13 abril, 2025

13 abril, 2025

Incertidumbre

CÓDIGOS DE PODER / DAVID VALLEJO

La paradoja de nuestro tiempo es brutal: nunca antes habíamos tenido tantas herramientas para anticipar el futuro y, sin embargo, seguimos siendo sorprendidos por crisis globales. Sabemos más, pero entendemos menos. Los modelos predictivos analizan patrones climáticos, elecciones, fluctuaciones en la bolsa, avances médicos. La inteligencia artificial es capaz de anticipar guerras comerciales, crisis financieras, tendencias tecnológicas. Con toda esa información disponible, la humanidad debería moverse con ventaja en el tablero del futuro.

Entonces, ¿por qué nadie supo predecir con precisión el COVID-19? Los epidemólogos advertían desde hace décadas que una pandemia era inevitable, Bill Gates dio conferencias sobre el riesgo de un virus altamente contagioso, había estudios sobre el peligro de los mercados húmedos en China y sobre la vulnerabilidad de los sistemas de salud. A pesar de todo, el mundo entero quedó paralizado cuando estalló la crisis.

Lo mismo ocurrió con la guerra entre Rusia y Ucrania. Desde la anexión de Crimea en 2014, analistas geopolíticos sabían que Putin tenía intenciones expansionistas. Pocos pensaban que se atrevería a una invasión a gran escala. Los servicios de inteligencia advertían la acumulación de tropas en la frontera, pero incluso días antes de la invasión se pensaba que solo era una estrategia de presión. Cuando los tanques cruzaron la frontera, Europa reaccionó con la misma sorpresa con la que en 2020 vio los hospitales desbordados por la pandemia. Que tenga conocimiento, solo mi amigo, el excelente analista político, Sabino Bastidas, pudo anticipar el hecho con precisión a pesar de que para esta columna me inspiré en una conversación que tuve con él, sobre la incertidumbre y la dificultad de hacer prospectiva en estos días.

Las Torres Gemelas colapsaron ante la incredulidad del mundo el 11 de septiembre de 2001. Hubo advertencias, informes de inteligencia que hablaban de una posible amenaza terrorista contra Estados Unidos, pero la información fue ignorada o subestimada. La tragedia desató una serie de conflictos geopolíticos y cambios en las políticas de seguridad globales que transformaron por completo el siglo XXI. El mundo no estaba preparado para una guerra asimétrica de esa magnitud.

El regreso de Trump a la presidencia parecía imposible hace unos años. Su discurso populista, los escándalos, la división en la sociedad estadounidense, la ola de desinformación en redes sociales, la erosión de la democracia en el mundo, todo estaba sobre la mesa. Analistas políticos, medios de comunicación y expertos pronosticaban que sería difícil que volviera al poder, pero la realidad se impuso con fuerza.

Las herramientas de predicción son más avanzadas que nunca. DeepMind y otros sistemas de inteligencia artificial analizan grandes volúmenes de datos y encuentran patrones que a los humanos se les escapan. Las redes sociales son capaces de detectar tendencias en la opinión pública con semanas de anticipación. Modelos climáticos muestran con precisión el impacto del calentamiento global. Gobiernos y corporaciones utilizan algoritmos para prever crisis financieras, desastres naturales, revoluciones políticas. La cantidad de información es apabullante.

En lugar de darnos certeza, la sobrecarga de datos genera ansiedad. Hace décadas, las crisis llegaban sin previo aviso y la gente reaccionaba cuando ya estaban encima. Ahora vivimos en un estado de alerta permanente. Predicciones sobre el colapso de la economía, nuevas pandemias, avances de la inteligencia artificial que podrían transformar por completo el mundo laboral, crisis migratorias que cambiarán la demografía de los países. La incertidumbre no es un evento, es una condición constante.

La importancia de cuestionarlo todo nunca ha sido tan relevante. Las fake news han contaminado el discurso global, infiltrándose en redes sociales, medios de comunicación y hasta en las altas esferas del poder. En un mundo donde la información es poder, la desinformación se ha convertido en un arma estratégica.

Los gobiernos no pueden predecir con exactitud lo que ocurrirá, pero pueden prepararse para cualquier escenario. Finlandia entrena a su población en pensamiento crítico para resistir desinformación y crisis. Singapur invierte en autosuficiencia energética, alimentaria y tecnológica. Las economías más resistentes no son las que dependen de una sola fuente de ingresos, sino las que diversifican su producción y fortalecen su infraestructura. Empresas como Amazon y Tesla han demostrado que la flexibilidad y la capacidad de adaptación son clave para sobrevivir en tiempos de crisis.

Los adelantos tecnológicos también se han convertido en una estrategia para aumentar el valor de una empresa en el mercado. Desde la computación cuántica hasta la inteligencia artificial generativa, cada innovación representa una oportunidad para elevar la percepción de una compañía y atraer inversores. No siempre importa la aplicación real de la tecnología, sino el potencial que representa en la narrativa del mercado.

A nivel personal, la mejor estrategia no es obsesionarse con lo que podría pasar, sino desarrollar la capacidad de adaptarse. La habilidad más valiosa del futuro no es saber programar, hablar cinco idiomas o tener una carrera en tecnología. Es aprender a aprender, cambiar de rumbo cuando sea necesario, construir redes de apoyo, filtrar la información, enfocarse en lo que realmente importa. La gente que sobrevive crisis no es la que tiene más dinero, sino la que tiene mejores contactos, la que sabe moverse dentro del caos.

El futuro es incierto y no se domestica, se necesita correr con el. Todo puede pasar. Un conflicto en Taiwán, una crisis energética global, la disrupción del empleo por la inteligencia artificial, un colapso financiero, una pandemia más letal que el COVID. Predecirlo con exactitud es imposible. Lo único que marcará la diferencia es qué tan preparados estamos cuando llegue la próxima tormenta.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y la incertidumbre o la ansiedad lo permiten.

Placeres culposos: Bill Gates, Código Fuente y Slavoj Zizek, mundo loco (libros).

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POR DAVID VALLEJO

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