19 abril, 2025

19 abril, 2025

Grunge

CÓDIGOS DEL PODER / DAVID VALLEJO

Crecí en la era del grunge. No lo escuché desde la distancia, no llegó a mí como una tendencia muerta de los noventa que resucitó en recopilaciones nostálgicas. Estuve ahí cuando el mundo pasó del brillo plástico del glam rock al sonido crudo, desgarrador y real de una generación que ya no tenía ganas de fingir.
Los ochenta fueron el exceso. Mötley Crüe, Poison, Def Leppard, Bon Jovi. Hombres con maquillaje, pantalones de cuero apretados y peinados imposibles que gritaban sobre fiestas interminables, sexo sin consecuencias y dinero que fluía sin final. La música era espectáculo, un circo de luces de neón y solos de guitarra que se extendían por minutos sin otro propósito que el de demostrar que podían hacerlo. Los videos musicales eran orgías visuales de lujos y mujeres con minifaldas imposibles. El rock se había convertido en un producto diseñado para vender y, como todo producto, tenía fecha de caducidad.
A finales de la década, el espejismo comenzó a disiparse. Bajo la superficie de la cultura de MTV y la radio de hits inmediatos, en los garajes húmedos de Seattle, algo diferente estaba naciendo. Un sonido que no buscaba la perfección, sino la autenticidad. En lugar de trajes de cuero y botas de plataforma, estos músicos vestían jeans gastados, camisas de franela y botas de trabajo. Ser una estrella de rock ya no tenía el mismo significado. En Seattle llueve la mayor parte del año, los inviernos son largos y la sensación de aislamiento es real. No es casualidad que el grunge surgiera ahí.
Ese sonido era áspero, cargado de distorsión, con guitarras afinadas en tonos más bajos, baterías pesadas que golpeaban como un mazazo en el pecho y un bajo que no solo rellenaba el fondo, sino que se volvía el eje de muchas canciones. Las voces no eran pulidas ni elegantes, eran gritos, susurros, lamentos de alguien que había pasado por demasiado y no tenía intención de endulzar nada. No era música para estadios llenos de fuegos artificiales. Era música que se tocaba en bares oscuros, en pequeños escenarios donde el sudor y la cerveza se mezclaban con la electricidad de la distorsión.
Nirvana fue el catalizador. Con Nevermind, Kurt Cobain y compañía destruyeron todo lo que el glam rock representaba. Smells Like Teen Spirit no fue solo una canción, fue un terremoto. En un mundo acostumbrado a coros pegajosos y solos milimétricamente planeados, ese riff simple y la voz desgarrada de Cobain fueron un acto de rebeldía absoluta. El video, con una banda tocando en un gimnasio mientras un grupo de jóvenes destruía todo a su alrededor, fue la imagen perfecta de lo que estaba por venir.
Pearl Jam fue el alma del movimiento. Mientras Cobain se sentía incómodo con la fama y quería destruirla desde dentro, Eddie Vedder entendió que la música podía ser un vehículo para algo más grande. Ten no fue solo un álbum, fue un manifiesto de rabia, de vulnerabilidad, de dolor convertido en arte. Alive hablaba de la sensación de estar muerto en vida, de descubrir que todo lo que creías cierto era una mentira. Jeremy era una crónica sobre el suicidio juvenil antes de que los noticieros se inundaran de historias sobre tiroteos en escuelas. Black era una de las baladas más devastadoras jamás escritas.
Había algo en la voz de Vedder que no dejaba espacio para la indiferencia. No cantaba, rugía. No decía las palabras, las vivía. Su estilo vocal se volvió una marca registrada, inspirando a innumerables bandas que vendrían después. La profundidad de sus letras y la fuerza de sus interpretaciones llevaron al grunge a territorios más introspectivos, sin perder la crudeza de sus raíces.
El sonido de Seattle tenía diferentes matices. Soundgarden trajo la pesadez del metal. Chris Cornell tenía una voz que podía moverse entre registros bajos y gritos estratosféricos con una facilidad aterradora. Black Hole Sun era una pesadilla psicodélica. Fell on Black Days era el reflejo de una mente atrapada en su propia oscuridad. Spoonman era un delirio rítmico que demostraba que el grunge podía ser experimental y retador.
