7 julio, 2025

7 julio, 2025

Migraciones del trompo en Ia uña 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Una mano invisible nos condujo y hemos dejado atrás la infancia, con ella los juguetes que recordamos y los juegos con nuestros pequeños amigos. En el antiguo autobús volteamos a los lados y hablamos con el compañero, con aquel amigo de los viernes, hablamos de un fin de semana y de las charlas superficiales.

Hace unos cuantos años un niño robó mi pelota y desapareció por siempre. Enterrado un trompo esperó por largos años una cuerda, lo dejé esperando y nadie como yo llegó para abrir el juego bailando en la pista del patio. 

Fueron muchos inviernos en lo que hoy no siendo caspa es ligera lluvia de cansancio y canas. Una mano invisible y gruesa, quizás la del padre, la de toda la vida me conduce sin frenos por las curvas de la carretera amigable.

Se marcharon también las palomas del parque, las palabras dichas, también las muchachas y las señoras. Se han sustituido algunos árboles por enormes gladiolas que se miran desde el otro lado de la calle, desde los otros años que saltaron entre el huerto, sobre los matorrales.

Cuántas veces volvimos derrotados a la puerta que se abría y ahora estamos aquí más lejanos que nunca. Desde un largo tranvía arrojando serpentinas por el arcoiris de los ojos, dudando, me veo en el reflejo de los vidrios. 

El sol de ayer no es el mismo de hoy aunque de igual manera nos alumbre, siempre hay un árbol que creció, un pasto que no deja ver el suelo, el norte que no deja ver el sur, el hombre atravesado que no deja ver la luz del día siguiente. Hablo mientras escribo para que pase el tiempo que pase y pasa un pájaro en una caracola que es algo así como su casa. 

Ahora la mayor parte de las cosas ocurrieron: el día transcurre, el día se retira de la cama, de los trastes y de las deudas. Alguien- nunca se sabe quién- hablará de todo esto frente a un público de migrantes. No lo sé. Pero hubo quien amó el alma peregrina y también la congoja de un rostro cambiante. 

Pero me he puesto a pensar y eso me ha llevado años hasta que di con el olvido, solamente se vive, el resto es olvido y la memoria miente muchas veces. No existe un túnel del tiempo seguro y lo que partió ya no tiene regreso y se llevó algo de nosotros, somos un poco el pedazo de aquellos y sin embargo los días son nuevos. Los viejos somos nosotros. La vida a veces es un truco de magia. 

Por más que nos quedemos nadie logra quedarse, por más que nos lo pidan y nosotros queramos- y esa es la condición efímera de todo ser viviente- nos vamos. Somos migrantes infinitos y naturales, lo que hay a nuestro alrededor también migra. Y migramos en línea a otro continente, vamos a otra red y retornamos. Nadie nos espera ni vamos juntos sino que cada uno con su flecha apunta al blanco diferente. 

Nos quieren y otros no tanto. En la esquina una persona me encuentra y charlamos, me perdí de dialogar con otras personas, con multitudes en la fila infinita de mi existencialismo, me detuve un rato pero fui muy lejos con mis palabras. Nadie pidió que viniésemos, no obstante llegamos ignorando si para bien o para mal.

El trompo en la uña vuela en el aire, no se sabe si es la uña enterrada, no obstante el pasado es borroso, quiero creer que era verano, pero hacía frío. Tal vez sea este enero el estuario de una mano que nos conduce y nos termina dejando al fin de año.

En casa ya no hay nadie o nadie ha llegado. La memoria se columpia por nosotros mientras leemos la enorme biblioteca por donde vamos, mi acompañante duerme y aprovecho para salir al corredor vacío y bañarme en el sol donde todavía no se baña nadie.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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