30 abril, 2025

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Columna huésped

Pero un poco como el médico que debe tratar al paciente aunque sea un criminal, el periodista tiene la obligación de considerar todos los ángulos, todas las versiones, poniéndolas además en su debido contexto

La semana pasada escribí acerca de lo que que a mi juicio es una de las grandes diferenciaciones en los medios de comunicación: lo que es periodismo propiamente dicho, lo que es opinión (como este artículo por ejemplo) y el activismo mediático, a veces asumido plenamente por sus autores, como debe de ser, otras veces disfrazado de periodismo.

Debo decir que tengo el mayor respeto por la labor periodística. Bien realizada implica valor, integridad, inteligencia, capacidad de síntesis y la difícil habilidad de presentar en una nota los distintos puntos de vista y los diferentes hechos inherentes a la noticia que se relata. No es cosa fácil, pero sí necesaria: y es que una nota que no recoge las distintas versiones de un hecho, que no pide su opinión a los diferentes involucrados y que no le muestra a los lectores los múltiples matices e incertidumbres de lo acontecido, necesariamente presenta una visión parcial y distorsionada de los hechos.

Cuando digo que no es cosa fácil no me refiero solamente al trabajo de investigación y recopilación de información del reportero, ya que con frecuencia se topan con actores secretivos o reacios o hablar con la prensa. Ahí radica uno de los grandes retos del periodista : qué hacer cuando una fuente se niega a presentar su punto de vista, sin el cual la historia necesariamente queda trunca, incompleta.

No es esa la única dificultad. Los y las periodistas son seres humanos, con valores, creencias, simpatías y antipatías como todos los demás. Donde un articulista o comentarista no requiere más que el freno del sentido común o de la inteligencia (que no siempre se nos da a quienes escribimos opiniones), el reportero está con frecuencia obligado a reproducir puntos de vista o versiones de los hechos que le son contrarias, a veces incluso repugnantes. Pero un poco como el médico que debe tratar al paciente aunque sea un criminal repulsivo, el periodista tiene la obligación de considerar todos los ángulos, todas las versiones, poniéndolas además en su debido contexto.

En México la tarea de los reporteros se vuelve aún más complicada y riesgosa por las amenazas del crimen organizado y del desorganizado, y por el triste fenómeno de la autocensura de muchos medios. Por si no fuera suficiente con las a veces insanas presiones de gobernantes, políticos o empresarios, muchas veces sin los mismos propietarios de medios en México los primeros en buscar limitar o acotar la libertad de expresión.

Es una apuesta que además de inmoral y absurda es profundamente miope. En el largo plazo, los medios viven de su prestigio y su credibilidad. El más dócil nunca es el mejor cotizado, ni por los lectores ni por el gobierno en turno, y la autocensura en una forma de prostitución estúpida por gratuita.

Similarmente grave es otro tipo de censura, la que surge de las simpatías o antipatías políticas, ideologías o personales. Un medio o un periodista que cede a ellas regularmente va perdiendo su reputación, y poco a poco todo lo que publique será tomado con escepticismo, más tarde con risa y ridículo. Y es que los medios que regularmente publican de más o de menos muy pronto se dan a conocer entre el público.

Dirán ustedes, amables lectores, que no queda mucho de dónde escoger. Pero sí lo hay, y mucho.

Tenemos todos los consumidores de medios, de información, la opción de escoger lo que leemos y donde lo leemos, vemos o escuchamos. Si bien con frecuencia nos dejamos llevar por la simpatía (leo lo que me acomoda) lo cierto es que hay que fijarse más en la calidad que en la tendencia.

El lector mejor informado no es siempre el más contento, porque necesariamente lee cosas que no coinciden con sus puntos de vista. En este, como en muchos otros casos, la ignorancia es alegría, y la alegría es la peor enemiga de la verdad.

@gabrielguerrac

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