En Alice in Chains la distorsión tenía un tono más oscuro. Layne Staley cantaba con la voz de alguien que ya conocía su destino, atrapado entre la desesperación y la resignación. Man in the Box tenía uno de los riffs más icónicos del movimiento. Rooster era una desgarradora historia sobre la guerra de Vietnam. Would? era una despedida premonitoria de un hombre que sabía que su historia no tendría un final feliz.
Stone Temple Pilots ofreció una variante más elegante del grunge. Scott Weiland tenía el magnetismo de una estrella de rock clásica, pero con una voz que podía ir del susurro a la agresión en un instante. Plush y Interstate Love Song eran himnos de carretera para una generación que nunca supo qué dirección tomar.
Smashing Pumpkins creó un puente entre el grunge y la psicodelia, con Billy Corgan construyendo paisajes sonoros densos y melancólicos. Siamese Dream y Mellon Collie and the Infinite Sadness fueron álbumes monumentales, llenos de angustia y belleza. Tonight, Tonight tenía la épica de una película muda. 1979 capturaba la nostalgia de una adolescencia que se desvanecía.
Antes de que el grunge explotara, el camino ya estaba siendo trazado en las estaciones universitarias. R.E.M. había demostrado que la música alternativa podía llenar estadios sin perder su esencia. Michael Stipe cantaba sobre el desencanto, sobre la incertidumbre, sobre la sensación de estar perdido en el mundo moderno. Losing My Religion se sintió como un grito de auxilio de una generación entera. Si bien el sonido de R.E.M. no encajaba en la agresividad del grunge, la banda sirvió como puente entre la escena underground de los 80 y la explosión del rock alternativo de los 90. Cobain admiraba a Stipe y veía en R.E.M. un modelo de cómo una banda podía mantenerse auténtica sin sucumbir al peso de la fama.
Los Unplugged de MTV inmortalizaron al grunge de una manera inesperada. La última gran actuación de Nirvana en Nueva York dejó una versión de Where Did You Sleep Last Night que parecía el último suspiro de un hombre que ya había abandonado la batalla. Pearl Jam convirtió su Unplugged en una catarsis absoluta, con Vedder escribiendo PRO CHOICE en su brazo durante Porch, en un acto de protesta en vivo. Alice in Chains entregó uno de los sets más dolorosos de la historia, con Staley tan deteriorado que parecía que la música era lo único que lo mantenía en pie.
El grunge tuvo una vida corta, pero dejó cicatrices profundas. Cobain se disparó en 1994, incapaz de soportar el peso de su propio mito. Staley murió solo en su apartamento, consumido por la heroína. Weiland siguió un camino autodestructivo hasta su último aliento. Cornell, el hombre con una de las voces más impresionantes del rock, se quitó la vida en 2017.
El último gran movimiento del rock se desvaneció, pero sus canciones siguen ahí, como testamentos de una era en la que la música no tenía miedo de decir la verdad.
Recuerdo con profunda añoranza aquellos años de secundaria, cuando el mundo era más simple y el alma más ruidosa. Me veo escuchando Ten de Pearl Jam como si fuera un ritual sagrado, con unos pantalones gastados que parecían tener más historia que yo, unas botas de Pemex que pesaban como el futuro, una camisa de Nirvana que compré en el Macalito de Tampico y una franela encima, aunque el calor jurara venganza. Llevaba un corte de hongo con la parte de arriba un poco larga, como si eso dijera algo sobre quién era. Mis mayores preocupaciones eran qué haría con mis amigos el fin de semana. Lo importante, poco importaba. Y eso, dicho de otra forma, era lo más importante de todo.
Playlist: Smells Like Teen Spirit, Nirvana; Black, Pearl Jam; Man in the Box, Alice in Chains; Outshined, Soundgarden; Plush, Stone Temple Pilots; Lithium, Nirvana; Even Flow, Pearl Jam; Black Hole Sun, Soundgarden; Would?, Alice in Chains; Interstate Love Song, Stone Temple Pilots; Hunger Strike, Temple of the Dog; Tonight, Tonight, Smashing Pumpkins.
Everlong de Foo Fighters para Greis.

POR DAVID VALLEJO

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