Rodolfo Torre Cantú tenía una virtud poco común en la política: sabía nadar en varias aguas sin ahogarse.
Lo demostró en su campaña rumbo a la gubernatura, donde logró construir un círculo íntimo de pocos —cuatro o cinco—. Enrique Blackmore y Herminio Rodríguez operaban como polos gravitacionales.
A su alrededor giraban grupos con intereses cruzados y ánimo de control. Estaban los enviados del entonces gobernador Eugenio Hernández: Óscar Gómez, Manuel Muñoz Cano y Ricardo Gamundi. También el grupo de Farouk Corcuera, enlace de negocios con la clase política y la élite empresarial que exigía espacios, pero sin asomar la cara.
En la frontera, el clan de Tomás Yarrington empujaba con fuerza. Más atrás, el equipo de Manuel Cavazos Lerma intentaba —sin lograrlo— influir en la estrategia electoral.
Las reuniones de evaluación eran campos minados. Silencios incómodos, frases a medio decir y codazos entre operadores.
Pero ahí estaba Rodolfo, administrando el desorden con habilidad quirúrgica. Hacía sentir necesarios a todos. Importantes a cada uno.
Nadie salía del cuarto creyéndose excluido, aunque algunos lo estuvieran desde el principio.
Y entre todos los personajes, había uno que aparecía siempre, aunque casi nunca en el boletín oficial. Un rostro familiar, pero sin cargo público. Un actor sin guion: Alejandro Guevara Cobos.
No tenía nombramiento formal. No hablaba en los mítines ni salía en las listas. Pero estaba.
En todas las reuniones, con todos los grupos. Un día cerca del candidato, otro más lejos, pero
siempre ahí.
Se encargaba de todo lo que oliera a seguridad. Su relación con las Fuerzas Armadas era conocida. Su enlace con Omar García Harfuch,
entonces parte del equipo de Genaro García Luna, le daba acceso y respaldo.
Había una frase que Rodolfo repetía en corto. No en discursos, sino en privado, de oído a oído: “Cuiden mucho lo que dicen y lo que hacen sobre seguridad, porque no llegamos al 4 de julio.”
No era paranoia. Era advertencia.
Y todos la entendían.
La campaña transcurría bajo esa sombra. No era sólo política. Era tensión existencial. Las rutas, los eventos, los horarios… se planeaban con el sigilo de una operación militar.
El desenlace ya es parte de la historia. La advertencia no tuvo final feliz.