Ciudad Victoria sigue ejerciendo una extraña obsesión por lo nuevo. Asi se pone de manifiesto cuando un centro comercial, una cadena de tiendas instala una sucursal en sus venas. Igual ocurre con los edificios nuevos, con los bulevares tradicionales que bordean el área urbana.
Los mismos habitantes crean espacios atractivos en fachadas, curiosas arquitecturas, calles que se adornan en navidad, barrios completos que mantienen un perfil antiguo con el esfuerzo de la población. Y sin mucho esfuerzo volvimos famosos a los indigentes, que por lo general son muy amables.
En la micro historia el asombro nos invade cuando nace alguien y queremos saber cómo se llamará, quién es el padre, cuántos kilos pesó y todo el chisme completo para bautizarlo, ponerle un ingrediente al escenario, “nació sietemesino” dirán hasta que el chavo esté grande. Tiene un lunar en la frente, se parece al tío Aureliano y por eso irán a verle.
El asombro es algo con lo que se nace, a cada paso hemos de descubrir un espacio de tierra nunca visto. Hay en el mundo y también en la ciudad sitios a donde nadie ha acudido, pero si uno de todos vemos una piedra cuadrada habrá que ir a verla.
Fuimos el pueblo bicicletero y en Monterrey decían que Victoria era un rancho, pero eso era relativo. Monterrey tal vez lo es respecto a Nueva York o la ciudad de México. Sin razón, a veces nos da por comparar, medir fuerzas y creernos mucho por narcisismo urbano, si ustedes me permiten el torpe adjetivo.
En cualquier parte del mundo, si pasa un hombre gritando, los vecinos se asoman para husmear quién es, qué ropa usa, qué dice con su alegoría hasta que el morbo se satisface. Igual junta gente una pelea de perros en el barrio o un desnudo artístico de señora por la calle Hidalgo.
Pero las ciudades- por tanto sus habitantes- tienen su apodo por cuestiones emblemáticas, existe la ciudad de las montañas, los camoteros de Puebla, las jaibas de Tampico, los cotorros de Victoria, los cañeros de El Mante, los choriceros de Toluca, los freseros de Irapuato, los chilangos de la Ciudad de México.
Hay ciudades y poblaciones inmortalizados por grandes novelas: Comala de Pedro Páramo; Macondo de Gabriel García Márquez, París de Emilio Sola, Dublín de Dickens, San Petersburgo de Dostoyevki, Tokio de Haruki Murakami.
De la misma manera las canciones han trascendido países y ciudades, ahi está La Marsellesa de Francia; Granada, de Agustín Lara; México Distrito Federal de Flores, New York cantada por Frank Sinatra, por mencionar algunas que dan el enfoque poderoso que identifica a una ciudad.
Las ciudades tienen sus calles emblema, que suelen ser las más antiguas o del centro, donde ocurrió la historia, en Reynosa la calle Oaxaca es la calle del taco, en Tampico la calle Hidalgo, el puente, pero también la laguna del carpintero; en Matamoros la colonia Treviño Zapata y la Popular, la calle sexta. En Cd. Madero, la Playa Miramar y los extraterrestres.
En el mundo nada igual a las pirámides de Giza en Egipto, pero sí la maravilla contemporánea del Golden Gate de San Francisco, tampoco valorarán las naranjas de Valencia en comparación con las de Santa Engracia.
Hay hombres que son la ciudad, según Adolfo Castañón: Carlos Monsivais fue un hombre llamado ciudad. Tenía muchos gatos, era coleccionista, acudía a pie a los estanquillos, era un hombre de izquierda, lo conoció toda la ciudadanía a quienes saludaba en las calles.
Si usted conoce Victoria- y más aún si todavía no lo hace- verá cómo hay espacios que si observamos bien se quedan en la memoria. Aquí las flautas son de harina y las gorditas emblema en el país son las de Doña Tota.
HASTA PRONTO