31 marzo, 2025

31 marzo, 2025

La guerra, ese elefante en la sala

TRÓPICO DE CÁNCER / JESÚS COLLADO MARTÍNEZ

La guerra en su definición más sencilla, dice en el diccionario de la Real Academia Española, es la lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación. Comienza con la ruptura de hostilidades o la declaratoria de una de las partes, pero normalmente quién está en una posición de Poder es quien señala al enemigo, toma medidas extremas y extraordinarias para establecer los escenarios de las operaciones bélicas y establece las reglas que deberá seguir la población civil para estar a salvo.
 
Hoy en día en nuestro país, en medios y redes sociales, la comentocracia narra los horrores reales de descubrir ropa y documentos de personas desaparecidas y restos óseos humanos en lugares con incineradores como un rancho abandonado de Jalisco, o sepulcros clandestinos como en un lugar de Reynosa, Tamaulipas, describen con detalle lo que pudo haber acontecido en esos lugares en donde se llevaron a cabo crímenes de lesa humanidad que privaron de la vida a las víctimas y a sus familiares hasta de la oportunidad de una última despedida.
 
Sin embargo, los medios y las redes sociales omiten hablar del origen de esta violencia extrema que afecta profundamente la vida de los habitantes de algunas zonas importantes del país. En México hay una guerra que declaró el Presidente Felipe Calderón el primero de diciembre del 2006, hay que decirlo con claridad, no habido una guerra de Calderón, una guerra de Peña Nieto y una guerra de López Obrador, así no funcionan los conflictos bélicos. En México Felipe Calderón declaró una guerra al narcotráfico que no ganó y que no ha concluido, la declaró sin reglas, sin una definición clara de quien era el enemigo, cual era el campo de batalla y cuales las garantías para los ciudadanos.
 
De esa manera, las calles de pueblos y ciudades, y las carreteras del país se convirtieron en escenarios de guerra, en ellos pelean con las armas en la mano a cualquier hora del día y la noche grupos de criminales entre ellos y contra las autoridades. Casas habitación en zonas urbanas y ranchos en el campo, se han convertido en refugios para quienes actúan fuera de la ley, y también en lugares de exterminio y cementerios clandestinos, en donde se sepultan cuerpos o restos humanos que desaparecen para siempre y hunden a sus familiares y amigos en el dolor provocado por la incertidumbre.
 
Las hostilidades de esta guerra iniciaron en Michoacán y los estados vecinos y ese sigue siendo el principal campo de batalla, casi 20 años después, Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Colima, Sinaloa, Guerrero, Tabasco, Chiapas, el norte de Tamaulipas y Nuevo León, en esos estados hay municipios de baja población en donde la presencia de los grupos criminales es permanente y la población se encuentra totalmente sometida  a la voluntad de los llamados jefes de plaza.
 
Las guerras convencionales se terminan cuando la superioridad de un ejército somete totalmente al enemigo hasta vencerlo y en otros casos se terminan cuando se pactan acuerdos de cese al fuego y de desmovilización de los ejércitos o grupos armados, bajo determinadas condiciones y de esa manera se va logrando la recuperación de la paz y la normalidad. En México durante el sexenio de Calderón y el de Peña Nieto la guerra se peleó a fuego abierto, durante el período de López Obrador se redujo la intensidad de la confrontación y actualmente se realiza una estrategia que aparentemente combina las dos formas mencionadas.
 
Lo cierto es que la guerra está entre nosotros, aunque nadie quiera hablar de ella, la guerra no ha terminado y los mexicanos la están perdiendo, nuestro modo de vida ha cambiado para siempre, salimos de casa bajo nuestra propia responsabilidad y nuestros propios protocolos de seguridad, establecemos mecanismos de comunicación entre los miembros de cada familia para saber de cualquier emergencia, viajamos en horas del día y solo cuando hemos investigado si se puede viajar por la carretera que transitaremos.
 
La guerra sigue aquí, y debemos aceptar que ahí está, la guerra sigue aquí y sus horrores también, las muertes de los inocentes, las muertes de los contendientes, las muertes de las autoridades que tratan de contenerlos, las muertes que no debería haber, los decapitados, los desollados los torturados, los desmembrados, los incinerados, los disueltos en ácidos y solventes. Los heridos graves, los que pierden alguno de los sentidos, los mutilados, los incapacitados.
 
La guerra sigue aquí en una sociedad de mujeres y hombres que quieren que se acabe, que lo que más quieren es que haya paz. Las guerras no se acaban solas. La guerra, la muerte y la violencia siguen aquí, y debemos aceptarlo como principio para terminar debidamente y para siempre una guerra que nunca debió empezar.

POR JESÚS COLLADO MARTÍNEZ

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