. Está en la boca, en la antesala del pensamiento cuerdo y las ideas locas.
El espejo mira el corazón todas las noches. La única palabra está dormida en el comienzo, aún no existe, es un símbolo sin reflejo, la aspiración es un sueño que promete antes de hacerse añicos y volverse objeto.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA