2 julio, 2025

2 julio, 2025

Un día en el tren de la semana pasada 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

No voy en carro, no soy carro ni viajo al frente de un vehículo, cuando mucho soy pasajero de esta vida y busco la ventanilla para no perder ni un instante, ni un pedazo de paisaje.

El viaje de un día en el tren de la semana pasada por agua, ha sido corto todavía, voy transportado en el sueño, en pleno vuelo, me han llevado en brazos y me levanté del suelo hasta alcanzar los 90 grados sin un reclamo. 

Hubo hoteles muy viejos en Tampico como El Rivera que fue un gran barco en el puerto donde se hospedó «El Che». Me trajeron a ver por la ventanilla, sobre una silla, a la gente del viejo mercado destazando un gran pescado. Habitaba también un intenso olor a mar. 

Hubo casas pequeñas donde dormí plácidamente hasta que cantó el gallo. Me acostumbré a levantarme temprano. Soy como el ave, suelo volar lejos y luego recordar mi sitio desde el cual no sé dónde me encuentro guardando silencio.

Soy la casa, la calle, el grueso pavimento tallado en carne, el silencio de la noche pasando lentamente y yo despierto. No voy en coche, avanzo detenido en el tiempo, detenido por la gente, por el paso subsecuente de las motociclistas, por los viejos trenes de carga que recuerdan el drama del pasado inconcluso.

Viajo en el cerrado cuerpo de una gota de lluvia. Me he detenido en el horizonte desde donde puedo ver un pájaro en el algoritmo y en Ia lógica del universo antes de una foto. Paso pronto por los espejos donde me he visto, lleno de mi atravieso la calle de los sueños.

De pronto un automóvil lleno de alumnos pasa rumbo a su destino, nunca se detendrá entre la bruma, sigo pensándolo como se piensa un día entre semana. Llevan risas como barcazas encontradas en el mar de sus rostros. Esta es la noche adentro del cuerpo donde el sol no sale, lo que observo es una ilusión óptica, una iluminación de la conciencia.

Como el niño jugando crezco en las paredes de la sombra, llevo las canicas en Ia bolsa para un improvisado juego con mi carácter de anónimo. Es un tiempo insospechado, el turno lírico de un cantante mudo de ópera. De aquí recojo las preguntas que ahora me hago ya grande según el espíritu.

Rodeado de luciérnagas ésta es la bicicleta en la que viajo. Adentro de las horas, en el límite por donde pasan los concursantes no alcanzo a ver la meta. Invisible para las mariposas, voy transeúnte embotellado, estatua de lodo, callendo en la cuenta de la existencia, quiero ir a un lugar donde se sirva café. 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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