23 junio, 2025

23 junio, 2025

El ciudadano; no el hincha

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

En una democracia liberal, el gobernante debe saber que su poder es prestado y condicionado, y que está bajo la constante mirada de quienes lo eligieron. Sin embargo, vivimos tiempos extraños: muchos ciudadanos se comportan más como hinchas de fútbol que como vigilantes del poder. Esta confusión, aparentemente inocente, puede tener consecuencias graves para la salud de nuestra democracia.
En el estadio, un verdadero aficionado apoya a su equipo sin importar si juega bien o mal. Si el delantero falla un penalti, si el portero se come un gol absurdo o si el técnico toma decisiones cuestionables, el fanático aplaude igual. Lo importante es el color de la camiseta. Aunque el equipo esté en el fondo de la tabla, el hincha no lo abandona. Lo defiende con pasión, insulta al árbitro, culpa al clima o al rival, pero jamás a sus jugadores. Sería impensable para él cambiar de bando por más evidencias que haya de una mala temporada.
Lamentablemente, este mismo espíritu se ha contagiado a la política. Muchos ciudadanos ven a los partidos políticos como clubes deportivos. Ya no importa si su líder incumple promesas, si miente, si abusa del poder o si demuestra incompetencia: el “hincha político” lo seguirá defendiendo con la misma pasión ciega. El adversario no es alguien con una opinión distinta, sino un enemigo a derrotar. Y al igual que en las gradas, se lanzan insultos, se promueven rivalidades y se alimenta una lealtad emocional que oscurece el juicio racional.
Pero la democracia no es un campeonato. Y el rol del ciudadano no es el del hincha, sino el del árbitro, el del analista, el del espectador crítico que observa con atención el desempeño de quienes están en el campo de juego. Apoyar no significa aplaudir incondicionalmente. Significa exigir resultados, rendición de cuentas y coherencia. Implica estar dispuesto a reconocer errores, cambiar de opinión y demandar correcciones cuando algo no funciona.
La actitud correcta frente al gobernante no es la de la porra, sino la del vigilante. Un poder que no es observado tiende a la corrupción. Un líder que no se siente cuestionado puede convertirse en tirano, aun dentro de una estructura democrática. Y una ciudadanía que ha dejado de pensar, que ya no evalúa sino que sólo defiende, está renunciando a su papel más importante: ser garante de la libertad y la justicia.
Es saludable simpatizar con un proyecto político, pero es peligroso idolatrarlo. A un gobernante no se le ama, se le evalúa. No se le sigue a ciegas, se le mide por sus actos. Los partidos no son clubes deportivos: son herramientas al servicio del bien común. Y cuando una herramienta ya no sirve a su propósito, hay que repararla, o reemplazarla.
La democracia no necesita fanáticos. Necesita ciudadanos atentos, exigentes y conscientes de que el poder solo es legítimo mientras sirve a todos, no solo a sus seguidores. Como espectadores de la política, tenemos derecho a gritar cuando algo va mal. Pero más importante aún, tenemos el deber de hacerlo.
Porque si dejamos de ser críticos, los goles en contra no los sufre un equipo. Los sufre el país entero

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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