Entre los latidos del corazón hay un silencio con vida. La existencia ahí es un nicho, un espacio profundo del tiempo y del todo. Sometido así, he buscado lo invisible, como quien crea un ser de la nada. Estando ahí grito buscando el silencio.
En la mano cerrada guardo el hueco donde cupo el silencio pero no guardó la nada, quizás no hable si sabe algo, si es que ha visto pasar por ahí la vieja historia del agua. En la mano se grabó el deseo, la lucha armada, el brutal trabajo y una corta lana para ir con la mujer un fin de semana. No obstante habrá quien meta las manos al fuego y a quien agarren con las manos en la masa.
Con una roca la mano destruyó otra roca, pero también hizo una casa, una cama de piedra como la de Cuco Sánchez en Altamira. Una mano saluda a otra y son felices al instante de la foto. Luego repartieron el periódico, cruzaron a nado cada una por su lado el inmenso océano.
Con ambas manos arrié las banderas del barco que me trajo. Recuerdo ahora el viejo cascajo quemado en Ia arena de los ojos. Apunté el sitio correcto donde lo abandoné y la gente comenzó a cuestionarse ¿Quién robó aquel regreso? Vuelto en mi como un abrazo, aprieto las manos y entrelazo los dedos de hule.
En mi tiempo meticuloso corté las uñas con esmero, lavé mis manos en el agua del agua, usé cremas exóticas para que no se partieran y sin embargo perdí sobrevivencia y me gané el rencor de los felinos de la colonia que me aborrecieron.
Las manos son las maquiladoras del cuerpo, jarrones chiquitos, embudos de aceite, macetas y desgajadoras de naranjas de Santa Engracia. La mano contiene el fuego de una caricia, en el aleteo de una mariposa es la crucial cachetada a la hora de la hora, el golpe final de un atrevido zancudo a las seis de la tarde.
Antes, mis manos habían sido rastrillos de tierra dura y seca, como nopal de Palmillas, un terrón de piloncillo de El Mante, sabían a azúcar, a granjeno de Jaumave. Sin humildad lo había perdido todo, hasta que volví al terragal de los remolinos, al agua del estanque de arriba donde beben agua las chivas.
Palomas en vuelo, rehiletes huesudos, abanicos de pared desnuda, las manos son avionetas que un día sacudieron el mundo. Un día abrocharon agujetas y también otro, un día firmaron un decreto para permanecer quietas y después lo abrogaron.
Palomas con un nido en la bolsa, con un kilo de tortillas. Del plato a la boca las manos dibujan las manos, los dedos, las ganas. Por años quitan el hambre, mañana pasado, estarán ahí las manos sin embargo, tranquilas, diciéndome algo desde el pasado.
Hubo un tiempo de aplausos, un cumpleaños, dos pesos, uno en cada mano, unos labios callados. Hubo un verano y un pajar, lluvia de un montón de pecados, hubo de todo en el fango, en la risa del chiquillo que he sido, en lo que las manos salían por todas partes del cuerpo, rascándome un grano.
Las manos siempre serán niñas, aún cuando no sean las mismas, han avanzado rumbo a su destrucción entre las espinas, entre olores suaves, buenos y malos, en el tiempo de todos los tiempos.
¿Qué clase de perfume de mujer recuerdan estas manos, qué otras manos suaves, muy juntas me agarraron? ¿Las recuerdas? Apenas puedo leerlas. Escriben una carta y la dejan en el correo, luchan en un cuadrilátero por un sueldo, un sueño, un juego de dados que defina el destino.
En un momento dado las manos cruzaron los dedos, hicieron un mantra, se embarraron de manteca, contaron los números y los restantes. Se saluda de mano, se pide algo y se entrega lo necesario. Hay manos gruesas como ramas de mezquite, manos de obrero, pedazos de block y acero pegado con sudor y con aire.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA