Hace un par de semanas se viralizaron las imágenes de un concierto del cantante Luis R. Conriquez que terminó en caos en el palenque de Texcoco.
Una parte del público enfureció porque en el repertorio de la noche no incluyó sus famosos narcocorridos, y terminó destruyendo el lugar.
Cruda postal del México violento.
Conriquez advirtió una y otra vez que no interpretaría los temas que lo hicieron famoso porque las nuevas disposiciones de las autoridades estatales se lo impedían.
Hace unos días, ocurrió lo mismo con el famoso Grupo Firme en la Feria de San Marcos.
“Nos quedamos hasta la hora que ustedes quieran, así le hacemos, ustedes saben que las reglas son las reglas y hay que seguirlas, discúlpenme”, advirtió el vocalista, Eduin Caz.
A la fecha, no hay una prohibición de corte federal que impida la reproducción de este tipo de canciones. Lo que existe es una tendencia creciente entre autoridades locales a establecer en determinados reglamentos, sanciones para quienes interpreten narcocorridos en conciertos.
“Nosotros creemos que se tiene que ir construyendo en la sociedad una negativa a los contenidos que hacen apología de la violencia, de las drogas o de la misoginia”, declaró la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, tras el incidente en la Feria de Texcoco.
“Eso es importante porque no los prohibimos, lo que queremos es promover que la música tenga otros contenidos (…) En nuestro caso no prohibimos. Es un proceso educativo formativo en donde todos tenemos que contribuir a que no haya apología de la violencia. Yo estoy en contra de prohibir y de censurar. Más bien es promover otros contenidos”.
Por más odioso que resulte escuchar música que en sus letras vanaglorie a delincuentes, en cuanto expresión cultural, pareciera un despropósito siquiera intentar censurarla.
Primero, porque sería materialmente imposible.
Si bien, la autoridad puede controlar su interpretación en vivo en espectáculos formales, o su reproducción en la radio, a través de la historia se ha comprobado que no hay manera de poner freno a manifestaciones artísticas que, por las razones que sean, cobran fuerza con tal naturalidad.
En segundo término, lo que nadie puede negar -insisto, por más detestables que resulten sus contenidos- es que en efecto los narcocorridos existen porque son el retrato de una época; es la música que, guste o no, convoca a millones de jóvenes de este país.
Tamaulipas es uno de los estados que no ha legislado al respecto. O al menos no ha terminado de hacerlo, porque desde el mes de febrero está dictaminada en el Congreso del Estado una iniciativa que contaba con el respaldo mayoritario de las bancadas para prohibir los narcocorridos, pero al final, de última hora se bajó del orden del día, por motivos todavía desconocidos.
Quizás los legisladores hayan escuchado las palabras de la presidenta, quien pidió evitar la prohibición que en este caso particular rima con la censura.
Acaso un punto medio entre la prohibición y la omisión sea una suerte de regulación.
Bastaría, por ejemplo, con evitar que entes de gobierno eviten la presentación de intérpretes de narcocorridos en eventos organizados y financiados por autoridades de cualquier nivel. Por mero sentido común.
Cualquier otro intento estaría destinado al fracaso.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES