El pasado 25 de marzo, el pleno de la Cámara de Diputados votó uno de los casos más sensibles y polémicos de los últimos tiempos: el proceso de desafuero contra Cuauhtémoc Blanco, actual diputado federal de Morena y exgobernador de Morelos.
Blanco fue señalado por el delito de violación en grado de tentativa, presuntamente cometido contra su media hermana. La Fiscalía de Morelos solicitó su desafuero para poder proceder legalmente, pero la Sección Instructora del Congreso —dominada por legisladores oficialistas— desechó el dictamen. La decisión fue ratificada en el pleno con 291 votos a favor de mantener el fuero, 158 en contra y 12 abstenciones.
A pesar de la gravedad del señalamiento, Cuauhtémoc Blanco conserva su inmunidad y no podrá ser procesado mientras ocupe su cargo. En lo jurídico, el caso se detiene. Pero en lo político y comunicacional, lo que se activó fue un mensaje que trasciende los votos.
Porque la política no solo se mide en mayorías, sino en lo que se comunica. Y esta votación comunica mucho.
En un país que por primera vez en su historia tiene a una mujer como presidenta de la República, que ha hecho de la igualdad y la defensa de los derechos de las mujeres una bandera, esta decisión del Congreso representa una ruptura entre el discurso y la acción. Mientras desde Palacio Nacional se habla de transformación, desde el Poder Legislativo se protege a quien está acusado de uno de los delitos más graves: violencia sexual.
No se trata de juzgar antes de que la justicia lo haga, sino de abrir el camino para que se investigue como se investigaría a cualquier otro ciudadano. Y ahí es donde el mensaje falla.
Desde la comunicación política, esta decisión representa una disonancia narrativa profunda. Porque mientras la presidenta Claudia Sheinbaum dice “llegamos todas”, en el Congreso, incluso dentro de su propia bancada, algunas diputadas decidieron que no era momento de ir todas.
La decisión no solo divide al partido, también daña la credibilidad del proyecto político al que pertenecen. Y peor aún: desmoviliza emocionalmente a una parte de la sociedad que había encontrado en este gobierno una representación simbólica y tangible. ¿Qué puede pensar una víctima de violencia cuando ve que el poder protege a quien ha sido acusado de cometerla?
Este episodio deja claro que el discurso feminista dentro de las instituciones no puede ser selectivo. No se puede hablar de derechos cuando conviene y callar cuando incómoda. La lucha contra la violencia de género exige congruencia, valentía y, sobre todo, coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Como decía Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal de Alemania y uno de los arquitectos de la Europa democrática moderna: «La confianza se gana con acciones, no con palabras.»
Y en la política, cuando se pierde la confianza, no hay fuero que la recupere.
Eric Valdez Gómez
Consultor en Comunicación Política (Compol)
Experiencia en Campañas Políticas en México y el Extranjero
Especialista en Comunicación, Medios y Marketing Digital
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