El debate en torno al maíz transgénico es interesante porque, aunque quizás así debería ser, en un lugar como México no puede limitarse solo a lo científico.
Ningún otro país del mundo consume tanto maíz; su relevancia en la alimentación familiar, y por tanto, en la gastronomía nacional, lo dota de un importante componente cultural.
“Sin maíz no hay país”. Esa fue la campaña, encabezada por ambientalistas, que en la década pasada logró frenar los primeros intentos de compañías extranjeras, de introducir en México la siembra de productos transgénicos.
En el caso de Tamaulipas, en el 2011 se aprobó un pequeño estudio para hacer siembras experimentales.
Antes, en el 2009, la empresa Pioner había solicitado y obtenido un permiso para sembrar una variedad transgénica en 351,284 hectáreas del norte del estado, lo que finalmente no prosperó gracias a la presión de organizaciones no gubernamentales que lograron frenar las autorizaciones.
Desde entonces, el debate se ha mantenido sobre la mesa, y se intensificó en el 2020, cuando el gobierno de Andrés Manuel López Obrador aprobó un decreto para prohibir de manera definitiva el uso de maíz transgénico en México.
Esa determinación derivó en una queja de Estados Unidos y Canadá, que llevó a abrir un panel de controversia del T-MEC, que finalmente concluyó que el gobierno mexicano no tiene razones válidas para tal determinación, que afecta la equidad comercial entre los tres países.
México esgrimió argumentos científicos que advierten sobre el riesgo que implica para la salud el consumo de productos derivados del maíz transgénico.
La respuesta del panel fue que no hay evidencia suficiente de tales peligros.
El gobierno federal expresó además lo que han defendido una y otra vez organizaciones como Greenpeace: la introducción en México de maíz transgénico, pone en riesgo la diversidad del maíz mexicano, donde existen 64 razas, de las cuales 54 son consideradas nativas.
En el caso de Tamaulipas, por ejemplo, en los municipios de Llera, Hidalgo, Nuevo Morelos y Tula, se ha registrado el mayor número de colectas de las razas Tuxpeño, Tuxpeño Norteño, Ratón, Olotillo y Cónico Norteño.
La riqueza del maíz mexicano, como puede verse, es muy amplia.
Pero, a pesar de lo que determinó el panel del T-MEC, también hay evidencia científica de que en efecto hay ciertos riesgos en el consumo de productos transgénicos.
La Red Canadiense de Acción Biotecnológica, que fue una de las organizaciones consultadas por el panel, advirtió en su ponencia que “las investigaciones siguen encontrando indicios de daños potenciales para los seres humanos por el consumo de maíz GM resistente a los insectos”.
La organización señala que varios ensayos de alimentación en animales de laboratorio también muestran que las toxinas Bt y los cultivos Bt GM (transgénicos) pueden tener efectos tóxicos: “Se han observado diversos efectos tóxicos e indicios de toxicidad en sangre, estómago, intestino delgado, hígado, riñón, bazo y páncreas, aunque el mecanismo no se ha dilucidado a partir de estos estudios. Resulta un tanto grave que los gobiernos de Estados Unidos y Canadá no exijan estudios sobre alimentación animal para demostrar la seguridad de los alimentos genéticamente modificados”.
Como no podía ser de otra forma, el asunto ya tomó tintes políticos y la oposición -como en el caso de Trump y su amenaza de intervenir en México- se posicionó por completo a lado de Estados Unidos, Canadá, y la grandes empresas trasnacionales.
La discusión, de cualquier manera, tiene que darse. El maíz mexicano y su defensa lo valen.
Por. Miguel Domínguez Flores