13 abril, 2025

13 abril, 2025

Muerte en dos ruedas

¿Cuántas tragedias más se necesitarán para que se tomen medidas y evitar más decesos de este tipo?

CIUDAD VICTORIA, TAM.- Meli llegó en su motocicleta tipo Vespa y el grupo de conocidos se emocionó, especialmente un joven de 14 años con ansiosas ganas de montar una moto de ese tipo.

Eran los últimos años de la década de los ochentas. Aquel adolescente había aprendido a conducir en dos ruedas el verano anterior y literalmente se moría por revivir esa experiencia. Meli le preguntó al muchacho si deseaba “darle una vuelta a la manzana”, y él, por supuesto que asintió.

Subió a la Vespa y tomó control del manubrio, y notó que Marly, aquella hermosa jovencita dos años mayor que le llamaba profundamente la atención, se había montado en el asiento trasero.

El momento se antojaba mas que perfecto: divertido, romántico, ¡audaz! Aceleró y los primeros cien metros habrían de ser los más memorables, Marly lo abrazó y el jovencito sintió su breve cuerpo pegado a él, sus manos rodeándolo era la experiencia más sublime que un estudiante de secundaria podía vivir.

Disminuyó la velocidad y dobló en la primera calle, aceleró de nuevo y repitió la acción cien metros adelante. Estaba a punto de llegar a la siguiente esquina cuando un coche que estaba estacionado repentinamente inició su marcha sin percatarse de los jóvenes en motocicleta, invadiéndoles el carril y, aunque el muchacho hizo una maniobra evasiva para evadir el impacto, el frágil vehículo de dos ruedas derrapó sobre un charco de agua y ambos tripulantes fueron a dar al suelo.

El automovilista ni siquiera se detuvo a observar las consecuencias de su imprudente proceder y se alejó. El grupo de amigos alcanzó a ver el incidente y corrieron a auxiliarlos, pensando lo peor. Afortunadamente ni Marly ni el jovenzuelo sufrieron herida alguna, solo el enorme susto por el leve percance.

Es de sobra decir que Marly, el interés romántico del muchachito no volvió a acercarse a él. Ese adolescente ávido de aventuras audaces color de rosa es quien ahora conocen como El Caminante.

Aquella experiencia le hizo aprender que con las motocicletas hay que tener mucho cuidado, pues los accidentes ocurren ‘de la nada’, que hay que conducir ‘a la defensiva’ y que llevar un copiloto es una responsabilidad enorme, pues literalmente su vida depende de quien control los manubrios. Desde aquel lejano episodio, el Caminante condujo motocicletas de distintos tipos, cilindrajes y usos. Viajó, trabajó, e incluso, compitió en su juventud con otros bikers. Sufrió unos cuantos accidentes menores pero jamás provocados por su manera de conducir.

Actualmente se desplaza por la ciudad en una moto de 150 centímetros cúbicos, a la cual le sacó placas y seguro, además de portar siempre casco y licencia.

Pero todo esto no es una garantía de que el dia de mañana algún fulano omita un alto y se lo lleve ‘de corbata’. Así es: lamentablemente la cultura vial de la capital cueruda esta por los suelos, y ya no es un tema de convivencia …sino de supervivencia. Literalmente la gente se esta muriendo a causa de esto.

Los de cuatro ruedas le echan la culpa a los de dos y viceversa. La realidad es que de estos decesos de cada fin de semana en percances de autos contra motos somos responsables todos. Desde el motociclista que no porta casco, que usa carriles que no le corresponden, que conduce en chanclas y shorts, y que circula entre carriles en movimiento, o que se avienta en contra ruta, hasta el conductor que se cree con derechos superiores por traer coche y que omite altos, no usa la luz direccional, se estaciona en lugares prohibidos, va a velocidad excesiva o le da por circular alcoholizados. Pero no solo ellos son responsables.

Lo son también las autoridades viales que no han aplicado el reglamento de manera responsable y lo hacen a discreción o que simplemente se hacen de la vista gorda. Pero también comparten esta responsabilidad las autoridades municipales que no han tomado cuidado de la señalización en tramos ya considerados mortales, como algunos del Libramiento Naciones Unidas, del Portes Gil, o de céntricas calles como la Matamoros, que cuenta con una docena de cruces peligrosos y como este ejemplo, hay muchas otras calles en que un simple tope, una señal de alto mas notoria o una bahía podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte para un conductor. ¿Cuántos muertos más se necesitan para que esto cambie? no se sabe. Demasiada pata de perro por esta semana.

POR JORGE ZAMORA

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