La reflexión es a destiempo, pero en domingo, por costumbre alejado de los devaneos políticos, bien vale la pena hacer a un lado el don de la oportunidad.
Qué más da, si con eso se puede honrar a uno de los mayores valores que disfrutamos: la amistad. La misma que ayer, 14 de febrero, fue blanco de honores y celebraciones, como si un solo día bastara para mostrar ese atributo en todo su esplendor.
Con esa auto licencia, me permitiré hoy navegar aunque sea con papel y tinta, en el mar de los sentimientos. Y empezaré con un mensaje que recibí precisamente ayer sábado de mi amiga Ludy, en el cual dos frases sacudieron mi conciencia.
La primera: “Deja que tus viejos amigos sepan que no los has olvidado…”
La segunda: “Diles a los nuevos amigos que no los olvidarás…”
Parece sencillo atender los dos consejos, pero lamentablemente casi nadie los cumplimos. Tenemos amigos que fueron entrañables y casi hermanos en su momento, a los cuales hemos depositado en una gaveta de nuestra memoria y sólo les quitamos el polvo, si acaso, una o dos veces al año. El Día de la Amistad o en Navidad.
Parece tarde para reiniciar virtualmente el año con un nuevo propósito, pero pondré, en honor a quien me envió esas cálidas palabras y al resto de mis amigos, todo mi empeño en hacerlo realidad. Buscaré a mis compañeros de andanzas juveniles y de los albores de la madurez, refrescaré los afectos y les haré sentir que me siguen importando, porque además, así sucede. Hay tantas experiencias compartidas que vale la pena traerlas al presente.
Desde el fondo de mi alma, a partir de ya, repetiré sin cansarme que extraño ¡Dios sabe cuánto! a mis queridos amigos Andrés y Adrián. Me han hecho tanta falta y lo siguen haciendo. Llamaré a diario a mi hermano Pedro y haré lo mismo con Don Manuel, cuya estimación es una medalla en mi pecho.
También lo haré, lo prometo, con las nuevas amistades. Desde aquí y lo repetiré en forma personal, entrego mi gratitud a todos los que reconfortan a mi corazón con su apoyo espiritual. Vaya el mejor de mis abrazos para ellos y en especial, muy en especial, para la mejor amiga que he tenido en la vida. Que Dios los cuide y te cuide.
Sólo algo lamento de todo esto que la emoción me hace brotar: mi incapacidad para hacer más amigos.
Envidio, con envidia de la buena como decía Andrés, a quien ilumina la vida de los demás con su caracter alegre, a quien es capaz de ir a cuidar a un amigo enfermo a un hospìtal, a quien no le importa perder su día libre para dedicarlo a quien lo necesita. Esos amigos, amigas, pintan nuestras vidas con los colores más cálidos. Y lo saben.
No me ha dotado la naturaleza y Dios de esos atributos, pero vaya que los reconozco en mi entorno y agradezco que existan seres así. Hacen, como expresa una bella canción por pocos conocida, que el mundo agradezca su existencia.
Disculpe el abuso, pero después de escribir esto me queda una lección en lo que a la amistad se refiere.
Actuar a destiempo, paradójicamente a veces también tiene la virtud de hacerlo a tiempo…
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