Iba conduciendo mi automóvil y estaba por llegar a una esquina cuando la luz permisiva de paso (verde), cambió a amarilla por lo que empecé a frenar el coche de manera que quedé parado en la esquina aún con la luz amarilla, otros conductores se cruzaron la calle aún y cuando ya estaba encendida la luz roja de alto, y la dama que conducía detrás de mí se molestó y sonó su claxon para mostrar su enojo
Pudo haber sucedido un accidente por causa de una estupidez. Otros actos estúpidos como fumar a pesar de saber el enorme daño a la salud, manejar hablando por teléfono celular, etc. los vivimos diariamente. La estupidez ha sido un tema de estudio recurrente tanto en la filosofía como en la psicología, la literatura y la sociología.
Desde tiempos antiguos, pensadores han tratado de comprender porque en ocasiones actuamos de manera irracional o tonta. El filósofo español José Ortega y Gasset, afirma que más bien se trata de una condición que aflora en situaciones específicas, es decir, no existen personas estúpidas, sino actos estúpidos.
La estupidez puede entenderse como la tendencia a tomar decisiones irracionales o contraproducentes, es el comportamiento más dañino, peor aún que la maldad, porque al menos el malvado obtiene beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno. Esta distinción es clave para entender la complejidad de la estupidez humana y sus manifestaciones en individuos y grupos.
El historiador Carlo Cipolla en su libro “Las leyes de la estupidez humana” explica en su Tercer Ley Fundamental de la Estupidez que: Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
Algunas de estas decisiones son rápidas, automáticas, intuitivas, pero otras son deliberadas y analíticas. En muchos casos las personas, aun teniendo la información adecuada, deciden actuar de manera contraria a su propio interés. Esto puede deberse a factores emocionales, como la ira, el orgullo o la terquedad, que distorsionan el juicio racional. Federico Nietzsche se refirió a esto como la “voluntad de poder”, una inclinación humana a afirmar su propio juicio, incluso cuando es claramente erróneo, por un deseo de autoafirmación o dominación. La estupidez no solo es individual, también puede ser colectiva.
Gustav Le Bon, un sociólogo francés del siglo XIX describió cómo la inteligencia individual puede diluirse en un contexto grupal. En su obra “La psicología de las multitudes”, Le Bon afirmó que las personas, cuando forman parte de
un grupo, tienden a actuar de manera más irracional, guiadas por emociones básicas como el miedo, la ira o el entusiasmo.
Ejemplos de estupidez colectiva abundan en la historia. Las guerras, los linchamientos, las persecuciones y los movimientos populistas son manifestaciones de cómo un grupo puede tomar decisiones estúpidas, incluso si sus miembros, de forma individual, no las habrían tomado.
Carl Jung, el renombrado psicólogo suizo, también observó que la “mente colectiva” puede sacar a la luz aspectos oscuros del inconsciente que normalmente están reprimidos, lo que explica por qué en ciertas circunstancias las personas actúan de maneras irracionales cuando se encuentran en grupo Gustav Le Bon en su obra “La psicología de las multitudes”, argumenta que, en situaciones de crisis o agitación, las masas tienden a actuar de manera irracional, siguiendo a líderes carismáticos que les ofrecen soluciones sencillas a problemas complejos, buscando seguridad en la simplicidad engañosa de su propuesta, sobre todo si esta se ve promovida a través del uso de propaganda, Carl Jung, el influyente psicólogo suizo, hablaba de la “sombra” colectiva, una parte oscura del inconsciente que puede dominar a las personas y sociedades cuando no se enfrentan a sus propios temores y resentimientos. De esta vulnerabilidad humana se aprovechan los líderes y conducen a las masas cual rebaño de ovejas, que sin cuestionamiento mayor los siguen aún y sea al matadero.
Espero que tocar el tema de la estupidez no sea considerado estúpido. De hecho, valdría la pena, emulando a Giovanni Papini, hacernos la pregunta fundamental, para acabar de una vez con la estupidez (al menos funcional): ¿soy un imbécil? “¿Y si estuviese equivocado?
¿Si fuese uno de aquellos necios que toman las sugerencias por inspiraciones, los deseos por hechos? Sé que soy un imbécil, advierto que soy un idiota, y esto me diferencia de los idiotas absolutos y satisfechos”. Comentemos estupideces por decisión propia, pero lo que importa es nuestra capacidad para reflexionar sobre esos errores y aprender de ellos. Después de todo, como escribió George Bernard Shaw: “La vida es una broma, y el que se lo tome en serio será el primero en caer en ella”.