Hoy estamos aquí, mañana quien sabe, como la frase que dio titulo a una novela de Milán Kundera: «La insoportable levedad del ser «. Esa levedad de no saber qué ocurrirá nos deja indefensos; también la capacidad de cambiar de un estado emocional a otro nos vuelve agradeables, pero también en sentido contrario líquidos e insoportables.
El interés tiene pies, de modo que si un día por una razón desconocida, o ya con nombre y firma, amanecimos amargados, ocurre una llamada inesperada que nos cambia la vida, vemos el mundo de colores, somos respetuosos y amables y nos perdonamos por el momento y de inmediato todos los pecados.
El día que salvamos al mundo la gente nos ama y sin despensa de por medio puede que sea que vote por nosotros. Al otro día, tres doritos después, con la misma fuerza podrían aborrecernos y nosotros ser los malos del cuento.
Cuando amamos a una persona, llegado el momento amamos a todo el mundo, y cuando dejas de hacerlo la gente lo nota, ella se cuestiona ¿cómo no me di cuenta antes?, la gente dirá: «siempre ha sido asi de mamón y despiadado, lo que pasó es que estaba enamorado, andaba en otro plano» .
En México cuando se canta el himno nacional se remueve la estructura patriótica de los escuchas. Hay un sentimiento en sentido del combate que nos induce a pelear con honor si más si osare un extraño enemigo. Se inculca desde la edad preescolar. Nos aprendemos de cajón el Himno Nacional para luego cagarla al entonarlo en una pelea de box.
Por lo mismo es que eso que llamamos suerte y que luego no es otra cosa más que lo mismo que provocamos va y viene, entra y sale, un día estamos bien y otro mal. Un día somos los malos y al otro nos coronan. En un segundo una noticia mueve al mundo en sentido contrario y aquello que nunca te toca te toca aunque te quites.
Durante un partido de fútbol se ofrece el extasis de la levedad colectiva, si el equipo de casa mete gol, el corazón salta de la banca, se abrazan las parejas y las disparejss, piden al del gol que les haga un hijo, los mismos jugadores se abrazan y se besan. Pero si al final pierden el partido, los jugadores se vuelven perros del mal y los aficionados tiran agua de riñón, empapados en alcohol buscan vengarse de aquello que llaman fraude, buscan el autobús del rival para cobrarse.
Cuenta la primera impresión, el estilo de vestir, la primeras palabras dichas y a quien las digan, con quien se juntan, los estados del Facebook para crear una imagen desgarradora que produzca sensación, estimule a lástima, alguien podría enamorarse y a otro podría caerles gordo por fantoche el vato y la mujer del botox.
Somos tan sensibles que una caída nos marca para toda la vida, una palabra guardada junto con el nombre, un rencor innecesario nos echa a perder grandes momentos, un sueño soñado varias veces nos abre la puerta de la fantasía, el primer beso y la canción que escuchamos nos abstrae del presente.
El arte tiene que ver mucho con la percepción y por lo mismo con la levedad del ser humano. Una imagen trae recuerdos, un color, una forma, un algo que nos identifica adentro de la tela, del papel o de una escena. Una pieza oratoria nos hace profundamente leves, expuestos en una tarima desde donde anónimo, nos observa el mundo.
Hay personas caminando como valientes para dar miedo, pero lo que dan es lástima, otros usan leperadas, pero hoy de corrientes no las bajan. La levedad cambia con el tiempo. Las emociones y el sentimiento, la misma sensibilidad permanecen ahí para volvernos bulnerables y sencillos, débiles y humanos, amorosos, profanos y románticos. Nosotros los leves, los cronopios inexplicables.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara