Muchos piensan en este principio de año, que los problemas que enfrenta el presidente Enrique Peña Nieto no podrán ser resueltos por éste. Más aún, vaticinan un final prematuro de su mandato.
No está en mi ánimo protagonizar discusiones bizantinas sobre esa presunta realidad o sobre esos dramáticos pronósticos, porque sería como tratar de conversar en la Torre de Babel. Prefiero, como ha sido una costumbre inveterada en su servidor, ceñirme a los hechos. Casi siempre arrojan la luz necesaria sobre lo que puede sobrevenir.
Y esos hechos, me dejan asomarme a un saldo conocido por todos:
No he sabido hasta ahora de un miembro del grupo político bautizado como Atlacomulco, con raíces en el Estado de México, que no haya sorteado los obstáculos que le hayan salido al paso, sin importar su tamaño. No sé tampoco de alguno de ellos que no haya logrado sobrevivir a una tempestad en el quehacer público. Y vaya que las han sufrido.
Nombres como Carlos Hank González, Emilio Chauyffet, Alfonso Navarrete Prida, Ignacio Pichardo, César Camacho o el mismísimo Arturo Montiel, confirman esa convicción personal. Inclusive se puede contar a Alfredo del Mazo, quien sin ser integrante nativo de esa facción, logró ser protegido de la misma en la tragedia mortal de San Juan Ixhuatepec, por su apego a Hank.
Todos sufrieron embates durante sus responsabilidades. A todos se les vaticinó que sus días en la política estaban contados y en el caso de Montiel, hasta hubo quienes apostaban diez a uno que el ex gobernador terminaría con sus huesos en la cárcel y nunca imaginaron que llegaría ser –como lo es hoy– uno de los asesores más influyentes en el “gabinete virtual” de Peña Nieto. En resumen, todos han salido con banderas desplegadas.
No. Discrepo de las voces catastrofistas sobre el futuro a corto o mediano plazo del Presidente.
Ciertamente Peña vive una aguda crisis, pero por más que extiendo mi vista hacia los cuatro puntos cardinales del país o hasta donde pueda del escenario mundial, no encuentro a un gobernante que esté dedicado a componerle poemas a la luna, gracias a la paz que disfrute en su entorno. No es sano argumentar que todos están igual, pero por lo menos sí es una verdad.
Disculpen, pero alejado de actitudes cortesanas, veo un país alejado de la ingobernabilidad que algunos pregonan. Sobre ese oscuro mundo que pretenden pintar, sigo asistiendo a mi trabajo a diario y por supuesto cobrando mi salario, sigo pagando mis impuestos, sigue mi hijo acudiendo a la universidad, sigo disfrutando de un café –o de un tequila– con mis amigos, sigo divirtiéndome en un cine, siguen cobrándome mis acreedores, estamos a punto de vivir otro democrático proceso electoral y sigo lanzando pestes contra las alzas en la gasolina y el gas. Estoy haciendo exactamente lo mismo que hace diez o veinte años y me está pasando exactamente lo mismo que me sucedía en ese mismo tiempo atrás. ¿Dónde diablos está la ingobernabilidad?
Sé que a algunos no les gusta Enrique Peña. Yo mismo sufro en gran parte un desencanto de lo que esperaba fuera nuestro México con el arribo de este Presidente, pero también sé que no existen esas circunstancias que fuerzas oscuras difunden sobre cercanos golpes de estado y otras aberraciones por el estilo.
Y por favor, ojalá esto quede claro: No intento defender al Presidente. El tiene los suficientes argumentos y herramientas para hacerlo por sí mismo. Intento sólo defender a las instituciones que en medio de corruptelas y ambiciones bastardas, todavía son capaces de darme la oportunidad –junto a millones de mexicanos– de seguir adelante con nuestras vidas.
Me gusta seguir pensando y externando que México es único para salir de sus emergencias. Y si alguien me llama patriotero, lo confieso:
Me importa un rábano…
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