Y si yo no fuese yo sino aquel flaco que cruza la plaza con una gorra negra, medio encorbado viendo al suelo. Podría ser ¿ Por qué no? Y sin embargo estoy aquí viendo pasar a ese hombre ya viejo que desde mi tiempo podría ser más joven en un viaje al pasado, el mio; descubriendo que no existe el tiempo.
Quizás luego de algunos días lo vuelva a ver y sea yo quien camine cruzando la plaza con una camisa cuadrada y cachucha negra y sea quien dice esto que hoy digo. Y lo escriba, con líneas más puntuales, palabras más precisas, más cabrón el vato.
Esto ya lo había vivido antes y es muy extraño. A todos nos pasa. Y sigue pasando la gente, alcanzándome y yendo a mi encuentro una y otra vez. El escenario se repite a diario y al mismo tiempo sigo siendo el de enfrente, a quien olvidan o sienten haberme visto en otra parte. Y no es cierto.
Menos mal sería ser un árbol antes que otro que va pasando y se extingue. Un árbol estacionado enfrente de la vida, junto a la casa y un gato, con una calle con coches pasando y gente corriendo ya tarde con sus hijos a la escuela.
Soy- eso es muy posible- quien me descubrió luego de mi inexistencia. Pues he pasado por ahí siendo transparente. Nadie me recuerda ni se pregunta: ¿Quién es aquel vato?
Ni siquiera podría ser un holograma, ni que fuese muy importante, sólo soy pocos datos en una biografía escrita con faltas de ortografía, de alguien que me imaginó y es todo. La biografía aclara, sin convencer, el por qué de mi comportamiento absurdo y mi manera de ver el suelo. Detallaría la vez que me caí en el lodo, cuando me mojó un coche, las cien veces que me caí de la bici.
Como en la película Her, podría yo- siendo un hombre en todos mis cabales- enamorarme de un sistema operativo. O crear la inteligencia artificial que pudiese tolerarme. Yo en ese punto narcisista inalcanzable.
Soy la imaginación de mi mismo y no aceptaría otro criterio. Asi me veo. Con mi cartografía soy el que camina por la plaza, luego por la calle Hidalgo vuelve a ver las botas que le gustan, la librería Kapa, la mueblería Villarreal, los muebles Exclusivos, el Hotel Victoria, la tienda del Sol, Cuidado con el perro, la Coppel, la zapatería Canadá, Don Diego Vidal, el Doctor Barroso, Maxi-centro, La Primavera, La Leona, el mercado Argüelles, el Everest, los Monteros, el Sierra Gorda, el Ritz, los Ómnibus de oriente, el Flecha Roja, los transportes Tamaulipas, el Lapiz Rojo, la papelería Tamaulipas, yo en mi bicicleta, corriendo por el eje vial, durmiendo en un microbus, otra vez yo cruzando la plaza, los días, los meses, los miles de años, yo el imaginario, el imaginado, todo junto, en un solo salón del tiempo dialogando conmigo.
Estaba dibujando cuando volví a ver al sujeto de camisa a cuadros. Revisé el rostro varonil y endurecido acaso por la vida y tenía cierto parecido a mi y yo lo dibujaba. De dónde habrá salido. De qué parte del cerebro lo he sacado.
Desde entonces paso a diario con mi camisa cuadrada y mi cachucha negra por la plaza de esta ciudad que puesta aquí es la misma de siempre. Trato de buscar al sujeto que dibuja y escribe mi nombre y no soy Rigoberto, yo no tengo Facebook ni Instagram. Estoy de este otro lado del cuerpo. Uno no coincide con las preferencias del otro. Yo estoy tachado en un cuaderno, difuminado en un dibujo mal hecho.
Wey de hecho estoy tratando de ser yo mismo. De existir y poder verme. Comprobar mi existencia hablando de mi, moviéndome de uno al otro lado de la plaza Juárez, entrando y saliendo de la Biblioteca, tratando de saludar a alguien y grabarlo para subirlo a una red social sin un like. Claro. Salgo y afuera me encuentro a Toño y Armando, y es un gusto saludarlos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA