El lunes el presidente Trump anunció sorpresivamente que hoy se reunirían en Omán, país árabe del Golfo Pérsico, la delegación norteamericana con su contraparte iraní a fin de entablar “conversaciones directas” de alto nivel sobre el tema del desarrollo nuclear iraní.
Luego se supo que el gobierno de Irán no acepta verse cara a cara con los enviados de Trump, por lo que ambas delegaciones estarán en habitaciones separadas, enviándose mensajes a través de mediadores de Omán.
Trump se dijo confiado de que pueda alcanzarse un acuerdo porque “eso sería lo mejor”, pero en su muy peculiar estilo de abordar los asuntos, advirtió que, de no ser así, “Irán enfrentará un gran peligro”. En los últimos tiempos Trump ha amenazado con bombardear al país persa si no abandona su programa nuclear, ya que, para el habitante de la Casa Blanca, como para la mayoría de los países de Occidente, por ningún motivo es aceptable que un arma de esa índole quede en esas manos.
Todo esto mientras bombarderos B-52 de EU han sido enviados a la región, al tiempo que las fuerzas norteamericanas continúan atacando a los hutíes de Yemen, patrocinados por Irán, y dos bombarderos más fueron enviados a la isla de Diego García en el sur del Océano Índico, a corta distancia de Irán.
e presume que justo esa presión militar ha tenido el propósito de obligar a la República Islámica a sentarse a la mesa de negociaciones. Y es que tales bombarderos pueden evadir sistemas aéreos de defensa extremadamente sofisticados y tienen la capacidad de transportar una carga de 18 mil kilogramos de explosivos con el potencial de destruir infraestructura subterránea.
Otro factor que seguramente inclinó a Teherán a acceder a las pláticas es la catástrofe económica en la que vive el país. Su moneda se ha depreciado a niveles no vistos –un millón de riales por dólar– debido a las sanciones impuestas por EU.
La gravedad de la devaluación de la moneda iraní puede apreciarse al observar que en 2015, cuando se firmó el acuerdo de Irán con el G5+1 (JCPOE), la relación era de 32 mil riales por dólar. Ni qué decir acerca de la pérdida para Irán de sus más útiles aliados regionales, a saber, el régimen sirio de Assad, hoy desaparecido, y el Hezbolá libanés y el Hamás palestino francamente debilitados. De hecho, el actual presidente, Masoud Pezeshkian, declaró recientemente que la situación económica de su país era mucho peor que la que prevaleció durante la larga guerra entre Irán e Irak entre 1980 y 1988.
El campo reformista al interior de Irán ha expresado, con la discreción debida, su expectativa de que se llegue a un acuerdo para poder salir así de la grave crisis nacional, aunque hay conciencia de que las probabilidades de que ello suceda son escasas dada la línea dura que caracteriza a los liderazgos de ambas partes.
Trump ha anunciado que su objetivo es desmantelar la totalidad de las instalaciones nucleares de Teherán, mientras que oficiales iraníes han respondido diciendo que las demandas que EU ha planteado son de entrada inaceptables, ya que implican terminar con la influencia regional de Irán, destruir su capacidad de defensa y acabar con su programa nuclear y su producción de misiles.
Por lo pronto, ambas posturas maximalistas auguran un no acuerdo. En este contexto, es un hecho que el régimen iraní, a pesar de su situación crítica, no abandona su objetivo prioritario de destruir al Estado de Israel, mientras que el gobierno de Netanyahu sostiene, por su parte, que ningún acuerdo político-diplomático conseguirá desactivar la amenaza inherente al islamismo radical del fanatizado gobierno de los ayatolas, por lo que la opción militar constituye la única salida que queda.
Es así que en cuanto a este particular asunto, el futuro inmediato es tan incierto como lo es el actual estado de cosas general en nuestro mundo.
Las sacudidas financieras, los bandazos políticos, la polarización intensa a nivel global y al interior de las naciones, los nacionalismos exacerbados, los fanatismos religiosos, los amagos de guerra, el abandono de los valores propios de la democracia y la multiplicación de liderazgos populistas autoritarios tanto de izquierda como de derecha extremas, proyectan una gruesa y ominosa neblina que a nivel global nos impide vislumbrar qué nos deparará el día siguiente.
Por Esther Shabot