Durante décadas Estados Unidos ha importado buena parte de su consumo externo barato, a crédito y sin pagar intereses. Al comprar mercancía a otro país cada dólar con el que paga se convierte en un pagaré que podrá ejercerse para comprar mercancía norteamericana de inmediato, a mediano o largo plazo, o… tal vez nunca. Si los demás países los emplearan para comprar mercancías norteamericanas de inmediato se establecería un comercio reciproco y equilibrado entre Estados Unidos y el resto del mundo. Pero no es así.
El resto del mundo le vende a Estados Unidos menos de lo que le compra; es decir que se queda con un superávit, un sobrante de dólares que sus gobiernos, empresas o inversionistas guardan como forma de ahorro. Todos quieren dólares, aunque no estén pensando en comprar mercancías norteamericanas; los países ahorran o intercambian mercancías en dólares y el sistema de transacciones financieras internacionales está diseñado para emplear dólares.
Los dólares se consideran un medio de pago seguro debido al poder económico, político y militar global de los Estados Unidos. La excesiva demanda de dólares encarece esa moneda y les permite a los consumidores norteamericanos comprar barato en el exterior.
Es un caso único; ningún otro país podría conseguir algo parecido, que su población recibiera todo tipo de bienes de consumo, de agropecuarios a automóviles, televisores, computadoras y demás, y todo tipo de insumos productivos, de metales, herramientas, equipos, etc. a bajo precio y en gran parte a crédito. Lo cual es posible debido al caso único de que la moneda norteamericana es el gran medio de ahorro y comercio del planeta entero. Por ejemplo: incluso bajo sanciones comerciales norteamericanas Rusia tenía grandes reservas en dólares ubicadas en bancos europeos que, para su sorpresa, fueron congeladas al invadir Ucrania.
La capacidad de demanda norteamericana es un enorme pastel. El acceso a ese pastel es un efectivo mecanismo de presión. Valga un ejemplo: en 2018 Trump restauró de manera unilateral sanciones económicas a Irán. Europa estaba en desacuerdo y la entonces canciller alemana, Angela Merkel, dijo que las empresas alemanas incrementarían su comercio con Irán. Horas más tarde los ejecutivos de las grandes empresas alemanas le comunicaron a su canciller que no comerciarían con Irán porque no se arriesgarían a perder su comercio con Estados Unidos.
Solo que el modelo deficitario norteamericano está fuertemente amenazado por dentro y por fuera. Por dentro se encuentra la exigencia política de que regresen a los Estados Unidos los empleos manufactureros bien pagados de antaño. Los que hicieron florecer una clase media, sobre todo blanca y sin estudios universitarios que ahora padece malos e insuficientes empleos, se ve plagada por el alcoholismo y la drogadicción e incluso ha visto reducirse su esperanza de vida.
A ellos, una gran masa de votantes, Trump les ofrece un regreso a los buenos tiempos por la vía de castigar la competencia internacional e incentivar a las grandes empresas con reducciones de impuestos y menos regulaciones restrictivas. La amenaza de aranceles es para todo el mundo; aumentarlos a China, imponerlos a Canadá y a los 27 países de la Unión Europea y, por supuesto a México.
Tal vez lo más revelador es la amenaza de Trump imponer aranceles de 100 por ciento a Arabia Saudita, Brasil, China, Sudáfrica y el resto de los países BRICS si es que intentan substituir al dólar en sus transacciones internacionales. Avanzar en ese objetivo significaría usar sus propias monedas o una nueva moneda internacional en sus transacciones comerciales; crear un nuevo sistema de pagos internacionales que no pueda controlar Estados Unidos y reducir el uso del dólar como moneda de ahorro en sus reservas internacionales.
A lo anterior se suma la amenaza interna. Trump ha conseguido desviar la atención de la clase media lejos del incremento brutal de la inequidad económica y del mayor poder político de los grandes donantes. La culpa, dice, es del exterior, de los países con los que Estados Unidos tiene déficit, de la entrada de migrantes y de fentanilo. Para resolver el problema de su principal grupo de votantes lo que propone es imponerle aranceles al resto del mundo y castigar a los países más rebeldes negándoles el acceso al gran mercado norteamericano.
En los hechos Trump está atrapado. Reducir las compras en el exterior para alentar la producción interna no hará que la economía norteamericana sea más competitiva y no alentará mayores compras de otros países que, precisamente encontraban cómodo venderle sin comprarle. Su problema es que no basta hacer menos importaciones sino, lo realmente difícil, incrementar sus exportaciones industriales. Eso requiere elevar su competitividad por la doble vía del avance tecnológico y el abaratamiento de su moneda.
La mayor barrera de hecho es política; imponer aranceles o devaluar al dólar incrementará los precios para los consumidores norteamericanos y ese es un costo cuya población no está dispuesta a pagar y que se lo cobraría muy caro a Trump o a cualquier otro político.
En cualquiera de las dos posibles medidas para elevar la competitividad interna, ya sea aranceles o devaluación, el dólar perdería utilidad y credibilidad como moneda de reserva y medio de pago internacional. Substituir al dólar significaría romper con el subsidio que le da el mundo al consumo norteamericano y debilitar su poder económico sancionador, así como el político y militar. Trump puede retrasar ese cambio, hacerlo muy difícil y arriesgado para los países BRICS, pero difícilmente podrá detener la tendencia a un cambio en el balance económico global.
Trump, el gran triunfador, ha hecho promesas que no podrá cumplir y muy posiblemente sea el presidente que acelere la debacle internacional e interna del poderío y el bienestar norteamericanos.
Una situación en la que México no tendría nada que celebrar porque la aplicación de aranceles con la que Trump amenaza al mundo tiene en nuestro caso agravantes. Trump quiere reducir el fuerte déficit con México y relocalizar la manufactura de nuestras principales exportaciones industriales dentro de Estados Unidos. Nos señala como puente de entrada de productos procedentes de China, que se ha convertido en su principal rival tecnológico e industrial. Culpa a los migrantes que entran por su frontera sur de robarles empleos a sus ciudadanos y promover la criminalidad. Para acabarla de amolar, desde aquí entra el fentanilo que mata a 100 mil norteamericanos al año y embrutece a muchos más.
El mundo, Estados Unidos y México están entrando en una fase de transformación profunda que durará años, pero eso no la hará fácil. Esperar que no pase nada, o pensar que podemos jugar con Sansón a las patadas, son meras ilusiones.