Por tercera ocasión en lo que va de su gobierno, el presidente de Estados Unidos ha pospuesto la entrada en vigor de numerosos aranceles a las importaciones provenientes de un sin número de países. La única excepción es con China, con la que los aranceles —en ambos sentidos— mantienen una peligrosa escalada que ya rebasa 100 por ciento.
Gracias a una feliz llamada telefónica entre los mandatarios de ambos países, en febrero se anunció una prórroga de un mes a los aranceles de 25% a las exportaciones mexicanas que se realicen fuera del marco del Tratado México-Estados Unidos-Canadá. En marzo se anunció una segunda prórroga, ahora gracias a la intervención de las empresas automotrices afectadas. Después de una turbulenta semana de pérdidas en los principales mercados financieros del mundo, ayer, el presidente estadunidense anunció una nueva prórroga de 90 días a los aranceles anunciados apenas una semana atrás, el 2 de abril.
La apertura comercial ha sido fundamental para el desarrollo económico mundial, pero es un logro frágil. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, las exportaciones mundiales pasaron de representar menos de 10% del PIB a mediados del siglo XX, hasta alcanzar casi 25% en 2008. El desplome más severo del comercio mundial ocurrió durante la gran depresión del periodo entre guerras. De entrar en vigor, los aranceles de Estados Unidos podrían tener un impacto similar al de la crisis financiera de 2008, o la recesión por la pandemia de 2020.
El argumento económico detrás los aranceles anunciados es insostenible. Equiparar un déficit comercial con una especie de despojo o expoliación al país más rico y poderoso del mundo es una falacia: al contrario, los países prosperan más cuando aprovechan sus ventajas comparativas para exportar e importar diferentes bienes y servicios.
Por otro lado, los aranceles no reducirán el déficit comercial de EU, sólo reducirán el volumen del comercio internacional, encarecerán los productos consumidos allá y muchos otros países, y harán que tanto EU como el resto del mundo sean menos prósperos que antes. El proteccionismo y las barreras arancelarias no promueven el desarrollo doméstico, sino que protegen a sectores poco competitivos a costa del bienestar de los consumidores.
Al contrario, lo que sí lograrán los aranceles de Trump será fortalecer el peso de China en la economía mundial, una economía cada vez más diversificada y que pronto rebasará a la Unión Americana. Pretender que los aranceles podrán restaurar la industria manufacturera en Estados Unidos es tan falaz como pretender que la industria petrolera podrá volver a ser la punta de lanza del desarrollo en México.
El argumento detrás de la amenaza de los aranceles de Trump parece ser más bien político. Una especie de demostración de fuerza frente al resto del mundo: o le ofrecen un acuerdo económico (político, migratorio, etcétera) ventajoso a sus intereses o cierro unilateralmente el acceso al mercado estadunidense. Vale la pena recordar que muchos de los numerosos episodios proteccionistas de la historia han estado acompañados de corrupción a gran escala: la discrecionalidad de los aranceles es un caldo de cultivo idóneo para arreglos socialmente indeseables. Trump mismo ha declarado estar dispuesto a llegar a arreglos con países o empresas particulares a contentillo.
A decir de Martin Wolf, el renombrado analista económico del diario británico Financial Times, el presidente de Estados Unidos “ha aprendido a ser el tirano que siempre ha deseado ser”. En tan sólo tres meses, ha lastimado seriamente el Estado de derecho, el Poder Legislativo y Judicial, así como las libertades académicas y científicas en los Estados Unidos. Además de esto, los radicales aranceles anunciados la semana pasada atentan contra el orden económico internacional que los propios Estados Unidos construyeron tras la segunda guerra mundial. En 90 días más sabremos si esta estrategia gansteril continúa.
Por Javier Aparicio