CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Dicen los que conocieron a Victoria en la segunda mitad del siglo pasado, que los victorenses somos algo necios y hacemos muchas cosas por costumbre.
Así los llamaba el profesor Raúl García García, en su libro “No son Cuentos”, quien describía a Victoria como una familia numerosa, viviendo en una casa pequeña.
Las costumbres que él describía marcaron la historia cotidiana de este pueblo, donde se apodaba a muchos con algún error cometido en público o por su comportamiento, el hecho llegó hasta las instituciones de educación pública que eran conocidas por el apodo de algún profesor que fue famoso en ese lugar.
Los niños no eran muchos en la época porque las enfermedades de entonces cortaban la vida antes de ingresar a los primeros años de primaria. Las parteras y curanderas tenían todo tipo de enfermos desde los de mal de ojo, el empacho, los espantos y la matriz caída.
Victoria sólo tenía dos escuelas la Anexa a la Normal, que más tarde se convirtió en la José Guadalupe Longoria, en La Loma; y la Juan B. Tijerina.
La Anexa a la Normal comenzó sus días en el edificio que hoy ocupa Palacio Federal.
Pero la Juan B. Tijerina, fue más conocida como la escuela del «Canco», una forma de inmortalizar a un maestro de la vieja guardia de educadores a quienes los padres de familia sólo le encargaban las orejas del hijo.
Y los profesores confiados de ese apoyo que recibían de los padres, repartían reglazos y coscorrones, a estos últimos los niños de aquella época les llamaban “cancos”, y no eran más que los golpes que recibían en la cabeza con un estilo único, el dedo mayor de la mano derecha doblado y con el nudillo golpeaba al niño para hacerlo llorar o reaccionar ante un error.
Y eso lo hacía un director, incluso en la hora del recreo y cuando los involucrados en el pleito escolar declaraban no tener culpa con todas las evidencias en su contra, les aseguraba el «canco» y añadía que a la otra tomara al menos partido en la disputa.
En la época el maestro tenía una buena imagen ante los padres de familia y el «Canco” fue un maestro querido a pesar de las golpizas que repartió en la cabeza, su nombre fue Matías S. Canales y a pesar de su carácter muchas generaciones lo recordaron y le reconocieron su educación.




