CIUDAD VICTORIA, TAM.- En el ayer de nuestros ayeres, en el México que nos vio crecer, entrar a una casa ajena …no era tan ajeno, de hecho, a veces solía percibirse como algo muy familiar, o que ya se había vivido anteriormente.
El paisaje del hogar empezaba a ser peculiar cuando se descubría que los muebles estaban cubiertos con un plástico verdoso semitostado.
“El plástico es para que dure más la tela de los muebles y pa’ que no se ‘perjudan’, decía Doña Mari, la vecina del Caminante Otro de los indicadores era la ‘tele’ partiendo la sala-comedor, los cuadros con cinco fotos del primogénito de la familia en sus versiones “risueño”, “llorón”, “serio”, “asustado” y “sorprendido” eran tan entrañables como el retrato a lápiz de los abuelos cuando eran jóvenes
Las paredes solían estar vestidas con los clásicos cuadros del cazador siendo acechado por un tigre, el inconfundible ‘bodegón’, los payasitos tristes, el barco navegando en aguas bravas, la Guadalupana o San Martin Caballero. Tampoco podían faltar las fotografías de la quinceañera de ‘la niña’, la boda de los padres, el almanaque de la tehuana con flores y ni qué decir de los vidrios en forma de ‘gelatinas’ que sostenían los sofás.
La decoración de cada casa variaba, pero siempre guardaba ese inconfundible ‘aire de familia orgullosa’. Ya que fuese humilde o ricachona, las casas de antaño, especialmente las tamaulipecas, compartían rasgos inconfundibles que al recordarlos nos hacen regresar como en una máquina del tiempo a aquella época en que éramos felices y no lo sabíamos.
Al Caminante, por ejemplo, le tocó conocer casitas de palma y adobe, donde el refrigerador no cabía en la cocina y muy cómodamente se buscaba un lugar en la sala: jacarandoso y aromático, se lucía con sus imanes en forma de pequeños elotes, cebollas y hasta ‘jabones zote’ y los inconfundibles ‘cromos’ de héroes de antaño como Bruce Lee o Cepillín. Sin embargo, a nadie le molestaba compartir espacio con el armatoste que solía ser parte del convivio.
En algunos hogares la cocina era muy estrecha para albergar un ‘refri’ pero muchas veces había espacio para colocar una tele, tan necesaria para seguirle la trama a una telenovela de esas en que la protagonista termina deshidratada de tanto llorar y soltar el moco en cada capítulo.
“Este pueblo es una sucursal del infierno” solían decir los abuelos, pues los calorones acá en el noreste llegan a ser literalmente mortales y para eso, antes de la popularización de los aires acondicionados y los minisplits, los ventiladores eran los mejores aliados para mitigar las altas temperaturas.
Ya sea de techo, de pedestal o de mesa, cada familia tenía su propio batallón de abanicos tanto en la sala como en cada habitación que se pudiera. A veces cuando se era niño, el abanico terminaba arrullando al bebé o a los mocosos que aburridos, terminaban durmiéndose en la visita a la parentela, especialmente si el ‘airecito’ que se desprendía de sus aspas contaba con mecanismo de ‘girar’.
Así pues, ir de visita a una casa ajena podría convertirse en un tedioso trámite o en una aventura multicolor. Especialmente si se pedía permiso para entrar al baño, pues cada hogar le imprimía su sello particular a este.
Ahí se enteraba uno de que papel de rollo usaban, que pasta dental compraban, cuál de los cepillos de dientes ya estaba mas traqueteado (generalmente era uno de la marca ‘PRO’ mitad blanco medio ‘nejo’ y mitad negro con letras semiborradas que alguna vez fueron doradas).
El momento de la verdad era a la hora de ‘bajarle’ al excusado, pues se corría el macabro riesgo de que se tapara o que simplemente ‘no se fuera’ …lo que debía de irse.
En una casa típicamente tamaulipeca nunca podían faltar las ‘carpetitas’ tejidas por la abuela o la ‘jefa’ y encima de ésta, el lugar de honor, lo presidía otra de las joyas de la decoración de antaño: la cerámica.
Desde gatitos sonrientes, elefantes, perritos o una parejita de niños (la abuela aseguraba que eran ‘Hansel y Grettell’ pero eso no le consta a nadie) caballitos, ranas, las gaviotas en grupo de 3 sobre la pared del pasillo, patos, camellos, vírgenes y un sinfín de figuras que escapan a la memoria, pero que cada uno de los lectores seguramente recuerdan muy bien. Cada quien tuvo una experiencia diferente y un entorno particular en la decoración del hogar, más o menos colorido, mucho o poco atiborrado, simplista o exagerado, pero no se puede negar que en tiempos antepasados, entrar a una casa ajena tenía cierto porcentaje de morbo, de chismosidad, pero a la vez reafirma que México es una nación basada en la familia. Demasiada pata de perro nostálgica por esta semana.
POR JORGE ZAMORA