Entre el cruce de peatones, la oleada de jóvenes y como se escribe por allí, de ambos sexos, deambulo por las comisuras de la plaza y en las cejas de la ciudad y en sus entronques de autos y de sonidos a toda máquina de bocinas que anuncian los espectáculos por llegar. La ciudad está colmada de ajetreos, de niños que corren por la plaza persiguiendo a las palomas, de novios apretaditos al calor de las manos, de vendedores de dulces, de globos, de elotes a la brasa o cocidos, de salchichas, nueces y churros al sabor de la tarde que se convierte en noche. Ciudad pordiosera en la salida de los bancos y en las entradas de las tiendas de blancos. La eterna mujer pediche de voz chillona en las afueras del Banorte o del Banco de México.
La ciudad, victoriosa y llena de calor y color por su gente, por su amable gente ante el espejo donde nos repetimos cada mañana, cada tarde, cada noche convertida en dulce y efímera amistad ciudadana. La ciudad invicta, cariñosa y confiada donde los ladrones domiciliarios festejan sus fechorías anónimas. La ciudad de transeúntes perdidos en la noche de silencio donde no queda una sola alma que camine pasando de las diez. La ciudad que conocimos y vimos ha cambiado pero tiene aun el sabor de una provincia donde todavía nos conocemos los del centro, los que nacimos en el primer cuadro bajo la rumba y el chachacha, el mambo de los Salones Alianza del 12 Matamoros.
Ciudad de la radio, cultura pública y afectiva que nos formó queriendo a esta maravillosa ciudad. Calor y color de su gente, con los labios de sandía y de guayaba, con besos de aguacate y pera, con abrazo de plátanos y mangos, con palabras de mísperos y zapotes. Ciudad frutal que tienta las cosas bellas que guarda aun en su corazón de ciudad. Color y calor de su gente, la victoriosa gente que nació en esta ciudad con los brazos abiertos, con la mano cálida y el cariño por los de fuera, que muchos digo, nos pagan con ingratitudes. Ciudad pequeña y linda donde aún podemos reír y compartir la risa ciudadana.
