19 abril, 2025

19 abril, 2025

Con una oreja más grande que la otra 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Somos jóvenes aunque no tanto, dicen los no tan jóvenes. Aún cuando son viejos así se sienten los también llamados chavorrucos y de esta manera comienzan su discurso. Claro que ningún chavo de los realmente jóvenes daría un peso por ellos.

La aclaración no pedida sirve para si un joven les gana una competencia, ya sea una carrera o a ver quien arroja más lejos una piedra. No obstante sirve para que los oyentes puedan recibir un sabio consejo y les crean. 

En ese grupo no hay los anteriormente llamados «ninis», se dicen de la vieja escuela con los traumas de la maestra chelito de la primaria que les jalaba las orejas. Y nadie rajaba leña. Lo cual consideran un acto heroico luego de que algunos lucen una oreja más grande que la otra.

Vieron llegar la computadora gigantesca y hubo quienes tomaron un curso para enseguida usarla sin que a cada rato se congelara. Vieron venir el primer celular Nokia con funda de plástico que era el equivalente al ladrillo, viéndolo bien se pudo hacer una casa con ellos, y no se hizo. Ni modo.

Juegan fútbol con la raza de barrio y quieren ser los directores técnicos, mas nadie les hace caso. Según ellos de ahí podría surgir una cantera como la del América, ser lo que no fueron ellos. Algunos chavorrucos, no todos, comienzan a ingresar muy orgullosos de su carrera deportiva al torneo de los veteranos.

No obstante los chavorrucos suelen ser padres de familia, solterones empedernidos, tíos, viajeros ínter galácticos, vendedores de Chía aunque antes vendieron paletas, libros casa por casa, predicaron el evangelio ante escasa concurrencia.

Ahora a la menor intención de público platican sus notables experiencias de cuando estuvieron en la escuela y los corrieron porque se fueron de pinta. Así es esto muchachos, dictan a sus discípulos aun cuando estos no le hacen caso pues están conectados con una docena de cuates. 

Cuentan las broncas y en todas salieron triunfadores olvidando la vez que se cayeron con traje en un charco o cuando les ganó un chiquillo de cuarto. Son los hijos de la mamá que les pegaba con una chancla y cargan con el trauma. Hijos de los padres que si se dejaban golpear por un compañero, también el los golpeaba y más fuerte. 

Y sí. Son aquellos que leyeron El llano en llamas, el Periquillo sarniento, el Quijote a medias, porque se los encargaron de a hueso en segundo de secundaria. Son los que confesando su culpa se pusieron de pie en el salón por el puro valor civil de un cinturón en casa, así los castigaban en casa. Y no existía el IPhone. 

Recuerdan los casinos y discotecas, los bailes de Enfermería y trabajo social y de la normal. Al Cbetis 24- que antes fue Cecyt 104- llegaron a traer al grupo más famoso de su época como fueron «Los Terrícolas» y mucha raza no pagó la entrada, se la «volaron». 

En la habitación de su casa- la de los chavos de entonces- había un ropero clásico de caoba, un par de zapatos bien boleados por ellos mismos, una caja donde guardaban grasa y crema del oso polar, un buró que encima tenía un perfume de botita «Avon», unos pantalones de terlenka y otros de gabardina muy apretados, un rompe vientos colgado de un clavo con tres varos en la bolsa izquierda; una brillantina Willdrot de 250 mililitros. 

Buenos y sanos eran lo mismo que ya briagos, y lo siguen siendo, la misma disputa por las chicas más buenas, las mismas ganas de ser los mejores en lo que hicieran, el mismo sitio en estadio Victoria para ver al Cuerudos. ¿Que por qué sé?, no me lo pregunten a mi, yo un jovecito, incipiente integrante de la porra de sol que juega en la liga de los veteranos. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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