Aquí venimos todos, con el Otoño, como en una gran marcha que avanza conforme pasan las horas y los días que se desplazan. La noche da tregua a algunos, mientras unos cuantos hacen lo que haga falta. Y nada falta.
Los días de pronto amanecen frescos preparando el invierno, enfriando los motores. El aire acondicionado se descompuso pero ya no hace mucha falta. Así es la vida cuando algunas cosas dejan de tener importancia. Debes creerlo.
El mundo apenas empieza entre los árboles, la guerra sin embargo tiene años creando pájaros inhalambricos, grandes naves oculares, distantes misiles que viajan por el océano.
Es otoño y es aquella canción de Roberto Jordán: “Es otoño, los amantes ya se fueron, las hojas de los árboles cubren el campo, sus voces amorosas ya no se escuchan”. Todavía hay golondrinas pegadas al edificio más alto del centro, pues los suburbios les son hostiles y las resorteras comunes.
En la ciudad se anuncia la feria y sus atracciones, por algún motivo cambia el semblante de las personas, es tal vez la memoria que les recuerda las distintas épocas sobre la rueda de la fortuna, el teatro del pueblo, el juego de las canicas, el tío vivo, el elote con todo, la sonrisa permanente, el chilango que vende cobijas, los novios, la familia completa.
El otoño como todas las estaciones no se anuncia ni llama a la puerta, no podría andar pidiendo permiso al ser humano de apagar el fuego y encender el abanico con que tumba las hojas y se las lleva ¿A dónde irían las hojas del otro verano? Eso nunca se sabe.
Al WiFi ha llegado el Otoño más rápido que la ropa, la venta estuvo espectacular en la noche de gala. El otoño todavía promueve el paso de los pocos animales libres por el campo buscando el sustento y un riachuelo con agua bajando la sierra.
Cuando vengas a Victoria entra como el Otoño, como un viento huasteco que se filtra entre el cañón del Novillo. Entra por Tamatán donde empieza la ciudadanía y las mujeres bonitas. En el parque, en el remanso del aire podrás remar en el lago memorable de los abuelos una tarde de octubre para ver salir la luna.
El otoño se hospeda en las plazas, en la Primero de Mayo a mediodía ve llegar las parejas tempraneras. Va y bebe agua en las fuentes de velas de la plaza de Los Fundadores. Aquí ya es Victoria, podría quedarse a vivir en uno de los hoteles del centro, pero al otoño sublime le encantan las calles, los grandes ventanales.
El otoño heredó de la primavera este viaje y la alegría de las mujeres, el sol va rumbo al sur del continente buscando el verano sud americano. Heredó el otoño esta ciudad debajo de los fresnos y el sueño que camina al norte, heredó la bandera sembrada en una cordillera.
Para llegar al patio de las casas el Otoño tuvo que pasar por los tejados, por las antenas y tinacos, por los Oxxos, tuvo que eludir los tendederos del viento con rígidos pantalones y rocosos calzones. En principio un resoplido frío luego “es el otoño” dijeron las hormigas más ancianas del hormiguero.
Por debajo de la escalera el invierno nos observa. ¿A dónde irían las mariposas amarillas que iluminaban las casas? De las lunas la de octubre es más hermosa, la misma noche canta, es la noche un beso de la nostalgia, una mano tímida que busca la otra y la encuentra.
Todavía hay pichones de la primavera en la catedral, avistamiento de osos negros y hambrientos en la sierra madre, con una hamburguesa. Por aquí siguen pasando ciudadanos que el Otoño ve soslayar en su previo invierno. El invitado es el viento que acarrea hojas y bolas imaginarias de heno como en las películas de Holywood.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA