Para quienes vivimos las décadas de los 70 y 80, recordamos una producción mayormente local o regional debido a los altos costos de transporte y comunicaciones.
Las cadenas de valor eran menos fragmentadas, y muchas empresas realizaban varias etapas de producción en el mismo país.
La falta de internet y las comunicaciones lentas y costosas limitaban la coordinación entre países, lo que restringía las cadenas de suministro a mercados locales o regionales.
Además, existían numerosas barreras arancelarias en la mayoría de los países, incluyendo EE. UU., Europa, Asia y Latinoamérica. En México, la política industrial se enfocaba en sustituir importaciones para promover la producción nacional.
Las exportaciones se concentraban en bienes primarios como petróleo y minerales, sin mayor valor agregado. Las políticas incentivaban la integración vertical en las empresas, lo cual encarecía productos y hacía ineficientes los procesos. Las políticas proteccionistas y subsidios permitieron que algunas empresas lograran mayores ganancias, estableciendo en ciertos casos monopolios en mercados cautivos.
La revolución en las comunicaciones, con la llegada de internet y el uso masivo de computadoras y tecnologías de telecomunicaciones, facilitó la comunicación rápida y el flujo de información en tiempo real entre empresas y mercados alrededor del mundo.
Las mejoras en el transporte marítimo, aéreo y terrestre redujeron drásticamente los costos y tiempos de envío, lo que permitió una mayor conexión entre los mercados globales y la viabilidad de la producción en distintos países. Paralelamente, se dio la liberalización del comercio y el avance de políticas de apertura comercial.
El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), firmado en 1947, estableció reglas para gran parte del comercio mundial, y en 1995 se creó la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sus acuerdos, además del comercio de mercancías, incluyeron servicios, propiedad intelectual y nuevos procedimientos para resolver diferencias comerciales.
Esto incentivó a las empresas a reducir costos trasladando sus operaciones a países con menores costos laborales y de producción, impulsando así la subcontratación y el surgimiento de cadenas de valor globales.
Sin duda, la globalización impulsó el crecimiento económico, especialmente en países en desarrollo como China, India y algunas naciones de Asia y América Latina. Muchos países experimentaron un aumento en la inversión extranjera, crecimiento del PIB y mejoras en algunos indicadores de desarrollo. Sin embargo, este crecimiento no fue equitativo.
Algunas áreas, especialmente en África y en economías de bajos ingresos, no experimentaron los beneficios esperados. Además, las disparidades económicas entre los países ricos y pobres se han mantenido o incluso han aumentado en ciertos casos. Trajo algunos beneficios, como el crecimiento económico, la reducción de la pobreza extrema en ciertos países y el acceso a una mayor variedad de productos.
Sin embargo, no ha resuelto la desigualdad de ingresos ni la pérdida de empleos en algunas regiones, ni ha garantizado la protección del medio ambiente. Ha beneficiado más a los países desarrollados y a grandes corporaciones que a los países en desarrollo y pequeñas empresas, y en muchas regiones, los beneficios económicos no han llegado a toda la población.
Durante la última década, las cadenas de valor han experimentado importantes transformaciones debido a factores como el conflicto comercial entre EE. UU. y China, conflictos armados, la pandemia de COVID-19 y otras tensiones globales.
Estos cambios han impulsado una reevaluación de los modelos tradicionales de globalización y han generado tendencias hacia la diversificación y regionalización de las cadenas de suministro.
Actualmente, las empresas buscan una mayor diversificación de proveedores y la regionalización y relocalización (“nearshoring” y “friendshoring”), que implica tener proveedores cercanos o en países políticamente alineados, reduciendo riesgos de interrupciones comerciales.
También se está optando por una mayor automatización y digitalización, lo cual permite una mejor visibilidad y control de las operaciones globales, además de un enfoque en la resiliencia y reducción de riesgos, priorizando cadenas de valor sostenibles y éticas. Esto responde tanto a la presión de los consumidores como a regulaciones ambientales y sociales, a la vez que busca minimizar el impacto de conflictos armados y crisis geopolíticas.
Existe un cambio de paradigma significativo, una especie de “gran reasignación”, pero las cadenas de valor han mostrado una gran capacidad de ajuste ante las nuevas circunstancias de mayores riesgos en un entorno global cada vez más incierto.
Indudablemente, en esta reasignación, ciertas figuras políticas, como Donald Trump, jugarán un papel importante, pero de eso hablaremos en una próxima colaboración.