2 junio, 2025

2 junio, 2025

La casa de la tía de los muchachos 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

También a las ciudades les duele la insoportable existencia, la presencia de paloma  cambia las palabras como los pasos leves en la antigua plaza. Cuando no he estado, de cierta manera he servido de memoria. La casa es un desierto abierto y arrecia el viento. 

De pronto gotas de una tormenta brincan en el océano, bailan al filo de una mariposa. En verdad qué bello es vivir, uno se siente parte del ballet en el contenido de un vaso que se va llenando. Es un ballet, una sinfónica mientras despiertas y te descubres aquí respirándote. Bello es el despertar y que la vida exista. 

En una figurilla de cera en el laberinto de mis manos, también se ve cómo una especie de sueño se puede llevar y traer a todas partes. Ciudad, nadie te piensa como yo te pienso. Nadie camina por las banquetas con el único propósito de caminarlas.

El que inventó las calles no supo de mi, ni de los faros que crecieron como espigas, ni de los días eternos de las esquinas escogiendo un destino único en los ojos vespertinos.

Deja quedarme solo cuando las luces se vayan apagando, para recordar de memoria el camino que queda por andar. Déjame en los añicos del último sol que hayan visto mis ojos en medio de una calle escogida al azar.

Las letras hablan y van en patines con tipografía multicolor y fondo claro. La letra es manuscrita y chica pero mide el espacio que hay entre las dos luces de un coche por la noche. Uno suele apreciar de lejos en el sube y baja de la loma  los más sencillos recuerdos, puede asombrarse de ver a los jóvenes bajando de las palabras que nadie ha dicho de nuevo. 

Aquí en este lugar del texto la tía se enamoró como se enamoraban las tías, de un imposible. Y para algunos era la tía de los muchachos que siendo muchos no era ninguno, en lo que pasaba el señor de los loches en una vitrina con bicicleta, la pelota rodaba fuera de la cancha. Aquí la vi pasar a ver un juego, un domingo a mediodía, suscrita de ida y vuelta con canciones de Chayanne. 

Abriré una brecha entre las casas y las calles, nada más para decirte un secreto, pero allá me quedo. Llevo una galleta a mis labios para comer poco a poco. Sin mancha escribiré en una página de la ciudad tus palabras tiernas. Sin dolor recogeré el fruto de los árboles y tu canto, y habrá un Dios muy grande escuchando. 

Sí te amo es también arte, arte deco, textura sobre lienzo, sensualidad y apertura, libertades y caricias en un libro, un cuadro de Van Gogh, una mirada limpia y bonita en la Biblioteca con un texto de Valmiki. 

Me he instalado en el puerto de estos brazos. La tarde se cuela entre las ramas, y en un par de aves, quizás las últimas, se escucha el motor de la calle. Ten aquí mi retrato y búscame en los ojos. Comprueba si me asemejo a mi en la ansiedad de mis huesos. Confírmame por tus avenidas cruzando en medio de los faros que me disipan, y oscurece. No parpadees te lo pido. 

Yo tengo un mundo que escucha, que entiende y acepta, yo tengo un alma que no se queja como quien escribe, pero en este cuerpo que tengo tan delgado no tengo un lugar para guardar las lágrimas. Llorar es una lluvia en mi tierra. No me da pena. Mi casa se llueve por un agujero de la memoria y estoy aquí con todos los sueños en la puerta, espiando el paraíso de lo que más quiero. 

Aquí en el bulevar de los sueños rotos como dijera el poeta, las hojas secas y amarillentas son una ensoñación de estaño y el poeta escucha la lira del río que lo lleve al mar. Porque la canción sale de las hojas desquebrajadas por los pasos, sale con los pájaros refugiados en los árboles que huyen del ruido de los carros, del puntiagudo avioncito de papel y del frío. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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