El 17 de noviembre el presidente norteamericano Joe Biden autorizó a Ucrania el uso de misiles ATACMs norteamericanos contra objetivos dentro del territorio ruso. Estos misiles tienen un radio de acción cercano a los 300 kilómetros. En paralelo Francia y Reino Unido autorizaron el uso de otros misiles similares, los Storm Shadow, para ataques a territorio ruso. Estos últimos pueden alcanzar blancos a 550 kilómetros de distancia.
Tales autorizaciones y los ataques subsecuentes se hicieron a pesar de las advertencias del presidente ruso de que eso crearía un estado de guerra de facto con los países de la OTAN y que Rusia estaría en su derecho de tomar represalias contra cualquier objetivo militar en cualquier país de esa alianza militar. Su argumento es que los misiles mencionados solo pueden ser operados por personal de la OTAN, lo que implica un involucramiento directo de esos países en los ataques a Rusia.
En paralelo Rusia anunció una modificación substancial de su doctrina nuclear para anunciar que podría lanzar un ataque nuclear contra un país no nuclear apoyado por potencias nucleares.
Usar esos nuevos misiles dentro de Rusia no modifica el rumbo de la guerra. Ucrania retrocede en toda la línea de combate y ha agotado prácticamente todos sus recursos militares y humanos. Se trató de un importante escalamiento de la guerra que parece sin sentido; producto de la desesperación ante lo inevitable y, a la vez, una jugada de la administración Biden para dificultar las posibles futuras negociaciones anunciadas por Trump, que sin duda favorecerán a Rusia porque aparentemente ya ganó la guerra.
Tras los ataques ucranianos a territorio ruso se esperaba una represalia rusa y se especulaba sobre diversas posibilidades. Podría ir desde proporcionar mejores armas a los grupos rebeldes antinorteamericanos en medio oriente (Yemen, Irak, Siria, Líbano) o, la peor posibilidad, un ataque con una bomba nuclear táctica en Ucrania.
La respuesta rusa fue inesperada y contundente. Rusia lanzó un misil de nuevo tipo, extraordinariamente avanzado, el Oreshnik, que devastó un centro industrial militar dentro de Ucrania. Estados Unidos fue informado 30 minutos antes del lanzamiento para asegurarle que el misil no era un arma nuclear.
El Oreshnik asciende a la estratosfera y acelera a 12 veces la velocidad del sonido (12 match); al reentrar a la atmosfera su velocidad se reduce a 10 match; es decir que se desplaza a alrededor de los 3 kilómetros por segundo. Tiene un rango de acción de 5 mil kilómetros; lo que le permitiría alcanzar cualquiera de las capitales europeas en entre 12 y 20 minutos.
El Oreshnik tiene seis ojivas que pueden cargarse con bombas nucleares o explosivos no nucleares en forma de seis submuniciones cada una; es decir hasta 36 subproyectiles que impactan a enorme velocidad y a 4 mil grados centígrados, cerca de cuatro veces la temperatura a la que se funde el acero. Según diversas fuentes puede introducirse a decenas de metros en estructuras de concreto y acero que quedarían vaporizadas.
Además, el Oreshnik es imposible de interceptar con las actuales tecnologías antimisiles y puede ser lanzado desde plataformas móviles; es decir que no se puede localizar y lanzar ataques preventivos, como es el caso de prácticamente todos los misiles nucleares que deben ser lanzados desde silos subterráneos fijos o desde submarinos localizables. En suma, se trata de la tecnología no nuclear más destructiva e imparable desarrollada hasta el momento. Putin asegura que en el caso de futuros ataques con el Oreshnik estos serán contra instalaciones militares y avisará con una o dos horas de anticipación para permitir su evacuación.
Al hablar del Oreshnik Putin señaló que Rusia no lo habría desarrollado si el tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF), firmado por ambos países en 1987, no hubiera sido roto por la administración del entonces presidente Trump en 2019. Esta decisión fue duramente criticada en aquel momento por Rusia y China porque, dijeron, Estados Unidos destruyó años de esfuerzos para reducir la probabilidad de un conflicto nuclear en lugar de avanzar en el dialogo sobre la seguridad internacional.
De momento sobrevive el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) de 2011, que limita el posicionamiento de armas nucleares y que vencerá el 4 de febrero de 2026. Desde hace unos siete años no existe un dialogo relevante entre Estados Unidos y Rusia, lo que hace factible que el tratado expire sin ser renovado.
La sorpresa que ha dado el Oreshnik a occidente puede equipararse al lanzamiento en 1961 de la primera capsula espacial tripulada que orbitó la tierra con el cosmonauta Yuri Gagarin. Son en ambos casos desarrollos que revelan avances en múltiples campos. En el caso del Oreshnik los nuevos materiales que resisten temperaturas en las que el acero se vaporiza; nuevo combustible; la compactación de elementos en un misil relativamente pequeño de enorme poder requirió también avances de diseño, incluido el manejo de información digitalizada y de geolocalización.
El Oreshnik es un misterio para occidente, pero impacta la demostración de una hasta ahora insospechada superioridad tecnológica rusa en campos fundamentales que rebasan lo militar. Una posible reacción norteamericana y de occidente sea la de entrar a una carrera tecnológica y militar que lo lleve a desarrollar armas similares en un par de años (al decir de diversos expertos).
Algunos ven con optimismo al Oreshnik como el arma de enorme capacidad destructiva que podrá substituir a las bombas nucleares sin generar una contaminación que destruya al planeta entero.
Otros ven con alarma que muchos en occidente reaccionan con pánico y declaraciones muy provocadoras que apuntan a una escalada que podría llevar a una guerra nuclear. Ante una locura que suponga que es necesario ganar la guerra mientras occidente tiene superioridad militar. Solo que, recordemos, que occidente se ha equivocado una y otra vez sobre la debilidad rusa y su propia supuesta superioridad.
En este último caso estamos más cerca del desastre nuclear que nunca antes en la historia. Mucho peor que la crisis de los misiles en Cuba entre otras cosas porque en aquel entonces, mal que bien, existían canales de diálogo de alto nivel y hubo cabezas frías. Hoy la administración Biden, algunos lideres europeos y muchos de los futuros funcionarios preseleccionados por Trump, muestran su médula guerrera, su desesperación ante una previsible derrota global y pueden llegar al colmo de la irresponsabilidad.
Ojalá y lleguemos con vida al 20 de enero y el impredecible y poco fiable Trump cumpla su promesa de paz en Ucrania.